lunes, 30 de julio de 2012
El círculo de los escritores asesinos, de Diego Trelles Paz
El círculo de los escritores asesinos muestra con personajes hasta chocantes (a fin de cuentas son literatos) cómo la vida cultural es interesante sólo dentro de sí, cómo se pueden crear guerras intestinas que a nadie más le importan. Es, por decirlo de alguna forma, la recreación irónica de un mundo donde sus integrantes pueden destrozarse sin que a las “personas comunes” les interese en lo más mínimo. Es, asimismo, una novela la cual maneja a la perfección el tono de cada uno de sus personajes, creando antihéroes que a pesar de ser pedantes, resultan entrañables por sus manías y defectos.
Con El círculo… Diego Trelles Paz retoma y renueva la tradición de esas grandes novelas encabezadas por la Rayuela cortazariana y por Los detectives salvajes.
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Relatos 2012, XXVIII Concurso de Relatos Ciudad de Zaragoza
Con una edición elegante y bella, Relatos 2012 consigue recobrar la fe en los concursos literarios. Es un libro que no sólo contiene excelentes narraciones, sino que su formato añade un placer extra a leerlo. Sin duda este concurso de relatos debiera convertirse en el ideal a seguir de muchos otros que abundan en nuestro país.
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Bogotá 39. Antología de cuento latinoamericano, de Guido Tamayo (editor)
Bogotá 39. Antología de cuento latinoamericano carga el enorme peso de pretender mostrar a 39 escritores que se supondría la vanguardia de literatura del continente. Quizá no lo sean, el tiempo dirá. Pero eso sí, siendo o no lo mejor de su país o región, le ofrece al lector a una gran cantidad de autores que merecen leerse.
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La noche es luz de un sol negro, de Édgar Omar Avilés
En La noche es luz de un sol negro, Avilés se sumerge en la llamada literatura fantástica y en ocasiones la revuelca para que produzca algo diferente, pero otras veces simplemente hace uso de ella no para dar la vuelta de tuerca a una historia, sino a la misma forma narrativa. Es, así, una apuesta no sólo por el contenido sino también por la forma como se presenta.
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Álbum ilustrado políticamente inconsecuente*
Existen libros que no terminan en el punto final. Hay libros que ni siquiera terminan en las ilustraciones que acompañan el texto. Es más, algunos libros no acaban nunca porque uno vuelve a ellos de forma irremediable: por un recuerdo, una frase, una anécdota. La cosa perdida, de Shaun Tan es uno de estos casos.
“Así pues, ¿quieres oír una historia?”, pregunta el protagonista de este cuento y comienza a narrarnos el día cuando descubrió una cosa que estaba perdida: parecía no encajar en el sitio donde estaba, se veía sola y aunque aparentaba no servir de mucho, al interactuar con ella se dio cuenta que se divertían. Shaun, el personaje, decide buscar a su dueño, pero nadie quiere serlo; después, sin saber qué hacer, la lleva a casa de un amigo para ver si él le puede decir qué es esa cosa y a quién puede pertenecer, pero su amigo Pete le comenta que hay cosas que simplemente están perdidas. Por ello Shaun se va de ahí junto con su cosa y la mete a su casa, donde sus padres no se dan cuenta de su existencia sino hasta que Shaun se los hace notar. Obvio, le piden que devuelva la cosa o se deshaga de ella, pero Shaun decide esconderla en el cobertizo y alimentarla con esferas de Navidad. Sin embargo, un día ve en el periódico un anuncio donde se dice que si se encuentran cosas perdidas, se deben llevar a cierta oficina gris y sin ventanas donde se pueden quedar.
Así es como Shaun toma su cosa y acude a este sitio, pero un intendente le comenta que ahí las cosas perdidas no se encuentran, sino que solamente se consigue olvidarlas. Eso sí, le recomienda un lugar a donde puede llevarla.
De esto trata la historia en este libro, pero no acaba ahí, sino que se complementa con las ilustraciones que nos hacen conocer a la cosa: una especie de tetera roja gigante con patas cangrejo, que les da agua a los patos que se encuentra en la calle y que posee puertas, cajones y ventiladores que la convierten en “algo” amigable. También está Shaun, un joven de pantalones café acampanados, camisa arremangada y con el cuerpo jorobado. Y además, los cientos de personas que deambulan sin percatarse de estas cosas perdidas, del entorno que los rodea; quienes viven enteradas de las últimas noticias gracias a periódicos y televisiones, pero que son incapaces de fijarse a su alrededor para saber si todo está bien. Además de ello, están el Departamento Federal de Censura, el Departamento Federal de Información y el Departamento Federal de Objetos Inútiles, todos ellos representados por un cerdo que lo mismo se cuestiona, que no ve o que puede volar. Pero sobre todo, está la narración de Shaun Tan que pese su sencillez no deja de tener una enseñanza, que tras la nostalgia muestra un posible camino, y que no termina nunca porque las buenas historias no acaban jamás.
Autor: Shaun Tan
Título: La cosa perdida
Año: 2007
Editorial: Bárbara Fiore
Páginas: 32páginas.
* Publicado en Adefesio.com
Patrocinio Tipá*
La modernidad nos ha hecho creer que el regionalismo en la literatura es malo o está pasado de moda. Pocos son los autores que hoy tratan de imitar el habla popular o quienes ubican sus historias en pueblos donde no hay un teléfono, una computadora o una televisión. Incluso, cuando se conocen narraciones de este tipo el lector se remite de inmediato, en el caso de México, a Juan Rulfo y su Pedro Páramo aunque ésta no sea una referencia obligada.
Patrocinio Tipá, de Eraclio Zepeda, es un cuento de este tipo: un hombre narra su vida, en una ranchería alejada de la capital y donde las leyendas y creencias populares sustituyen cualquier argumento científico. De este modo, cuando Patrocino Tipá llega a vivir a Juan Crispín y un rayo parte el árbol de la plaza principal, todo el pueblo asume que una desgracia habrá de ocurrir. Además, esta idea se fortifica al enterarse que Patrocinio, quien nunca ha logrado establecerse en ningún lugar, por primera vez quiere echar raíces:
“No se aguantaba en ningún lugar. Apenas se quería encariñar con las calles de algún pueblo, luego luego le empezaba a dar el ansia de seguir otro camino”.
Y esto se debía a que recién nacido una urraca se robó su cordón umbilical y no fue enterrado en el lugar donde había nacido. Por ello, Patrocinio vagaba de un lugar a otro. Pero, cuando en Juan Crispín se asienta, compra un terreno, se casa con su Consuela y tiene hijos, es lógico que una desgracia ha de llegar para que él continúe con su caminar eterno en busca de la urraca que se llevó su ombligo:
Y este infortunio llega:
“Patrocinio Tipá quedó hueco. Quería alegrar a la Consuela pero en el fondo tenía una herida por la que caía la risa igual que un cántaro roto. Por las noches iba a donde estaba enterrado el ombligo del Floreanito y lloraba y hundía las manos en la tierra y luego quemaba flores de cedrón para regar sus cenizas sobre la tierra, para que el alma de su hijo no se fuera de las tierras de La Esperanza”.
Con un lenguaje popular, este cuento de Eraclio Zepeda es una excelente historia donde basta acostumbrarse al primer regionalismo para que el resto de la narración fluya de manera sencilla y agradable. Aunado a ello, esta edición ilustrada y que forma parte de la colección EDUBBA de Editorial Resistencia, proyecta de forma renovada el género del cuento que tanto han abandonado las grandes editoriales. Así, es un acierto de esta editorial haber seleccionado este cuento y haberlo puesto en las manos del Taller de Diseño Editorial de la Escuela Mexicana de Arquitectura, Diseño y Comunicación de la Universidad La Salle, pues el resultado es un bello volumen que provoca el deseo de conocer los siguientes tomos de esta colección.
Ojalá ésta sea una forma de revalorar el cuento y que los lectores aprecien este riesgo editorial.
Autor: Eraclio Zepeda
Título: Patrocinio Tipá
País: México
Editorial: Editorial Resistencia
+INFO: 32 páginas.
* Publicado en Adefesio.com
jueves, 14 de junio de 2012
Trama y urdimbre, de Matías Celedón
Trama y urdimbre es una novela poco tradicional. Su formato es atípico, pero tiene una incidencia necesaria con la historia que cuenta. Además, es un folleto de costura donde es necesario ir del punto A al B para conseguir hilar lo que se narra de fondo. Es un libro experimental que revela a un gran narrador. Si alguien ocupó la frase de que si Borges hubiera escrito una novela sería como Bonsái, del chileno Alejandro Zambra, entonces Trama y urdimbre sería la cumbre de esta hipotética novela borgeana.
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La sed de los peces, de Jalaludin Rumi
Quizá después de leer a Jalaludin Rumi nos ocurra como a los peces: rodeados de agua, y bebiéndola a cada bocanada, no nos serán jamás suficientes sus enseñanzas, pues siempre querremos un poco más. Lo único que tendremos que decidir es si, ante las redes de los pescadores, seremos el pez tonto, el medio inteligente o el sabio que huye hacia el inmenso océano que es Dios.
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Los ojos del jaguar disparan medianoche, de Ernesto Murguía
Ganador del Premio Nacional de Cuento “Ermilo Abreu Gómez”, Los ojos del jaguar disparan medianoche, de Ernesto Murguía (México, 1972), enfrenta al lector con tres historias macabras que a partir de la cotidianidad de sus personajes llegan a momentos de locura dignos de un cuadro de Velázquez.
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martes, 8 de mayo de 2012
¿Dónde andará Dulce Veiga?
