martes, 27 de marzo de 2012

Raymond Carver: un poeta en cuerpo de narrador*



El 2 de agosto de 1988, en su nueva casa de Port Angeles, a las 6:20 de la mañana, moría Raymond Carver. A su lado se encontraba su segunda esposa, la poeta Tess Gallagher. Carver ya gozaba de prestigio, incluso su forma de escribir cuentos se había convertido en un adjetivo: “fulano escribe carverianamente”. ¿En qué consistía ese estilo? Imaginemos una noche de tormenta, donde la lluvia cae constante y el sonido ya es una costumbre. De pronto, suena un trueno, el ruido de la lluvia se apaga y al caer el rayo la noche se ilumina dejándonos ver todo lo que hay alrededor. Se tiene la impresión de que se ha estado frente a una revelación. Así es Carver: una revelación en medio de la cotidianidad de sus personajes. Sin embargo, el narrador que muchos admiraban empezó su recorrido por la literatura como poeta…

Dicen que a los 18 años Carver trabajaba en una farmacia, era el muchacho que llevaba y traía recados. Una tarde, un cliente entró y le regaló un par de ejemplares de las revistas Poetry y The little review: “A lo mejor un día escribes algo y no sabes dónde mandarlo”, le habría dicho. A partir de ese día, tras leer y releer a los autores que esas dos revistas contenían, Carver escribió poesía y no pararía durante toda su vida. Es más, su primera publicación sería el poema “El aro de latón”, que apareció en la revista Targets.

Pero, ¿de qué va la poesía de Raymond Carver? El libro Todos nosotros nos puede dar una idea. En él encontramos a un autor (“Ray”, le dicen, se nombra) que a la par de su biografía se muestra como un hombre sensible e irónico. Así recorre su infancia y su primer matrimonio, su divorcio y su enamoramiento de Tess Gallagher, así como los últimos días al lado de ella. Su alcoholismo, sus manías, sus recuerdos, se muestran de una forma despiadada, como si su escritura no fuera sino un juicio íntimo donde pocas veces saldrá bien librado.

Por ejemplo, dice respecto a su hija: “Llevas tres días borracha, me dices, / cuando sabes jodidamente bien que la bebida es veneno / para nuestra familia. ¿No te servimos de ejemplo / tu madre y yo? Dos personas / que se querían a golpes, / que acabaron a golpes con el amor que se tenían, vaciando vaso tras vaso, / maldiciones, desgracias, traiciones”. O en “Ante una vieja fotografía de mi hijo” señala: “Es la expresión que esperaba no volver a ver / otra vez. Quiero olvidarme de ese chico / de la foto -¡ese idiota, ese bravucón! // ¿Qué hay para cenar, mamá? ¡Rápido! / Oye, vieja, levántate, ¿por qué no te levantas? […] Puede que se la envíe a tu madre, suponiendo / que todavía esté viva por algún sitio y el correo se la haga llegar / a este lado de la tumba. Si es así, reaccionará / de manera diferente ante ella, lo sé. Tu juventud y / belleza, eso será lo único que verá y celebrará. / Mi niño guapo, dirá. Mi maravilloso hijo”.

De esta forma, los poemas son pequeñas fotos de la realidad, instantes que tras un hecho banal se convierten en algo maravilloso con una sola palabra. Por ejemplo, en “Uno más”, Carver recorre la vida de un poeta que se levanta y cuando está dispuesto a escribir algunos versos recuerda todos los pendientes que tiene: contestar cartas, dedicarse a asuntos familiares, “limpiar la mesa” y a eso se dedica durante toda la jornada. Sin embargo, al llegar la noche, se pone frente a la hoja en blanco y es incapaz de recordar el poema que escribiría: “Así son las cosas. Poco más se puede decir. ¿Qué se / puede decir de un hombre que prefirió hablar por teléfono / todo el día y escribir cartas estúpidas / mientras sus poemas quedan desatendidos, / abandonados o, / peor aún, sin empezar? Ese hombre no los merece / y no deberían acudir a él de ninguna de las formas. / Sus poemas, si llega alguno más, / deberían comerlos las ratas”.

Todos nosotros es una nueva forma de conocer a Raymond Carver, de convencernos, tal como dice Tess Gallagher, que “Carver no escribe poesía de manera circunstancial entre relato y relato, más bien al revés: la poesía es para él un cauce espiritual del que se desvía para escribir relatos”. Es también un libro que refleja a un hombre preocupado porque la cotidianidad no deje de ser deslumbrante, pues es la única forma de lograr la felicidad. Quizá por ello, entre esos trastes sucios y carteras, fotos y vecinos cortando el pasto que aparecen en este tomo, el lector puede llorar ante la intensidad de las palabras de Carver. Sirva como punto final el poema que escribe a punto de morir, “Propina”: “No hay otra palabra. Pues eso es lo que fue. Una propina. / Una propina, estos diez años. / Vivo, sobrio, trabajando, amando / y siendo amado por una buena mujer. Hace / once años le dijeron que [a él] le quedaban seis meses de vida / si seguía así. Y que por ese camino / no llegaría sino al fondo. De modo que cambió / su modo de vida. ¡Dejó de beber! ¿Y el resto? / Después de eso, todo fue una propina, cada minuto / hasta ahora, incluyendo el momento en que se lo dijeron, / bueno, aunque hubo cosas en su cabeza que se vinieron abajo / y otras que empezaron a formarse. ‘No lloréis por mí’, / les dijo a sus amigos. ‘Soy un hombre con suerte. / He vivido diez años más de lo que yo o nadie / esperaba. Pura propina. Y no lo olvido’”.

Carver, Raymond (2007), Todos nosotros. Poesía, Madrid, Bartleby Editores, 272 páginas.

* Publicado en Adefesio.com

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