viernes, 2 de octubre de 2009

El Cocodrilo mayor: Efraín Huerta


Efrén Huerta Romo, más tarde conocido como Efraín Huerta o El Cocodrilo, nació en Silao el 18 de junio de 1914. Hijo de José M. Huerta, quien era un apasionado de la literatura, un excelente abogado y un cumplido juez municipal; y de doña Sara, cuya fortaleza de carácter y dignidad le fueron heredados.
En Irapuato, a donde viajó por el trabajo de su padre, aprendió tipografía y si no trabajó como impresor fue porque le daban miedo las máquinas. Entonces vivía en el barrio de las Cuatro Esquinas, en cuyo mercado vendía pan. Ahí aprendió a jugar futbol y conoció las gardenias. Posteriormente, en Guanajuato, acosados él y su familia por una epidemia de tifus, vio morir a tu hermana Carmen, “Melita”, y la imagen de su ataúd cubierto de margaritas lo acompañó por siempre. Allí los alcanzó la miseria y sólo comían atole, piloncillo, frijoles y tortillas.
Tenía seis o siete años cuando llegaron a Léon, donde Efraín vendía periódicos y ganaba cinco pesos semanales, mismos que no llevaba a su casa, sino que los gastaba en zapatos de futbol.
En 1924, se mudaron a Querétaro, donde El Cocodrilo se pasaba el tiempo dibujando, jugando futbol y trabajando de gritón de la lotería. Además, se pasaba horas dibujando la iglesia de Santa Rosa de Viterbo. Alrededor de 1928 fundó en Irapuato, junto con los hermanos Prado, el semanario La Lucha, donde comenzó a publicar sus primeras columnas satíricas en contra del presidente municipal, amigo, por cierto, de su padre.
En 1930 llegó al Distrito Federal a cursar el Bachillerato de Filosofía y Letras. Gracias a que en la “perrera” de San Pedro y San Pablo, en San Ildefonso, había puros alumnos irregulares, muchachos mayores, conoció bien la ciudad. Así llegó a ver lugares de mala muerte, como el teatro María Guerrero, en el que uno de sus amigos era boletero y los dejaba entrar “de gorra” a ver semidesnudos y sketches, y donde le impresionó la bella Lulú Labastida, quien fingía desvestirse.
Entonces, durante su época de preparatoriano, Cristóbal Sáyago, el rico de la Prepa, le prestaba libros que Efraín Huerta copiaba íntegros; además que se pasaba todo el tiempo en la Biblioteca Iberoamericana leyendo. En 1933 ingresó a Leyes y tomaba clases en Filosofía y Letras, mas nunca terminó la licenciatura.
Luego descubrió el marxismo y encontró a algunos de sus mejores amigos: José Alvarado, Rodolfo Dorantes, José Revueltas. En 1935 publicó Absoluto Amor y las reseñas lo nombraron una voz nueva y estimablemente timbrada. Tenía “la negra plata de los veinte años” y comenzaba a llamarse Efraín.
Después publicó Línea del alba, libro por el que le pagaron cincuenta pesos plata. También colaboró en El Popular, Esto y en la Editorial Nuevo Mundo. Ya en ese tiempo, era gran amigo de Octavio Paz, quien trabajaba en Hacienda, a donde iba Efraín por él y lo esperaba en el patio arbolado que daba a la calle de Corregidora. Poco después participaría en la revista Taller.
En 1941 se casó con Mireya Bravo, la “Andrea Plata” de sus poemas. Posteriormente colaboró en Nuevo Mundo y La República y era redactor en Esto. Luego vinieron los viajes a Francia, Italia, Portugal, Checoslovaquia, la URSS, Hungría, Polonia, Nueva York. Años después narraría que cuando vio en París a Octavio Paz éste le echó en cara que no tuviera tiempo para escribir, y de paso lo regañó por no haber leído El laberinto de la soledad: “Siempre hay tiempo de escribir y de leer, agregó”. Corría 1950.
Se la pasaba apoyando las causas sociales, a los mineros de Nueva Rosita, Coahuila; viajando de nuevo a la URSS, a Checoslovaquia, a Polonia, a Austria, a Suiza.