¿Dónde andará Dulce Veiga?, de Caio Fernando Abreu (Santiago, Rio grande do Sul, 1948-Porto Alegre 1996), es una novela demoledora por las historias que cuenta y por el crecimiento de un personaje que de principio es gracioso pero termina siendo tragicómico. Es además, una historia que provoca que el lector se enamore de sus personajes (sobre todo de aquellos con más vicios) debido a su tono familiar, a la sinceridad con que se reflejan en estas páginas. Es, también, una muestra más de la literatura brasileña tan poco conocida en español y que recuerda por qué nombres como los de Joao Guimaraes Rosa o Clarice Lispector son considerados cumbres en la literatura. Caio Fernando Abreu bien podría estar al lado de estos maestros.
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El futuro NO es nuestro*
Una antología puede ser una reunión de textos o la selección de piezas destacadas. En literatura, las antologías buscan dar un panorama general de un autor o mostrar el trabajo de varios escritores. De principio, se supondría que los textos incluidos en estos ejemplares tendrían que ser los mejores de su obra. Sin embargo, este afán de reunión ha provocado que algunas de las antologías que hay en el mercado simplemente sean el conjunto de muchos autores sin importar la calidad. Además, el número de páginas que se brindan a cada escritor suele ser un factor en contra.
Por lo anterior, libros como El futuro NO es nuestro. Nueva narrativa latinoamericana, destacan sobre textos similares, pues su manufactura ha dejado de lado muchos de los defectos que una antología puede tener y parece dedicada a servir únicamente a los autores incluidos. Al respecto, dice Diego Trelles Paz, quien se encargó de la selección y el prólogo: “(ésta) se planteó como una antología hecha por escritores en busca de lectores y a la cual no le interesaba nada esa relación, a veces turbia, entre la literatura y la publicidad”.
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jueves, 3 de mayo de 2012
Turbulencia dos mil once. Narrativa Michoacana Actual, Alfredo Carrera (antologador)
Turbulencia dos mil once. Narrativa Michoacana Actual reúne a cuarenta escritores, pero a diferencia de Lenta turbulencia (Jus / Secretaría de Cultura de Michoacán, 2010) da una muy breve muestra de su obra. Además, llama la atención la similitud en el título, como si con ello quisiera identificarse una característica de la literatura de ese estado: un alboroto o perturbación que el lector no encontrará.
Destaca que en esta antología, los cuarenta congregados no necesariamente nacieron en Michoacán, sino que han escrito o desarrollado su obra ahí. Asimismo, los autores tienen marcadas diferencias de edad pues algunos nacieron en 1946 y los más jóvenes en 1994.
Sin embargo, esta disparidad no se ve reflejada en la calidad de los cuentos.
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El matrimonio es una larga enfermedad*
Los textos dramáticos son poco frecuentados. Uno va al teatro y observa la obra, pero casi nunca acude al texto que se recreó. Eso es normal y hasta lógico, sin embargo nos impide conocer obras que no están en cartelera y que tal vez nunca se repondrán. Por ejemplo, si hoy quisiéramos ver Romeo y Julieta, El jardín de los cerezos o Casa de muñecas, por hablar de tres obras clásicas, tal vez no las encontraríamos en cartelera y a consecuencia de esto tendríamos que acudir al libro. ¿Pero qué pasa con el teatro contemporáneo, que tras algunas semanas de funciones, no vuelve a reponerse? Desaparece por completo.
De ahí la importancia de colecciones como La centena, de editorial El milagro y Conaculta, pues nos acerca a textos dramáticos que serán difíciles de volver a representar. Un ejemplo de ello es Fiebre 107 grados, de Silvia Peláez (Cuernavaca, 1959), obra que fue estrenada por la Compañía Nacional de Teatro en 2006 y que fue traducida al inglés.
Fiebre 107 grados es una versión libre de la vida de Ted Hughes y Sylvia Plath, enfocada entre los años 1951 y 1963, cuando Plath se suicida. La obra muestra a un Ted Hughes frío, conciliador, amoroso (a veces) y enfocado en su trabajo: entonces tenía una gran actividad poética, además que era guionista de la BBC de Londres. En tanto, Sylvia es una mujer temperamental, celosa y una poeta que evalúa su obra a la sombra de lo que su esposo hace. De esta manera, cuando publica el célebre poemario El coloso se queja de que la crítica no sea tan amplia como con los libros de Hughes; cuando le publican La campana de cristal, lamenta hacerlo bajo un seudónimo, mientras Ted firma todas sus colaboraciones. Así, el lector asiste a una guerra que se desarrolla en este matrimonio que navega entre el amor, las dudas y la competencia.
Con un lenguaje poético, debido en gran parte al oficio de ambos personajes, la obra avanza con imágenes eficientes, como cuando Sylvia, al cumplir años, le pide a Ted que no le dé un regalo envuelto en celofán, pues éste material asfixia. A partir de esta imagen ha de crearse un juego en donde Sylvia se siente atrapada en su cotidianidad, en la que debe cuidar y amamantar a sus dos hijos, arreglar la casa y celar a Ted, mientras él tiene tiempo libre para escribir sin ser molestado, viajar a Londres y convertirse en amante de una de las mejores amigas de la pareja: Assia. “SYLVIA: Mira quién habla de protagonismo: héroe, mi héroe. ¿Quién te ayudó a transcribir tus poemas? Sylvia Plath. ¿Quién cría a tus hijos? Sylvia Plath. ¿Quién escribe en los ratos libres? Sylvia Plath. ¿Quién espera y espera por las noches al magnífico poeta Ted Hughes? Sylvia Plath”.
Debido a esta desesperación, Plath comienza a volverse loca y recae en intentos de suicidio, incluso en un momento, fuera de sí y con fiebre, rompe los poemas de Hughes como una forma de vengarse de él. Aquí, la autora, Silvia Peláez, ofrece indicaciones dramáticas que permiten al lector ubicar perfectamente cómo deben ser interpretados los personajes: “Ted va a la cocina. Regresa con una taza de té y una toalla húmeda que coloca sobre la frente de Sylvia. Ella bebe a sorbos. Ted recoge los restos de su trabajo destruido y los coloca sobre la mesa con cuidado, como si enterrara a un ser amado”.
Tal vez lo más fácil hubiera sido contar la versión de que Ted Hughes era un mujeriego, quien provocó el suicidio de Plath, como el mito general dicta. Sin embargo, la descripción de las manías de Plath y el no crear personajes sólo de dos tonos es lo que permite a Fiebre 107 grados ser un espléndido texto que acerca a la obra de estos poetas, más que a su vida. Muestra de esta objetividad autoral queda plasmada en parte del monólogo final de Ted Hughes, quien tras enterrar a Sylvia vuelve a casa con los poemas que Plath jamás vería publicados y resume: “Dejaste cartas hirientes, palabras demoledoras y el diario. Fue como si dijeras al mundo que yo era tu verdugo, y el mundo lo creyó. ¿Cómo saber que tu alma se debatía en tales tempestades? Ahora mi cuerpo se hunde en el cuento de hadas en un bosque donde los lobos aúllan. Dos huérfanos lloran junto al cadáver de su madre, aún tibio”.
Fiebre 107 grados es un texto dramático valioso más allá de que sus personajes hayan sido personas reales o de que contenga diálogos poéticos. Es una obra imprescindible porque nos muestra a una mujer, Sylvia Plath, quien se obsesionó con su padre muerto, con su madre dictadora; quien recibió electroshocks para salir de sus depresiones, quien se casó con un poeta famoso y quien escribió algunos de los poemas más desgarradores del siglo XX, pero que a pesar de ellos terminó siendo, tal como ella misma dice, “una sombra recortada en papel blanco”.
Peláez, Silvia (2006), Fiebre 107 grados, El milagro / Conaculta, México, 120 páginas.
* Publicado en Adefesio.com
viernes, 20 de abril de 2012
Nuevos clásicos infantiles*
Hace tres siglos Jonathan Swift, el autor de Los viajes de Gulliver, publicó un peculiar ensayo: “Modesta proposición para impedir que los niños de los irlandeses pobres sean una carga para sus progenitores o para su país”. El irónico texto planteaba la posibilidad de procrear hijos para después venderlos antes de que cumplieran un año, cuando su carne aún era tierna. De esa forma se evitaría la hambruna y los católicos pobres (quienes eran mayoría) se harían de unas cuantas monedas. Claro, Swift lo proponía cuando el más pequeño de sus hijos tenía nueve años y su mujer ya no podía engendrar.
“Un niño sano y bien nutrido es, al año de edad, manjar delicioso, nutritivo y completo, ya se lo haga estofado, asado, al horno o hervido […] Quienes sean más económicos (como, debo confesar, exige la época) pueden desollar el niño, de cuya piel, artificialmente curtida, se harán guantes admirables para damas y calzado de verano para caballeros de gusto refinado. […] Los criadores constantes, además de la ganancia de ocho chelines por año que les produciría la venta de sus hijos, se librarán del gasto de mantenerlos”.
Este ensayo, que en su momento seguramente fue terrorífico, en nuestros días podría ser un cuento infantil con miras a convertirse en clásico. No es sólo que la literatura para niños se esté nutriendo del terror, como podría demostrarlo Bonícula (de James y Deborah Howe), sino que la actitud transgresora del texto es una de las características de la modernidad en la literatura infantil.
