jueves, 11 de junio de 2020

El mejor escritor de México

"La mayor sorpresa que me topé en los talleres que he impartido fue conocer al mejor escritor de México", nos dijo una tarde Daniel Sada. Sus labios delgados, pálidos y rosa tenue se cerraron por un momento. Sabía crear tensión. "Incluso creo que él sería la mayor influencia en mi forma de escribir", remató con esa mirada perdida que a veces se le daba, dándonos a entender que había mentido en las entrevistas en las que mencionaba a Guimarães Rosa, a Rulfo, a Faulkner...

Le preguntamos quién era, pero él, sabiendo cómo mantenernos en ascuas soltó un triste: "No se conoce, está inédito".

En aquel tiempo llevábamos ya un par de años acudiendo a su casa a un taller de novela. Éramos seis o siete jóvenes a quienes seguro Daniel quería o en quienes se reflejaba. De no haber sido así, ¿por qué mantuvo el taller después de que lo cancelaron en Casa del Lago tras la llegada de Sealtiel Alatriste a Difusión Cultural de la UNAM, por qué nunca nos cobró un peso, por qué siempre nos invitaba un café o a cenar y por qué nos dedicaba tiempo, tallereando nuestros incipientes textos?

Aquella tarde, como si narrara un cuento y supiera que ya había atrapado a su lector escupió un nombre ante nuestra insistencia: Juan Crisóstomo Álvarez.

Entonces continuó la historia: Daniel daba un taller en Monclova (si no mal recuerdo), él apenas iniciaba su carrera y estaba receptivo a todo. Entonces, una tarde, un hombre con aliento alcohólico se presentó al taller. Era un viejo, más bien un cincuentón, con ropas humildes, bajito, moreno. Al parecer no lo dejaban entrar, hasta que Daniel intercedió por él.

"¿A qué vienes?", dijo que le preguntó, con esa forma de hablar directa tan norteña. "Vengo al taller para escribir, soy escritor". Tras esa declaración, aquel hombre, barrendero de una primaria lejana y alcohólico, se quedó a esa sesión. Al final, intrigado por su conducta, Daniel lo interrogó: ¿Por qué dices que eres escritor, por qué quieres ser escritor? "Porque tengo tres libros escritos", le habría respondido.

Unas semanas después le llevó a Daniel sus libros: dos de cuento y una novela. Sada quedó impresionado, tanto así que comenzó una amistad extraña, donde ambos convivían pero sin meterse el uno en la vida del otro. Aquel hombre, sin duda, era el mejor escritor de México, pensó el joven Daniel Sada.

"El güero aguamielero" se llamaba uno de los cuentos, mismo que Daniel se encargó de que se publicara en la revista Frontera Norte, que más tarde se convertiría en Fronteras. Aprovechando el éxito del mencionado cuento entre los críticos, Daniel consiguió que invitaran a Juan Crisóstomo Álvarez a un encuentro de escritores en Tijuana (creo). Bernardo Ruiz y otros cuantos escritores vieron también la grandeza de aquel barrendero escolar y solicitaron a Conaculta (o como se llamara entonces el organismo federal que daba becas) que le pagaran a Crisóstomo su residencia en el Distrito Federal, que le dieran una beca para escribir. Sin embargo, al parecer no lo solicitaron con el empeño suficiente o simplemente las autoridades no quisieron arriesgarse.

Daniel entonces le dijo a Juan Crisóstomo que debían publicarlo, pero él, tímido, dijo que le daba pena. ¿Cómo un barrendero, quien en su vida sólo había leído un libro de Lovecraft y el Llano en llamas, que "tallereaba" sus escritos con un compadre mecánico teporocho, quien se escondía de su mujer por las noches para teclear en su máquina de escribir mecánica (ella odiaba que escribiera) iba a publicar sus "cosas"?

A pesar de sus negativas, el diario local lo entrevistó y salió en primera plana. De esa manera, Juan Crisóstomo (sin desearlo) tuvo sus diez minutos de fama, hasta que el director de la escuela donde trabajaba vio el periódico. No era posible que él, un hombre recto, de buena familia, jamás hubiera ameritado la atención de los periodistas, en cambio Juan Crisóstomo Álvarez...

El director amenazó a Crisóstomo, le pidió alejarse de la literatura, respaldado por la esposa de Juan, y lo amenazó con despedirle si insistía en escribir. El barrendero, temeroso de perder el sustento de su familia, le hizo caso y dejó de acudir al taller literario.