En cuanto a su apodo, El cocodrilo, existen dos versiones: la primera contada por testigos y actores, quienes señalan que en 1949 se inauguró en San Felipe Torres Mochas, Guanajuato, una primaria que lleva el nombre de Margarita Paz Paredes. Ella invitó a varios amigos a la ceremonia. Contaron cuentos de cocodrilos y Huerta dijo: “Es que todos llevamos dentro un cocodrilo”. Así nació el cocodrilismo, “escuela lírica y social que en mucho se opone al existencialismo, extraordinaria escuela de optimismo y alegría”. La segunda hipótesis no tiene nada de alegre ni de optimista: la realidad se ha vuelto insoportable, la única manera de resistirla es meterse bajo la dura piel del cocodrilo: animal que soporta, persevera y no se esconde: sigue allí, bostezando o a lo mejor riéndose de nosotros. “Cocodrilismo: refutar el dolor con el humor”.
Tal vez no hacía falta, pero el que le publicara Joaquín Mortíz sus Poemas 1935-1968 le dio un nuevo vuelco a su carrera. No faltaron los homenajes e incluso la UNAM, en 1969, le grabó en un disco de su colección Voz Viva de México.
Sin fatiga alguna, fue a Cuba y a Panamá (donde ofreció un curso de poesía mexicana) y tal vez cansado, en 1973, el 24 de mayo, ingresó al Hospital de Oncología, a la habitación 602, donde el Dr. Roberto Garza le realizó una laringectomía. Perdió la voz.
A pesar de ello, nos regaló sus Poemas prohibidos y de amor, Los eróticos y otros poemas, 50 poemínimos y Circuito Interior. Todos ellos a lo largo de la década de los setenta.
En esa década recibió el Premio Villaurrutia, el Premio Nacional de Literatura, un homenaje en la Universidad de Querétaro y otro más en Chiapas. José López Portillo le entregó el Premio Nacional de Periodismo (rama cultural) y su estado le honró al crear el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta. Además, el Distrito Federal le rindió un homenaje en el que, por cierto, su amigo Jaime Sabines confesó: “Todas las mujeres se enamorarían de Efraín si no fuera tan feo el pobre”. Estampida de poemínimos, Transa Poética y Amor, patria mía marcarían lo último de su producción, en 1980.
El 3 de febrero de 1982, luego de 67 años de vida, de haber habitado por 52 años la Ciudad de México, no resistió más el no poder hablarnos. El último de enero había sufrido un paro cardiaco.
Dicen que cuando lo estaban velando entró un hombre alto y delgado y, sin mirar a nadie, se dirigió a poner una bala junto a la rosa roja que estaba sobre su ataúd. De inmediato se retiró y nadie volvió a verlo. Cuentan que sólo Efráin Huerta pudo congregar a personas tan disímiles a su alrededor. Y Mónica Mansour recuerda, que un año después de su muerte, en Milpa Alta, al pie de los volcanes, en donde fue enterrado, hubo un fuerte movimiento de tierra. Sin duda, Efraín, nunca supo estarse quieto.
Ahora bien, la poesía de Huerta puede dividirse en tres grandes vertientes: la que enarbola las luchas políticas y sociales, la amorosa y la que retrata a la ciudad de México. En esta última división, se puede decir que la geografía de la poesía de Efraín Huerta fue avanzando del centro Histórico de la ciudad de 1950 a los rumbos de Polanco al final de su vida. Así, describió el zócalo, la avenida Juárez, Reforma, las nuevas líneas del Metro y las calles de Polanco, así como a una perrita judía y a la muchacha ebria.
En tanto que de su obra amorosa, resaltan sus ejercicios humorísticos, donde, por ejemplo, en el “Manifiesto Nalgaísta, Aleluya cocodrilos sexuales, aleluya” nos dice: “Nalgaístas de todos los países subyugados / ¡OEA OEA OEA OEA uníos! / Así pues como los cocodrilos empantanados/ alma mía de cocodrilo / -claro está que soy hijo de una paloma azul / y un ancho saurio de dorado sexo / Nalgaísta hasta la médula de los huesos / (dije huesos) / hasta la marchita deseperación…” y después nos habla de una mujer a la que bien podrían decirle simplemente la Culona (esto extraído de un texto de Julio Cortázar), y remata sentenciando: “Una nalga es una nalga una nalga una nalga una nalga / No voy al paraíso ni al infierno / yo voy directamente al Nalgatorio / oh cielos”.
Así, hoy es deseable regresar a la poesía de un hombre con humor, quien retrato a la ciudad y la poetizó, dejándonos poemas tan breves y concisos como aquel de “Perdone las molestias que esta obra (poética) le ocasiona” o uno que aplica no sólo a sus poemas, sino a la poesía en general: “Salido el poema no se admite reclamación”.