Si bien es cierto que por un momento se apeló a que los libros para menores debían dejar su afán educativo y moralizante, hoy estos tópicos no están peleados con lo lúdico. Además, los autores que escriben para niños (y que consiguen la atención de los mismos) han dejado de considerarlos como un público fácil a quien se le puede menospreciar. Algunos ejemplos de esto podrían ser los siguientes:
La peor señora del mundo, de Francisco Hinojosa, un cuento donde el personaje principal es una mujer que fuma puro, da a sus hijos comida para perro, agrede a las personas y es capaz de construir una muralla que rodea el pueblo donde habita con tal de que todos queden a su merced. El autor ha comentado que cuando quiso publicarlo se enfrentó a las negativas de los editores, pues su personaje era un antihéroe que estaba lleno de defectos y era agresiva (conductas que se intentaban eliminar de los niños). Sin embargo, cuando se editó, con ilustraciones de Rafael Barajas El Fisgón, pronto se convirtió en un best seller debido a la fascinación que ejerció en los niños: les causaba una especie de miedo gozoso, les provocaba una risa que les salía de lo más profundo de sus temores.
El caso de Roald Dahl puede caracterizar también esta nueva forma de escribir para los niños. Sus personajes son infantes que sufren el mundo de los adultos. Por ejemplo, en Matilda, ella padece por la ignorancia de sus padres y es tal su descontento con la vida vacía a la que la obligan, que la niña prefiere ser adoptada por su maestra. O el caso de James y el melocotón gigante, donde el protagonista es capaz de vivir entre insectos y gusanos antes que con sus tías, quienes cuando le hablan con cariño le dicen “pequeña bestia repugnante”, “sucio fastidio” o “criatura miserable”.
Otro libro que ha ocupado un héroe fuera de lo común es Limoncito: un cuento de Navidad, de Javier Sáez. En esta narración el oso Limoncito deberá salvar a su antiguo dueño de vivir una vida sin sentido, llena de comida chatarra, cerveza y cigarros. Para ello lo hará recordar cómo fue de niño (agresivo con tal de defender a sus amigos) y le provocará sufrimiento con tal de que pueda rectificar.
Donde viven los monstruos, de Maurice Sendak, es un álbum que además de resaltar por sus bellas y amigables ilustraciones, nos permite conocer a Max, un niño enfundado en traje de lobo que hace y deshace al lado de sus amigos los monstruos, pero quien después de divertirse como siempre ha deseado deberá decidir qué hacer: regresar a casa a tomar su sopa o quedarse en el mundo de los monstruos a gobernarlos.
Marjolaine Leray, a su vez, en Una caperucita roja, redescubre esta historia donde esta niña más moderna, sabedora de sus derechos, no se amedrenta ante el lobo feroz y es capaz de vencerlo por medio de la astucia.
Así, ante la falsa creencia de que los cuentos infantiles que tienen un aprendizaje escondido entre líneas son aburridos; que las fábulas están pasadas de moda, y que a los niños de hoy se les debe atrapar con mecanismos más allá del texto e ilustración, estos ejemplares demuestran que lo importante es no brindar textos fáciles o complacientes, pues cuando un niño deja de percibir un riesgo (en su lectura y en la historia) se siente defraudado: los niños quieren sentirse grandes y si el libro que les ponemos enfrente los hace saber que siguen siendo infantes, entonces ellos preferirán hacer algo más que les permita cumplir su objetivo: ser, por unos instantes, adultos.
No debe olvidarse que así como los hijos imitan a sus padres al rasurarse un ilusorio bigote o tomando un portafolio para aparentar que van a trabajar, así a los pequeños lectores les agrada encontrarse con palabras desconocidas, con temáticas que les son inquietantes, que los emocionan y les hacen saborear ese platillo que nadie les ha digerido para ayudarlos, al que aparentemente sólo los adultos tienen acceso.
Estos nuevos clásicos apelan a conquistarlos por las historias, por demostrar que incluso esta generación que privilegia la fugacidad y el exceso de imágenes (cuyos integrantes, se cree, no podrán concentrarse en un texto que no sea interactivo), es un público ávido de temáticas interesantes, que les hagan erizarse de miedo, que les permitan burlarse del mundo adulto, que les dejen sentirse libres.
Estos nuevos clásicos son una oportunidad para regresar a la infancia, pero también para inmiscuirnos en un mundo que trasgrede con tal de recuperar el orden, donde no importa si un padre vende a su hijo con tal de hacerse de ocho chelines, o si lo guisa como estofado, sino que nos demuestran que la diversión es lo principal, pero no por ello se olvida de la moraleja, de los mensajes entre líneas, ni de los viejos clásicos.
Estos nuevos clásicos son, además, una clara muestra de que los niños ya no son tan inocentes y por ello no hay nada mejor que ofrecerles retos, y si estos van empastados, mucho mejor.
* Publicado en revista Bicaa'lu, diciembre 2011.
“Un niño sano y bien nutrido es, al año de edad, manjar delicioso, nutritivo y completo, ya se lo haga estofado, asado, al horno o hervido […] Quienes sean más económicos (como, debo confesar, exige la época) pueden desollar el niño, de cuya piel, artificialmente curtida, se harán guantes admirables para damas y calzado de verano para caballeros de gusto refinado. […] Los criadores constantes, además de la ganancia de ocho chelines por año que les produciría la venta de sus hijos, se librarán del gasto de mantenerlos”.
Este ensayo, que en su momento seguramente fue terrorífico, en nuestros días podría ser un cuento infantil con miras a convertirse en clásico. No es sólo que la literatura para niños se esté nutriendo del terror, como podría demostrarlo Bonícula (de James y Deborah Howe), sino que la actitud transgresora del texto es una de las características de la modernidad en la literatura infantil.
Si bien es cierto que por un momento se apeló a que los libros para menores debían dejar su afán educativo y moralizante, hoy estos tópicos no están peleados con lo lúdico. Además, los autores que escriben para niños (y que consiguen la atención de los mismos) han dejado de considerarlos como un público fácil a quien se le puede menospreciar. Algunos ejemplos de esto podrían ser los siguientes:
La peor señora del mundo, de Francisco Hinojosa, un cuento donde el personaje principal es una mujer que fuma puro, da a sus hijos comida para perro, agrede a las personas y es capaz de construir una muralla que rodea el pueblo donde habita con tal de que todos queden a su merced. El autor ha comentado que cuando quiso publicarlo se enfrentó a las negativas de los editores, pues su personaje era un antihéroe que estaba lleno de defectos y era agresiva (conductas que se intentaban eliminar de los niños). Sin embargo, cuando se editó, con ilustraciones de Rafael Barajas El Fisgón, pronto se convirtió en un best seller debido a la fascinación que ejerció en los niños: les causaba una especie de miedo gozoso, les provocaba una risa que les salía de lo más profundo de sus temores.
El caso de Roald Dahl puede caracterizar también esta nueva forma de escribir para los niños. Sus personajes son infantes que sufren el mundo de los adultos. Por ejemplo, en Matilda, ella padece por la ignorancia de sus padres y es tal su descontento con la vida vacía a la que la obligan, que la niña prefiere ser adoptada por su maestra. O el caso de James y el melocotón gigante, donde el protagonista es capaz de vivir entre insectos y gusanos antes que con sus tías, quienes cuando le hablan con cariño le dicen “pequeña bestia repugnante”, “sucio fastidio” o “criatura miserable”.
Otro libro que ha ocupado un héroe fuera de lo común es Limoncito: un cuento de Navidad, de Javier Sáez. En esta narración el oso Limoncito deberá salvar a su antiguo dueño de vivir una vida sin sentido, llena de comida chatarra, cerveza y cigarros. Para ello lo hará recordar cómo fue de niño (agresivo con tal de defender a sus amigos) y le provocará sufrimiento con tal de que pueda rectificar.
Donde viven los monstruos, de Maurice Sendak, es un álbum que además de resaltar por sus bellas y amigables ilustraciones, nos permite conocer a Max, un niño enfundado en traje de lobo que hace y deshace al lado de sus amigos los monstruos, pero quien después de divertirse como siempre ha deseado deberá decidir qué hacer: regresar a casa a tomar su sopa o quedarse en el mundo de los monstruos a gobernarlos.
Marjolaine Leray, a su vez, en Una caperucita roja, redescubre esta historia donde esta niña más moderna, sabedora de sus derechos, no se amedrenta ante el lobo feroz y es capaz de vencerlo por medio de la astucia.
Así, ante la falsa creencia de que los cuentos infantiles que tienen un aprendizaje escondido entre líneas son aburridos; que las fábulas están pasadas de moda, y que a los niños de hoy se les debe atrapar con mecanismos más allá del texto e ilustración, estos ejemplares demuestran que lo importante es no brindar textos fáciles o complacientes, pues cuando un niño deja de percibir un riesgo (en su lectura y en la historia) se siente defraudado: los niños quieren sentirse grandes y si el libro que les ponemos enfrente los hace saber que siguen siendo infantes, entonces ellos preferirán hacer algo más que les permita cumplir su objetivo: ser, por unos instantes, adultos.
No debe olvidarse que así como los hijos imitan a sus padres al rasurarse un ilusorio bigote o tomando un portafolio para aparentar que van a trabajar, así a los pequeños lectores les agrada encontrarse con palabras desconocidas, con temáticas que les son inquietantes, que los emocionan y les hacen saborear ese platillo que nadie les ha digerido para ayudarlos, al que aparentemente sólo los adultos tienen acceso.
Estos nuevos clásicos apelan a conquistarlos por las historias, por demostrar que incluso esta generación que privilegia la fugacidad y el exceso de imágenes (cuyos integrantes, se cree, no podrán concentrarse en un texto que no sea interactivo), es un público ávido de temáticas interesantes, que les hagan erizarse de miedo, que les permitan burlarse del mundo adulto, que les dejen sentirse libres.