Primero llegó la ausencia de Juan Crisóstomo Álvarez, luego su esposa se negó a que lo vieran, más tarde la casa del barrendero quedó abandonada y después no hubo nadie que le diera señas a Daniel sobre el paradero de Juan Crisóstomo Álvarez, ni de sus tres libros que, por error, Sada le había regresado...

"Lo único que pude hacer", dijo Daniel frente a nosotros, "fue dedicarle un cuento, está en 'Registro de causantes'"...

Y por qué nunca has escrito esa historia, lo interrogamos. "Crisóstomo me contó muchas, demasiadas historias, pero eran suyas no mías, por lo demás, creo que lo estimo mucho y por eso nunca he podido contar cómo se frustró el sueño del que pudo haber sido el mejor escritor mexicano. No sé si sería capaz".

Aquella tarde recordé a los detectives salvajes en busca de Cesárea Tinajero, y me convertí en uno de ellos por un tiempo: busqué en bibliotecas, registré catálogos, pregunté a personas, más nadie me dio razón de Juan Crisóstomo Álvarez. Unos meses después perdí el ánimo por encontrar al autor de "El güero aguamielero".

Hoy aún recuerdo esa plática de Daniel y extraño su forma de hablar, de contar las cosas, midiendo las sílabas tal como hacía en sus libros. Pienso en qué pasaría si alguien encontrara a Juan Crisóstomo Álvarez y esos tres libros que dejaron fascinado a Sada. Hace algunos días, tras la publicación de Pedro Páramo en 1954, Heriberto Yépez dijo que la edición de esas versiones facsimilares y el mecanuscrito ayudaba a percibir a Rulfo como el único autor de su novela y, por lógica, a eliminar la idea de un co-autor. “Fantaseando ese otro, la clase literaria pudo ‘cumplir’ su fantasía, porque la imagen de ese supuesto otro (tipo Chumacero, Alatorre, Arreola) aplicando una medida correctiva a Rulfo ofrece una fórmula que se parece un poco más al Escritor Tradicional-Moderno fantaseado […] Rulfo no cumplía el perfil que la clase literaria había fantaseado para su máximo realizador”, apuntó Yépez.

¿Juan Crisóstomo Álvarez cumpliría con esa idea de “Escritor Tradicional-Moderno fantaseado”? ¿Daniel Sada sí? ¿Cuántos de nuestros escritores cumplen con esa caricatura que se hace del oficio de escritor: un ser que fuma compulsivamente, que usa lentes y que se la pasa escribiendo (a mano, en máquina de escribir o en computadora)?

¿Qué es ser un escritor mexicano hoy? ¿Alguien lo sabe? Pienso en Daniel Sada, en su generosidad, en su trabajo diario, en su forma de escuchar a los demás y en su risa tan franca que a veces nos compartía. Lo recuerdo y más que pensar en un escritor visualizo a un excelente ser humano, a ese que por algunos años fue el padre literario de esos seis o siete muchachos que llegábamos a su casa y no nos cansábamos de escuchar el poema “Imitación de Matsuo Basho” con que Daniel nos hacía entender la cadencia de las frases largas y las frases cortas; recuerdo cómo a algunos nos recomendaba leer La lechuza ciega mientras que a otros les sugería Cumbres de espanto; casi puedo oírlo decirle a Jorge Posadas que nunca se colgara de la lámpara y a mí que debía ser paciente (esas frases de sabio que sólo el tiempo nos ha aclarado). Lo recuerdo y entonces, como pasa con esos seres que falsamente creemos inmortales, siento ese vacío que nos dejó su muerte. Imagino que de ser uno de sus personajes en este punto Daniel escribiría: “Y he aquí la eficacia: el llanto maternal y el sentimentalismo verborreico. Fácil proclividad que doblega al más fiero”…

Qué rápido y qué lento han pasado estos tres años desde que Daniel ya no está…

lunes, 30 de julio de 2012

El círculo de los escritores asesinos, de Diego Trelles Paz


El círculo de los escritores asesinos muestra con personajes hasta chocantes (a fin de cuentas son literatos) cómo la vida cultural es interesante sólo dentro de sí, cómo se pueden crear guerras intestinas que a nadie más le importan. Es, por decirlo de alguna forma, la recreación irónica de un mundo donde sus integrantes pueden destrozarse sin que a las “personas comunes” les interese en lo más mínimo. Es, asimismo, una novela la cual maneja a la perfección el tono de cada uno de sus personajes, creando antihéroes que a pesar de ser pedantes, resultan entrañables por sus manías y defectos.
Con El círculo… Diego Trelles Paz retoma y renueva la tradición de esas grandes novelas encabezadas por la Rayuela cortazariana y por Los detectives salvajes.