Estos nuevos clásicos son una oportunidad para regresar a la infancia, pero también para inmiscuirnos en un mundo que trasgrede con tal de recuperar el orden, donde no importa si un padre vende a su hijo con tal de hacerse de ocho chelines, o si lo guisa como estofado, sino que nos demuestran que la diversión es lo principal, pero no por ello se olvida de la moraleja, de los mensajes entre líneas, ni de los viejos clásicos.
Estos nuevos clásicos son, además, una clara muestra de que los niños ya no son tan inocentes y por ello no hay nada mejor que ofrecerles retos, y si estos van empastados, mucho mejor.
* Publicado en revista Bicaa'lu, diciembre 2011.
Descubrimientos, de Clarice Lispector
Los diarios (ahora los blogs) son la forma de descubrir a los escritores en su faceta menos conocida, es decir en su intimidad. En estos cuadernos, los autores apuntan situaciones cotidianas, revelan manías e influencias. Algo similar ocurre con la obra periodística, las columnas y artículos de opinión, cuando se reúnen en un tomo. Muestra de ello, son las crónicas (término demasiado amplio para describir estos textos) que Clarice Lispector (Chechelnyk, Ucrania 1920-Río de Janeiro 1977) publicó todos los sábados en el Jornal do Brasil de 1967 a 1973 y que se reúnen en dos tomos: Revelación de un mundo y Descubrimientos.
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Ted Hughes, el poeta que quiso recuperar la intimidad de sus propios sentimientos*
Edward James (Ted) Hughes (Mytholmroyd, 1930-Londres, 1998) nació en los mismos páramos que la legendaria Emily Brönte, autora de Cumbres borrascosas. Debido a su rebeldía y a la mitología alrededor de él, su vida y sus mujeres, lo llegaron a apodar el Heathcliff de la poesía, en honor al personaje de dicha novela. Sin embargo, más allá de esto, Ted Hughes se hizo famoso por sus poemarios que se convertían en best sellers al salir al mercado, mismos que le valieron ser nombrado Poeta Laureado en su país.
La poesía de Hughes (su vida incluso), además, está marcada por su relación con la poeta Sylvia Plath, su primera esposa. Asimismo, el suicidio de ésta, así como el de su hijo provocaron que los poemas de este autor se analizaran desde un punto de vista morboso, tratando de hallar en ellos las causas de estas muertes. A pesar del escarnio que los críticos hicieron de él, Ted Hughes pocas veces contestó a estos ataques, y las pocas ocasiones que lo hizo fue para defender a Plath, a quien han tachado de neurótica y loca. Quizá por ello decidió publicar el poemario Cartas de cumpleaños, una larga relación de hechos de su vida al lado de Plath: desde el momento cuando la conoció hasta el día de su muerte y las posteriores visitas fantasmales que le hizo al poeta.
Esta situación, que ha dejado de lado el valor de la poesía de Hughes, ocasionó que incluso su hija, Frieda Hughes, poeta y pintora, escribiera unos versos desgarradores respecto a la relación de sus padres y la posterior saña de los críticos: “Mientras sus madres descansan en sus tumbas / recortadas con verdes guijarros y flores / en un bote de mermelada, [ellos] desenterraron a la mía […] // Al salir del horno ya la habían destripado, pelado y aderezado. // La llamaban suya”.
Aunado a esto, la obra de Hughes ha sido poco traducida al español, por lo que El azor en el páramo es una valiosa recolección de parte de su poesía, que muestra el por qué es un autor de éxito en Inglaterra y también por qué se le sigue estudiando, editando y leyendo.
El azor en el páramo recoge 68 poemas que abarcan la obra de Hughes, mismos que dan una idea de los intereses (religiosos, místicos) del autor. Asimismo, permiten conocer a un hombre cuyo único deseo, según dijo en una entrevista, era recuperar la intimidad de sus propios sentimientos y conclusiones sobre Plath para evitar que los contaminaran: “Cada obra de arte surge de una herida que hay en el alma del artista […] Cuando una persona recibe una herida, su sistema inmunitario entra en acción y se produce el proceso de autocuración, mental y físico […] Hay artistas que se concentran en la expresión del daño, la sangre, los huesos, la explosión del dolor, para levantar y sacudir al lector. Y hay otros que apenas mencionan las circunstancias de la herida; lo que les preocupa es la curación”, dice en el espléndido estudio introductorio.
Ahora bien, los poemas dan cuenta de un punto de vista reflexivo y que es capaz de hallar la maravilla en la cosa más común. Por ejemplo, al visitar un zoológico y ver al jaguar en su jaula, apunta el poeta: “Gira junto a los barrotes, aunque no hay jaula que pueda con él / Como no hay celda que aprese al visionario: / Su zancada es el páramo de la libertad: / El mundo rueda bajo el largo impulso de su talón / Que allega los horizontes al suelo de su jaula”. Así, el poeta consigue que lo exterior del mundo se expanda al interior de la jaula, debido a que el jaguar es una especie de Dios que resulta la medida de las cosas. Por decirlo de otra forma, no es el mundo quien alberga al animal, sino que éste existe gracias que en cada paso el jaguar lo recrea.
Esta idea, además, es recurrente en la cosmovisión de los animales según Hughes, pues cuando pasa revista al azor, el ave se convierte en Dios al enunciar la realidad: “¡Qué bien me vienen estos árboles altos! / La fluidez del aire y el rayo del sol / Son una ventaja para mí; / Y la tierra alza su rostro para que yo lo escrute. // Mis garras se aferran a la corteza áspera. / Hizo falta toda la Creación para producir / Cada una de mis patas, cada una de mis plumas: / Ahora apreso la Creación entre mis garras […] El sol está detrás de mí. / Nada cambió desde que empecé. / Mi mirada no permite ningún cambio. / Y voy a mantener las cosas tal y como están”.
Es decir, Hughes nos muestra un mundo en donde el hombre es un elemento más, pero no el principal; un sitio donde el punto de vista es lo que otorga la grandeza a cada una de las cosas existentes: “El mar grita con su voz sin sentido / Tratando por igual a sus vivos y a sus muertos, / Hastiado probablemente de la apariencia del cielo / Tras millones de noches sin poder / Conciliar el sueño, realizar su propósito, autoengañarse”.
Aunado a estas temáticas, El azor en el páramo también da cuenta de la influencia que Sylvia Plath tuvo en Hughes, quien en cada poema donde escribe sobre ella muestra el inmenso amor que le tuvo y hace un balance (tal vez demasiado objetivo) de lo que fue su matrimonio: “Eras como una fanática religiosa / Pero sin dios –incapaz de rezar. / Querías ser escritora. / ¿Querías escribir? ¿Qué había en tu interior / Que necesitase contar una historia? / La historia que precisa ser contada / Es el Dios del escritor, el que emergiendo del sueño / Te pide de un modo inaudible: ‘Escribe’. / Escribir, ¿qué?”.
Así, esta recopilación es una obra que muestra a un autor que debiera ser más leído, no sólo por sus descubrimientos estéticos y lingüísticos, por sus temáticas y por el aura de misterio que lo rodean, sino por el encumbramiento de los animales, los objetos, las cosas que permiten vislumbrar el mundo, el universo, desde una perspectiva inusual que hacen sino más hermosa nuestra realidad, sí más estrujante. El resultado haría feliz a Plath, quien en uno de los poemas se le aparece ya muerta a Ted Hughes y según él le pide: “Y me hablaste –apremiante, sobrecogedora como una voz familiar / Surgida del tumulto de un río, cercana, urgente, / Rotunda: ‘Ésta es la última vez. La última. Así que ahora / No me falles’”, y Ted Hughes no le falló.
Hughes, Ted (2010), El azor en el páramo, Traducción, introducción y notas de Xoán Abeleira, Madrid, Bartleby Editores, 428 páginas.
martes, 10 de abril de 2012
Sobrevivir al Distrito Federal*
Existen dos formas de leer Enseres de supervivencia, de Hugo César Moreno Hernández (Distrito Federal, 1978): desde el drama o desde la ironía. Pongo un ejemplo: “La filosofía no explica cómo uno logra ser tan pendejo”. Esta frase del cuento “Carne femenina sin mujer” bien puede ser dicha por un hombre antes de morir o por un bufón de sí mismo. Pero, ¿cómo saber cuál es la manera exacta de interpretar los 16 cuentos que forman este libro? Uno: conociendo al autor; dos: atendiendo las manías y defectos de los personajes de estas narraciones.
Así, en un balance, los protagonistas son hombres muy afeminados, pues lloran a la primera provocación y se hacen los mártires por amores que se han ido. Su destino no depende de ellos, sino de las mujeres que los abandonaron sin importarles lo que pasaría después. Son además, algunos de ellos, poetas que creen que en el hablar pomposo han de reivindicar su causa, pero precisamente este discurso es el que los convierte en seres patéticos: “Si escribiera cada una de mis reflexiones ya sería autor prolífico y quizá hasta con dulces chispas de literatura supurando entre las letras del dolor”, sentencia el protagonista de “Por este amor decapitado”.
Además, son personajes afectados por su entorno y quienes aún son lacerados por el autor, quien se ensaña con ellos y los convierte en piltrafas, de ahí que cuando uno de estos hombres ha caído en la desgracia, Hugo César remata esta mala suerte con descripciones llenas de humor negro que convierten el drama en algo tragicómico: “Era el poeta del maíz y el nopal, el gran relator de la grandeza perdida de los mexicanos, huasteco hasta la médula, cantor del sueño prehispánico. En sus sueños más preclaros se relacionaba con las águilas, con la luna y con la tierra. Una maravilla pues”, se mofa en “El andariego estelar”.
Estos cuentos son, por decirlo de algún modo, una sátira del hombre macho a quien no le importan los desamores, que los cura con un trago de tequila; que al salir con los amigos a beber, a drogarse, logra olvidarse de todo. Quizá el mejor ejemplo de ello es el cuento “Forzar al destino”, donde un muchacho regresa a los rumbos de una exnovia tratando de encontrarla, pues después del abandono ha anidado una tendencia a la venganza que no ha podido satisfacer. Anhela verla gorda, con hijos, destrozada, pero quiere la suerte que al encontrarla no sea eso, sino una rechoncha, pero aún con cierta belleza, quien además ha dejado de ser virgen con otro y no con él, pero que está dispuesta a prestarle su cuerpo por unas horas. Así, el protagonista logra llevarla a un hotel y tener sexo con ella de todas las maneras que imagina. La penetración, casi violación en algunos momentos, es la venganza de este hombre quien sigue enamorado y que frente a sí tiene un cuerpo que se deja ir sin decir un “te amo” o, más importante aún, un “te extrañé”. Así, como si los papeles estuvieran invertidos, el hombre es el único engañado al final de la narración. “La venganza es un plato que se sirve frío”, repite como una especie de mantra, pero no sabemos a quién se le enfrió primero el platillo: si al cazador o a la presa.
Tal vez, el cuento “Reina blanca, reina negra” sea el que resuma el contenido de Enseres de supervivencia en una imagen de un juego de ajedrez: El peón queda junto a la reina, pero no puede darle jaque. Es contranatural, se nos advierte. Lo que procede es que el peón se sacrifique y llegue a la primera línea para coronarse. Eso hablaría de un buen jugador, pero ni eso evitará que la reina-mujer-amante-exnovia lo mire “altiva, superior, creando anhelos, barriendo arrabales, despidiendo esclavos, condenando a los arribistas, aplastando a los peones”.
La mujer, en los cuentos de Hugo César, es el ser soberbio que da o quita la vida y las esperanzas. No importa, incluso, que los personajes la desprecien, pues en su interior sólo buscan que estas mujeres se muevan para ellos tenderse a su paso. Es decir, cuando uno de los protagonistas dice que nunca podría hacerle el amor a una mujer gorda, pues no tendría el valor para montar unas grupas monumentales, sabemos que si al siguiente instante se le ofrece una mujer elefantina ha de sucumbir a las hormonas y terminará en medio de sus carnes: “Me acosté junto a ella y besé su cuello, sus labios, sus senos y la volteé de manera que sus nalgas me quedaran en el pecho. Lamí sus nalgas. Eran enormes. Habían crecido desde mi ausencia. Las mordí con envidia. Lamí hasta escaldarme la lengua”, claro, sin aceptar que ha sido derrotado por sus deseos de amor y no carnales: “¿Hacer el amor? Eso no era hacer el amor, era venganza”.
Enseres de supervivencia, así, es un falso libro machista que en el desprecio a la mujer demuestra la necesidad de tener una al lado. Es también un recorrido por la ciudad de México, con sus vagones de Metro llenos de seres monstruosos, con sus seres marginales, sus drogadictos, sus snobs. Es un libro cuyas historias muestran el lado oculto de los hombres: la sensibilidad que se presta para el drama, pero también para la broma. Es un libro cuya mayor apuesta es utilizar un lenguaje directo que reivindica la ironía, tan ausente hoy de la literatura mexicana.
Moreno Hernández, Hugo César (2011), Enseres de supervivencia, Cofradía de Coyotes, Cd. Nezahualcóyotl, 160 páginas.
* Publicado en Adefesio.com
martes, 27 de marzo de 2012
La zapatería del terror, de Pedro F. Miret*
En junio de 2001 se publicó Paisajes del limbo, antología en la que Mario González Suárez seleccionó a varios escritores “que nada tienen que ver con lo que hasta ahora se ha creído el tema preponderante de nuestros cuentistas y novelistas”. Entre ellos se encontraba Pedro F. Miret con un cuento divertido, mordaz, lleno de puntos suspensivos y que mostraban a un escritor con toques kafkianos, pero quien al mismo tiempo hacía de la burla una forma de alejarse de lo trágico y conformar una literatura singular. El texto era “La zapatería del terror” y se aclaraba que era uno de los cuatros relatos incluidos en un libro con el mismo nombre. Años antes, en 1997, Conaculta había reeditado Esta noche… vienen rojos y azules en su colección Lecturas mexicanas, por lo que la obra de Miret era conseguible, e incluso, si se buscaba en librerías de viejo, podían hallarse los tres libros restantes de este español: Prostíbulos, Rompecabezas antiguo e Insomnes en Tahití. Sin embargo, La zapatería del terror era una joya a la que muy pocos tenían acceso. Por ello, el rescate que hizo de este cuentario el propio González Suárez a su paso por la Dirección de Publicaciones del Conaculta fue bien recibido.
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* Publicado en Librosampleados
Entrevista a Jaime Mesa sobre Piezas cambiantes*
En Piezas cambiantes. Escritores en Puebla frente al siglo XXI (2010), Mesa se centró en su Puebla natal y construyó una antología para la cual seleccionó a 30 autores nacidos entre las décadas de los 60 a los 80, de los cuales 28 respondieron a su convocatoria (algunos sólo le enviaron un texto). De entre ellos, por lo que se ve en este libro, unos fueron cuidadosos en sus escritos, mientras a otros no les interesó que sus cuentos y ensayos incluyeran erratas (mínimas, pero erratas). Sin embargo, Piezas cambiantes… es una antología sólida, que nos muestra un panorama vivo de la actual narrativa poblana.
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Piezas cambiantes. Escritores en Puebla frente al siglo XXI, compilador Jaime Mesa*
Una antología no sólo es la reunión de excelentes textos, sino también una apuesta que denota a quienes la integran y a quien los reúne dentro de un solo libro. En este sentido, Piezas cambiantes. Escritores en Puebla frente al siglo XXI muestra a un compilador, el escritor Jaime Mesa, preocupado por reunir a tres generaciones de creadores radicados en Puebla (de los sesenta a los ochenta). El resultado fue una antología que retrató a sus integrantes tanto por sus cuentos o ensayos, como por su pensamiento en torno a la difusión de su obra.
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Raymond Carver: un poeta en cuerpo de narrador*
El 2 de agosto de 1988, en su nueva casa de Port Angeles, a las 6:20 de la mañana, moría Raymond Carver. A su lado se encontraba su segunda esposa, la poeta Tess Gallagher. Carver ya gozaba de prestigio, incluso su forma de escribir cuentos se había convertido en un adjetivo: “fulano escribe carverianamente”. ¿En qué consistía ese estilo? Imaginemos una noche de tormenta, donde la lluvia cae constante y el sonido ya es una costumbre. De pronto, suena un trueno, el ruido de la lluvia se apaga y al caer el rayo la noche se ilumina dejándonos ver todo lo que hay alrededor. Se tiene la impresión de que se ha estado frente a una revelación. Así es Carver: una revelación en medio de la cotidianidad de sus personajes. Sin embargo, el narrador que muchos admiraban empezó su recorrido por la literatura como poeta…
Dicen que a los 18 años Carver trabajaba en una farmacia, era el muchacho que llevaba y traía recados. Una tarde, un cliente entró y le regaló un par de ejemplares de las revistas Poetry y The little review: “A lo mejor un día escribes algo y no sabes dónde mandarlo”, le habría dicho. A partir de ese día, tras leer y releer a los autores que esas dos revistas contenían, Carver escribió poesía y no pararía durante toda su vida. Es más, su primera publicación sería el poema “El aro de latón”, que apareció en la revista Targets.
Pero, ¿de qué va la poesía de Raymond Carver? El libro Todos nosotros nos puede dar una idea. En él encontramos a un autor (“Ray”, le dicen, se nombra) que a la par de su biografía se muestra como un hombre sensible e irónico. Así recorre su infancia y su primer matrimonio, su divorcio y su enamoramiento de Tess Gallagher, así como los últimos días al lado de ella. Su alcoholismo, sus manías, sus recuerdos, se muestran de una forma despiadada, como si su escritura no fuera sino un juicio íntimo donde pocas veces saldrá bien librado.
Por ejemplo, dice respecto a su hija: “Llevas tres días borracha, me dices, / cuando sabes jodidamente bien que la bebida es veneno / para nuestra familia. ¿No te servimos de ejemplo / tu madre y yo? Dos personas / que se querían a golpes, / que acabaron a golpes con el amor que se tenían, vaciando vaso tras vaso, / maldiciones, desgracias, traiciones”. O en “Ante una vieja fotografía de mi hijo” señala: “Es la expresión que esperaba no volver a ver / otra vez. Quiero olvidarme de ese chico / de la foto -¡ese idiota, ese bravucón! // ¿Qué hay para cenar, mamá? ¡Rápido! / Oye, vieja, levántate, ¿por qué no te levantas? […] Puede que se la envíe a tu madre, suponiendo / que todavía esté viva por algún sitio y el correo se la haga llegar / a este lado de la tumba. Si es así, reaccionará / de manera diferente ante ella, lo sé. Tu juventud y / belleza, eso será lo único que verá y celebrará. / Mi niño guapo, dirá. Mi maravilloso hijo”.
De esta forma, los poemas son pequeñas fotos de la realidad, instantes que tras un hecho banal se convierten en algo maravilloso con una sola palabra. Por ejemplo, en “Uno más”, Carver recorre la vida de un poeta que se levanta y cuando está dispuesto a escribir algunos versos recuerda todos los pendientes que tiene: contestar cartas, dedicarse a asuntos familiares, “limpiar la mesa” y a eso se dedica durante toda la jornada. Sin embargo, al llegar la noche, se pone frente a la hoja en blanco y es incapaz de recordar el poema que escribiría: “Así son las cosas. Poco más se puede decir. ¿Qué se / puede decir de un hombre que prefirió hablar por teléfono / todo el día y escribir cartas estúpidas / mientras sus poemas quedan desatendidos, / abandonados o, / peor aún, sin empezar? Ese hombre no los merece / y no deberían acudir a él de ninguna de las formas. / Sus poemas, si llega alguno más, / deberían comerlos las ratas”.
Todos nosotros es una nueva forma de conocer a Raymond Carver, de convencernos, tal como dice Tess Gallagher, que “Carver no escribe poesía de manera circunstancial entre relato y relato, más bien al revés: la poesía es para él un cauce espiritual del que se desvía para escribir relatos”. Es también un libro que refleja a un hombre preocupado porque la cotidianidad no deje de ser deslumbrante, pues es la única forma de lograr la felicidad. Quizá por ello, entre esos trastes sucios y carteras, fotos y vecinos cortando el pasto que aparecen en este tomo, el lector puede llorar ante la intensidad de las palabras de Carver. Sirva como punto final el poema que escribe a punto de morir, “Propina”: “No hay otra palabra. Pues eso es lo que fue. Una propina. / Una propina, estos diez años. / Vivo, sobrio, trabajando, amando / y siendo amado por una buena mujer. Hace / once años le dijeron que [a él] le quedaban seis meses de vida / si seguía así. Y que por ese camino / no llegaría sino al fondo. De modo que cambió / su modo de vida. ¡Dejó de beber! ¿Y el resto? / Después de eso, todo fue una propina, cada minuto / hasta ahora, incluyendo el momento en que se lo dijeron, / bueno, aunque hubo cosas en su cabeza que se vinieron abajo / y otras que empezaron a formarse. ‘No lloréis por mí’, / les dijo a sus amigos. ‘Soy un hombre con suerte. / He vivido diez años más de lo que yo o nadie / esperaba. Pura propina. Y no lo olvido’”.
Carver, Raymond (2007), Todos nosotros. Poesía, Madrid, Bartleby Editores, 272 páginas.
* Publicado en Adefesio.com
Ser infiel sin mirar con quién*
La infidelidad nos genera una sonrisa cómplice. Claro, cuando uno no es el cornudo. Por ello, hay muchos chistes de engaños amorosos y en todas las reuniones no falta uno de infieles y uno de gallegos. Por lo mismo, crear nuevas escenas graciosas al respecto es muy difícil. Así, Bernardo Fernández, Bef, en ¡Cielos, mi marido!, nos advierte: “Pocas cosas son más complicadas hoy en día que ser divertido. Y ser original se antoja poco menos que imposible. Debido a lo anterior deliberadamente renuncié a lo segundo y decidí no buscar ningún hilo negro. Al contrario, me busqué el chiste más viejo y sobado del mundo, el del marido cornudo que encuentra a su mujer con su antagónico, para contarlo en varios cartones”.
Bef (Ciudad de México, 1972), quien ha explorado varios géneros literarios (ciencia ficción y policiaco, sobre todo), en ¡Cielos, mi marido! vuelve a su pasión por el comic y entrega caricaturas que pueden parecer repetitivas, pero que al paso de las hojas descubren una mirada irónica y políticamente incorrecta.
Al inicio se descubre a la esposa del mago quien lo engaña con el conejo del sombrero de copa, después a la española que le pone los cuernos al torero (metafóricamente gracioso y cierto) con el toro de Lidia, y más adelante a la mujer del cazador en la cama con el león. Pero a partir de ese momento, los dibujos comienzan a tener un referente histórico, político y ético que resulta hasta incómodo para el lector: una hippie engaña a su pareja con un punk, Batman es descubierto junto al Guasón por Robin y Borola Burrón yace en la cama con Toby (un niño, cabe destacar) cuando don Regino llega a casa tras cortar el cabello a sus clientes. En algunos otros cartones aparecen Trotsky junto a Frida Kahlo y Diego Rivera o Don Quijote, Sancho Panza y Rocinante.
Bef, con este pequeño libro, no sólo repite el tema de la infidelidad y lo renueva, sino que consigue que sus dibujos se conviertan en un objeto incómodo que lleva a la reflexión de la mejor forma: a través de la risa.
Fernández, Bernardo (2011), ¡Cielos, mi marido!, Editorial Resistencia, México.
*Publicado en Adefesio.com
viernes, 9 de marzo de 2012
Olvidar el futuro, de Agustín Ramos*
Olvidar el futuro, de Agustín Ramos, es una crónica valiosa y descarnada de estos “días de tragarse la furia y cerrar los ojos para sobrevivir al vértigo”.
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Reinventar la historia familiar como forma de salvación*
Ronaldo Correia de Brito (Ceará, Brasil, 1951) ganó en 2009 el Premio San Pablo de Literatura, el más prestigiado que otorga el estado brasileño, con su primer novela: Galilea. Este libro, de múltiples lecturas, narra la historia de una familia, una estirpe y un poblado. También, es un reencuentro con la tradición literaria de ese país, una ruptura con los grandes maestros (Guimaraes Rosa, Clarice Lispector), y la reinvención de una tradición. Además, es una obra maestra que nos muestra que “cuando nos distanciamos de nuestro origen, el reencuentro con el pasado es doloroso, casi imposible”.
La historia comienza en una camioneta, donde viajen tres primos: Adonias (el narrador), David e Ismael, quienes se dirigen a Galilea para ver a su abuelo Raimundo Caetano, un patriarca que fundó un pueblo y quien está a punto de morir. El viaje, que semeja una road movie, podría ser fascinante, llenó de anécdotas, pero el recuerdo de los pecados de familia, de las historias que siempre se ocultaron, provocan una tensión sexual entre estos familiares: al parecer Ismael violó a David siendo niños, y Adonias (un heterosexual con esposa e hijos) fantasea con el primo indio que todos desprecian: Ismael.
Así, el camino a Galilea es la confrontación con el pasado, al mismo tiempo que es un cuestionarse las tradiciones del sertón brasileño. Por ello, en algún momento, los primos hablan sobre los nombres de árboles y aves que les hicieron aprender de niños y los cuales pueden recitar de memoria, pero sin poder identificar el árbol o el pájaro al que se refieren. Además, estos primos que vuelven por obligación a ver al abuelo, saben que él los desprecia y que tras su vuelta al terruño de infancia, se esconden otras intenciones (que los admiren, encontrar el camino a seguir o permanecer en el único lugar donde se sienten a salvo).
Con una prosa visual, Galilea es una novela que se vuelve entrañable por la forma como está narrada: “Para el abuelo Raimundo Caetano somos una banda de débiles, huimos en busca de las ciudades como las aves migratorias vuelan hacia el África”, dice en algún momento Adonias, y a partir de ese sentimiento de rechazo, comienza a reinventar la historia de su familia con tal de hallar un poco de esplendor en medio de la traición y violencia que permea a esa dinastía: “Disconformes con la crónica mediocre de nuestra trayectoria hacia el Brasil, sin héroes ni bravatas en ultramar, novelamos las vidas comunes de la familia, inventamos personajes y remendamos en ellos pedazos de narraciones, dramas y farsas de la tradición oral y de los libros clásicos“.
Sin embargo, Adonias no deja que la nostalgia convierta estas añoranzas en mentira: “Olíamos el paño, viajando en recuerdos de rosas, claveles, jazmines, miel de abeja, inventando lo que ni de lejos sentíamos, pues el damasco viejo y sucio hedía a guardado, pedos y humo”, dice cuando quieren hacerle creer que el pasado era bueno y no una realidad grotesca. Y este afirmarse en tierra lo consigue pensando como un viejo, con la sabiduría que aunque no quiera le enseñaron en esa tradición de la cual ahora reniega. Por lo anterior, puede sentenciar filosóficamente: “Dormí como duermen las piedras, sin sueños” o puede perfilar claramente una imagen que parece una revelación: “Ismael sufrió un leve temblor en el cuerpo, igual a los peces cuando muerden la carnada y no logran librarse del anzuelo”.
Galilea es una novela memorable, que narra la travesía de Adonias en busca de su pasado y de las respuestas que le ayuden a afirmarse como hombre en el presente. Es la historia de este hombre quien mete la cabeza, peligrosamente, en las tradiciones que por algo habían sido ocultadas y por ello puede que se pierda en el camino: “Ya no sé qué dirección tomar. Hasta hace muy poco tiempo, el mundo alrededor de mí era comprensible y amable. Ahora, su significado se me escapa por completo”.
Ojalá pronto lleguen a México las traducciones de los dos libros de cuentos de Correia de Brito, pues eso permitiría asomarnos en una de las tradiciones literarias más ricas de toda América, así como profundizar en este autor que será una revelación para quien lo lea.
Correia de Brito, Ronaldo (2010), Galilea, Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 308 páginas.
* Publicado en Adefesio.com
martes, 21 de febrero de 2012
Entrevista con Alejandro Toledo*
En la literatura mexicana es poco el contacto entre el reseñista o crítico literario con el autor de una obra. Sus caminos se cruzan gracias a cierto libro editado y si la reseña es favorable pueden llegar a ser grandes amigos. Por el contrario, si la crítica es adversa, el autor irá por la vida con un rencor que le carcome cada uno de sus comentarios respecto de ese crítico.
En esta entrevista, Alejandro Toledo, tras leer la reseña de Rogelio Pineda sobre el libro Mejor matar al caballo, lo reta a ponerse los guantes. Un hecho poco usual en la literatura mexicana (sobre todo considerando que el reto no se da en una cantina y al calor de algunos jaiboles):
Acá toda la historia...
* Publicada en Librosampleados
El desconcierto que invade la realidad*
En América Latina se tiene una gran tradición de literatura fantástica, desde Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, en Argentina, hasta Francisco Tario y Amparo Dávila, en México. Sin embargo, esta rama literaria tiene su origen en la literatura anglófona de hace un par de siglos, donde el terror, el misterio y lo inexplicable se hacían presentes en la cotidianidad de los personajes e invadían su mundo hasta provocarles más que ligeros estremecimientos.
Así, “lo fantástico” se basa en que un hecho extraño, cuya procedencia se desconoce, aterriza en la vida de un hombre y la altera logrando, la mayoría de las veces, consecuencias funestas para el protagonista. Todo esto sin que el lector ni el personaje tengan claro qué ha pasado ni se explique el fenómeno fantástico.
Relatos fantásticos, de Iván Turguéniev (Rusia, 1818-Francia, 1883), sin embargo, es una serie de nueve cuentos en donde al final se explica el origen real de lo fantástico y se atribuye el hecho a sueños, a influjos mentales o a bromas de alguno de los personajes. A pesar de ello, los cuentos no dejan de asombrar y provocan que el lector esté al borde de la página anhelando conocer el desenlace.
En “El sueño”, por ejemplo, un hombre sueña con otro a quien le atribuye ser su verdadero padre. Al despertar y deambular por la ciudad se encuentra con el hombre soñado y le hace plática para despejar las dudas que dormido tuvo. Entonces el supuesto padre comienza a cuestionarlo sobre detalles en específico y cuando ha conseguido la curiosidad del joven, desaparece. A partir de ese instante, la vida del protagonista y de su madre han de cambiar por la reaparición del hombre que un día se aprovechó de ella, le engendró un hijo y le robó un anillo que da fe del hecho. Si el hombre misterioso es un fantasma, un espectro o un muerto, es algo que deberán averiguar los protagonistas.
Por su parte, en “El relato del padre Alexéi” se muestra a un viejo apesadumbrado que cuenta la historia de su hijo: el joven un día comenzó a ver una sombra quien lo impulsaba hacia lo malvado. Por ello, abandonó estudios y regresó a la casa paterna con un carácter hosco y meditabundo. Y cuando parecía que había encontrado la felicidad gracias a una mujer, todo se vino abajo debido a esta sombra demoniaca, quien ni siquiera lo abandonó tras ir en peregrinación y rezar por su bienestar.
O en “La canción del amor triunfante (MDXLII)”, donde se narra la vida de una pareja de amigos que se enamoran de la misma mujer. Tras disputarse su amor, uno se casa con ella y el otro se va del país hasta que su impulso amoroso lo abandone. Sin embargo, tras haber recorrido Oriente y otras exuberantes tierras, un día vuelve y se instala en casa del matrimonio. Ahí, a través de hechizos logra entrar a la habitación nupcial y tomar por la fuerza (y en sueños) a la mujer aún amada. Todo esto, de la mano de un ayudante mudo que más que ayuda de cámara es un brujo enamorado de la vida de su “amo”.
En “Toc, toc, toc (un estudio)”, quizá el cuento más ruso del volumen (por su ambiente y el talante reflexivo de los personajes), el lector asiste a un engaño que desencadena la locura en un militar: un amigo finge dormir y empieza a tocar en un muro hasta que el militar piensa que algo o alguien lo llama. Al salir a averiguar descubre que una voz lo nombra y lo atribuye al fantasma de una mujer a quien le prometió amor y no le cumplió.
Así, Relatos fantásticos es un excelente libro cuyo mayor defecto es el título, pues para un latinoamericano resultará incomprensible que en un cuento fantástico se explique que lo anormal no es sino un equívoco o una alucinación que tiene una razón de ser. Sin embargo, la maestría de Turguéniev queda demostrada en la mayoría de estos relatos que deslumbran por su imaginación y por la forma en que adentran al lector en la psicología de los personajes. Es decir, si el volumen simplemente se llamara Relatos, no tendría ningún pero.
Turguéniev, Iván (2010), Relatos fantásticos, Buenos Aires, Adriana Hidalgo editora, 404 páginas.
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El grito de un hombre, de Ximena Ruiz Rabasa*
El grito de un hombre es un libro cuyas referencias históricas son precisas y no requieren identificarlas para gozar los textos. Es, además, un libro que muestra a una autora que está en busca de una voz particular, pero que en estos ejercicios narrativos demuestra que va por muy buen camino.
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La verdad sobre mis amigos imaginarios, de Adriana Azucena Rodríguez*
La verdad sobre mis amigos imaginarios es una poción que deberá elegir a sus lectores. Para algunos podrá parecer amarga; para otros, dulce; pero para ninguno será indiferente. En gran medida, esto se debe a lo dispar de las temáticas y calidad de los textos.
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miércoles, 8 de febrero de 2012
Entrevista con Iván Ríos Gascón*
(...) En tu novela Luz estéril, así como en este libro, la música tiene una fuerte presencia, ¿cuál es tu relación con la música y por qué te gusta ponerle un sountrack a tus escritos? ¿Es premeditado esto?
Toda historia merece un soundtrack. De hecho, todo el mundo lleva en la memoria una sicofonía que mirifica o ensombrece un instante de su vida. ¿No te has dado cuenta que una canción te recuerda algo o a alguien? ¿Que cierta copla o percusión te remite a un recuerdo que, en ocasiones, permanecía oculto y vuelves sobre un episodio grato o doloroso? Bueno, la música es parte esencial de la memoria. Como un olor o una palabra, todos traemos una banda sonora bajo el brazo. ¿Recuerdas aquel spot de Luis Gerardo Salas en la primera etapa de Rock101?… “El soundtrack de la película de nuestras vidas”
Incluir música en mis textos no es premeditado. Sólo es algo que sucede pues cuando la vocecita interior me susurra lo que hay que escribir, generalmente viene con un ruido de fondo. (...)
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* Publicado en Librosampleados
Morir más de una vez, de Álvaro Uribe*
Scherezada relata cuentos y retrasa el final para no morir. En “Un milagro secreto”, de Borges, el instante en que el pelotón fusila a un hombre, el tiempo se detiene y el futuro muerto puede terminar de escribir su obra magna. En Morir más de una vez, de Álvaro Uribe, ocurren las dos cosas o quizá ninguna: tres amigos viajan en auto por una carretera de Francia. De pronto uno de ellos se sienta al volante y empieza a acelerar sin medir las consecuencias. Todo va bien (la emoción, la adrenalina) hasta que al salir de un columpio de la carretera se atraviesa un tractor, chocan con él y mueren. O tal vez no. Entonces ‘Manuel Artigas’, quien es ‘Yo’, pero también es un autor que ha escrito algunos libros bajo el seudónimo de ‘Álvaro Uribe’, comienza a relatarnos que pasó con esos tres amigos en Francia, de no haber ocurrido el accidente automovilístico, antes de que él regresara a México y le detectaran cáncer y lo operaran (exitosamente) y se sometiera a una serie de quimioterapias que le haría descubrir el peso de la enfermedad (de la cercanía con la muerte) y se pusiera a escribir Morir más de una vez.(...)
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El recuerdo como forma de conocimiento*
Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973) afirma en El cuerpo en que nací: “Se dice que el giro tan conservador que dio la generación a la que pertenezco se debe en gran medida a la aparición del sida, yo estoy segura de que nuestra actitud es en buena parte una reacción a la forma tan experimental en que nuestros padres encararon la vida adulta”. Es así, como a partir de los recuerdos, la personaje de esta novela (sospechosamente parecida a la autora) escribe una biografía en la que va acordándose de su infancia y adolescencia, pero sobre todo en la que se permite irse conociendo a través de su pasado.
La protagonista tiene un lunar blanco sobre la córnea del ojo derecho y esta particularidad (que algunos nombran defecto) la hará sentirse parte de un mundo de excluidos que por eso mismo se creen diferentes al resto. Sin embargo, las memorias de esta mujer se convierten en un retrato de la generación de los setenta que creció con padres muy liberales (quienes habían vivido los excesos de la década de los sesenta; quienes pretendían deshacerse de tabúes; quienes creían en comunas hippies, en las escuelas montessori, y quienes consiguieron que sus hijos comenzarán a apropiarse de todo el mundo moral y reaccionario que sus padres quisieron eliminar).
El cuerpo en que nací es un bello recuento, sazonado por la experiencia propia y con anécdotas tal vez inventadas por la protagonista, pero por eso mismo cargado de una nostalgia gozosa. De esta forma, esta narradora va desde el momento en que observa a los padres de una de amiga teniendo relaciones sexuales sin inmutarse, hasta el instante en que los propios se divorcian y la madre se va a Francia a realizar estudios y a tener un novio, mientras el papá es encarcelado. Todo ello en medio de comunas hippies, experiencias con drogas, vivencias al lado de una enérgica abuela y el deseo de convertirse en escritora.
Esta mujer que de pronto se descubre atractiva para los hombres, que va a la cárcel a convivir con el padre, que viaja como escritora a diversos países, que recuerda a una niña vecina que ante la locura de su alrededor una noche decidió inmolarse, llega al psicólogo y le relata su vida. Pero más allá de estar en la tumbona imaginaria, escribe sobre su vida como exorcismo y se sincera ante el hermano, quien se ha enterado que piensa escribir del pasado en común: “Por primera vez en un año y medio me senté a escribir con gusto en la computadora decidida a convertir en realidad esa ‘famosa novela’. Voy a terminarla aunque me lleven a juicio o lo que sea. Será un relato sencillo y corto. No contaré nada en lo que no crea”.
Y sí, entrega el más logrado de los libros de Guadalupe Nettel. Una presunta biografía que nos hace saber de su falsedad, de que no es una biografía, en un dato nimio: la protagonista va a la penitenciaría de Santa Martha “Catitla”. De este modo, el lector debe aceptar que por más bello que sea el relato, que por mucho que la protagonista se asemeje a Nettel, El cuerpo en que nací es una novela que se cuelga de la realidad para embellecerla por medio de las palabras.
Nettel, Guadalupe (2011), El cuerpo en que nací, México, Anagrama/Colofón, 200 páginas.
* Publicado en Adefesio.com
Cuentos de atar, de Paco Pacheco*
(...) Pacheco entrega un libro de cuentos que exige la complicidad del lector, así como la ligereza para no considerar esta metaliteratura algo digno sólo de especialistas. Hay, también un afán lúdico que busca compartir la burla de todos quienes participan en el proceso de leer: lector, autor, narrador, personajes. Es además, un cuentario vanguardista que ya presagiaba lo que durante estos primeros años del siglo XXI habría de innovar cierta narrativa joven mexicana.
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*Publicado en Librosampleadoa
La Fábrica del Lenguaje, S. A., de Pablo Raphael*
(...) La Fábrica del Lenguaje, S. A., tiene por supuesto un olor a amiguismo (de qué otra forma se podría abarcar un panorama tan amplio), pero esto no impide que el análisis realizado por Raphael despeje algunas dudas de por qué la generación de los setenta está en este momento buscando definirse: lo hace porque al no haber crecido con un referente (ideología, símbolo, ídolo) hoy necesita encontrarse antes de asumirse madura. Si es cierto que el hombre pasa por tres grandes cambios (el sexual, el ideológico y el religioso), algunos de estos escritores están a punto de llegar a su conversión religiosa y con ello podrán escribir las obras representativas de su generación. Así, la sentencia que Pablo Raphael da a las novelas bien podrían definir a La Fábrica del Lenguaje, S. A.: “Las novelas no pontifican, saben hacer preguntas y son una prueba de la observación intuitiva hecha drama histórico”. A los escritores nacidos hace 40 años les toca ahora empezar a brindar sus respuestas. De mientras, Raphael ha abierto un camino por donde avanzar.
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* Publicado en Librosampleados
lunes, 9 de enero de 2012
El escritor que se convirtió en político*
En abril de 2000, Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1926) acudió al Tecnológico de Monterrey a impartir la conferencia “Literatura y política”, en el marco de la Cátedra Alfonso Reyes. Como parte de este evento, quien más tarde sería galardonado con el Premio Nobel, hizo un resumen de su vida y de sus pasiones: por un lado el lenguaje y su amor por éste, y por el otro su vida como actor político en su país (cuya culminación fue la candidatura presidencial en 1990, misma en que resultó derrotado por Alberto Fujimori).
Representante del llamado “boom latinoamericano”, Vargas Llosa comienza por cuestionarse por qué hoy se vislumbra a la literatura y a la política como dos cosas disociadas, pues en la década de los setenta y ochenta nadie se cuestionaba si debía escribir literatura o dedicarse a la política, ya que ambas eran partes de un mismo asunto: el bienestar de la sociedad. “Quienes pensaron alguna vez que podían cambiar la vida, la historia, escribiendo novelas o poemas parecen, desde la perspectiva de los escritores contemporáneos cultores de la literatura light, ingenuos, vanidosos o idealistas totalmente desconectados de la realidad”.
Así, el autor de novelas que retrataban y condenaban la vida peruana y la política de países como República Dominicana, censura a la literatura que sólo busca la belleza del lenguaje: “Yo tengo el convencimiento de que, si la literatura sólo es eso y sólo propone eso, está condenada a empobrecerse e incluso a desaparecer. No creo que proponiéndose entretener la literatura pueda sobrevivir en una sociedad en la que hay tantas maneras de divertir, distraer, apartar a la gente de la rutina cotidiana”.
Sin embargo, para rescatar a novelas como La guerra y la paz señala que éstas retratan al individuo y su sociedad, de tal forma que se vuelven políticas pero sin caer en el panfleto: “La gran literatura es grande no sólo por razones estrictamente literarias, sino porque en ella el talento, el dominio del lenguaje, la sabiduría en el uso de las formas sirven para que en nosotros se produzcan cambios, no sólo como individuos amantes de la belleza literaria, sino como ciudadanos, como miembros de un conglomerado social”.
De esta forma, Vargas Llosa establece su credo y su maridaje con la novela, de la cual asegura que está envenenada de humanidad y por lo mismo retrata incluso sus defectos: “la novela es un genero esencialmente imperfecto y, en este sentido, el más humano de todos, porque incluso da cuenta de la imperfección humana en su propia esencia”.
Por ello, Literatura y política se convierte en un mapa para entender la literatura del también Premio Príncipe de Asturias y del Premio Miguel de Cervantes, en el cual se puede rastrear la infancia que lo marcó desde el punto de vista social, hasta su etapa adulta en la cual se ha convertido en un puntilloso ensayista que desde su escritorio de novelista es capaz de discernir sobre los problemas políticos que asolan a su natal Perú, pero también a todo el mundo.
Vargas Llosa, Mario (2001), Literatura y política, México, Ariel / Tec de Monterrey, 112 páginas.
*Publicado en Adefesio.com
Antología personal, de Gonzalo Martré*
Con la llegada de Vicente Fox a la Presidencia de la República en 2000, en México la figura presidencial perdió la solemnidad y el respeto que se le tenía. Entonces, caricaturistas, líderes de opinión y periodistas comenzaron a hacer abiertamente burlas del presidente y de su círculo cercano. Más tarde, con la masificación de las redes sociales y el anonimato que éstas permiten, este libertad se extendió a la población en general, quien hoy en día puede incluso mentarle la madre al presidente sin aparente consecuencia (con excepción de algunos gobernadores que han encarcelado a tuiteros o el hombre que fue detenido después de burlarse de la muerte del secretario de Gobernación). Sin embargo, hace 15 años o más, satirizar a un político o a un personaje que estuviera cerca del poder significaba la muerte (literal o metafórica) para el “gracioso” que se atreviera. Gonzalo Martré (Meztitlán, Hidalgo, 1928) fue uno de los pocos que se atrevió y eso le valió la censura en la cual ha vivido. Leer más...
*Publicado en Librosampleados
El temor que conduce a la miseria*
Existe la falsa creencia de que leer convierte a la gente en mejores personas. Si esto fuera cierto, los escritores (quienes supuestamente leen mucho) serían tipos en quien confiar, sin embargo, al menos el personaje de Arraigo domiciliario, es un cobarde y un imbécil.
Novela que cuenta la época de desventura de un individuo de quien nunca se sabe el nombre, Arraigo domiciliario, de Óscar Escoffié Padilla (México, D.F., 1972), es una historia sobre las miserias de un joven quien con tal de no enfrentarse a los malos entendidos es capaz de llegar a la mendicidad y a olvidarse de familia, trabajo y futuro. Todo comienza cuando el abuelo del personaje llega a vivir con él e inventa chismes: al parecer al nieto le gustan las niñas y por eso las atrae regalándoles dulces. Así, el día que una pequeña aparece muerta y violada, las habladurías del abuelo parecen acusar al protagonista. Por lo anterior, cuando una turba va a lincharlo, el personaje huye de esa casa y empieza su recorrido por una ciudad que es hostil debido a las coincidencias que siempre juegan en contra de él.
Escritor de un semanario, maestro y antiguo autor publicado, este hombre es un desagradecido con las personas que le brindan su confianza: una prostituta a quien miente respecto a su identidad, un amigo que lo convierte en titular de un taller literario al que el escritor se empeñará en hacer fracasar, y un matrimonio que lo ve como héroe por brindarles unos minutos en que le muestran los versos que ha escrito la mujer (quien ahora vive en silla de ruedas).
Novela que narra la humildad de algunos personajes y la pobreza espiritual del protagonista, Arraigo domiciliario es una efectiva narración que le valió al autor el Premio Nacional de Novela (Premios Nacionales de Literatura Ciudad Ecatepec 2008 en homenaje a Enrique González Rojo Arthur). Muestra, además, la pedantería de cierto tipo de escritor que habla de miseria cuando nunca la ha sufrido y que cuando la padece se cree por encima de todos. Quizá por ello, el protagonista no hace sino criticar todo su entorno aún cuando es mejor que el caos en que vive: “Al principio prestar atención era morbosamente intrigante, luego, máxime si querías descansar, oír lo inevitable era realmente molesto”.
Sin embargo, cuando el personaje principal se convierta en un ser deleznable será cuando al fin consiga un poco de humanidad: “Un poquito de gentileza: a veces eso era todo lo que precisaba un derrotado para resistir cien batallas más”.
Arraigo domiciliario es una tragedia, es cierto, pero el protagonista es tan desfachatado que consigue que el lector ría de la mala suerte que lo persigue. Así, la novela se vuelve un retrato ameno sobre la caída de un hombre que teme enfrentar sus problemas.
Escoffié Padilla, Óscar (2008), Arraigo domiciliario, México, Verso destierro, 160 páginas.
* Publicado en Adefesio.com
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