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Relatos 2012, XXVIII Concurso de Relatos Ciudad de Zaragoza


Con una edición elegante y bella, Relatos 2012 consigue recobrar la fe en los concursos literarios. Es un libro que no sólo contiene excelentes narraciones, sino que su formato añade un placer extra a leerlo. Sin duda este concurso de relatos debiera convertirse en el ideal a seguir de muchos otros que abundan en nuestro país.

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Bogotá 39. Antología de cuento latinoamericano, de Guido Tamayo (editor)


Bogotá 39. Antología de cuento latinoamericano carga el enorme peso de pretender mostrar a 39 escritores que se supondría la vanguardia de literatura del continente. Quizá no lo sean, el tiempo dirá. Pero eso sí, siendo o no lo mejor de su país o región, le ofrece al lector a una gran cantidad de autores que merecen leerse.

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La noche es luz de un sol negro, de Édgar Omar Avilés


En La noche es luz de un sol negro, Avilés se sumerge en la llamada literatura fantástica y en ocasiones la revuelca para que produzca algo diferente, pero otras veces simplemente hace uso de ella no para dar la vuelta de tuerca a una historia, sino a la misma forma narrativa. Es, así, una apuesta no sólo por el contenido sino también por la forma como se presenta.

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Álbum ilustrado políticamente inconsecuente*



Existen libros que no terminan en el punto final. Hay libros que ni siquiera terminan en las ilustraciones que acompañan el texto. Es más, algunos libros no acaban nunca porque uno vuelve a ellos de forma irremediable: por un recuerdo, una frase, una anécdota. La cosa perdida, de Shaun Tan es uno de estos casos.

“Así pues, ¿quieres oír una historia?”, pregunta el protagonista de este cuento y comienza a narrarnos el día cuando descubrió una cosa que estaba perdida: parecía no encajar en el sitio donde estaba, se veía sola y aunque aparentaba no servir de mucho, al interactuar con ella se dio cuenta que se divertían. Shaun, el personaje, decide buscar a su dueño, pero nadie quiere serlo; después, sin saber qué hacer, la lleva a casa de un amigo para ver si él le puede decir qué es esa cosa y a quién puede pertenecer, pero su amigo Pete le comenta que hay cosas que simplemente están perdidas. Por ello Shaun se va de ahí junto con su cosa y la mete a su casa, donde sus padres no se dan cuenta de su existencia sino hasta que Shaun se los hace notar. Obvio, le piden que devuelva la cosa o se deshaga de ella, pero Shaun decide esconderla en el cobertizo y alimentarla con esferas de Navidad. Sin embargo, un día ve en el periódico un anuncio donde se dice que si se encuentran cosas perdidas, se deben llevar a cierta oficina gris y sin ventanas donde se pueden quedar.

Así es como Shaun toma su cosa y acude a este sitio, pero un intendente le comenta que ahí las cosas perdidas no se encuentran, sino que solamente se consigue olvidarlas. Eso sí, le recomienda un lugar a donde puede llevarla.

De esto trata la historia en este libro, pero no acaba ahí, sino que se complementa con las ilustraciones que nos hacen conocer a la cosa: una especie de tetera roja gigante con patas cangrejo, que les da agua a los patos que se encuentra en la calle y que posee puertas, cajones y ventiladores que la convierten en “algo” amigable. También está Shaun, un joven de pantalones café acampanados, camisa arremangada y con el cuerpo jorobado. Y además, los cientos de personas que deambulan sin percatarse de estas cosas perdidas, del entorno que los rodea; quienes viven enteradas de las últimas noticias gracias a periódicos y televisiones, pero que son incapaces de fijarse a su alrededor para saber si todo está bien. Además de ello, están el Departamento Federal de Censura, el Departamento Federal de Información y el Departamento Federal de Objetos Inútiles, todos ellos representados por un cerdo que lo mismo se cuestiona, que no ve o que puede volar. Pero sobre todo, está la narración de Shaun Tan que pese su sencillez no deja de tener una enseñanza, que tras la nostalgia muestra un posible camino, y que no termina nunca porque las buenas historias no acaban jamás.

Autor: Shaun Tan
Título: La cosa perdida
Año: 2007
Editorial: Bárbara Fiore
Páginas: 32páginas.

* Publicado en Adefesio.com

Patrocinio Tipá*


La modernidad nos ha hecho creer que el regionalismo en la literatura es malo o está pasado de moda. Pocos son los autores que hoy tratan de imitar el habla popular o quienes ubican sus historias en pueblos donde no hay un teléfono, una computadora o una televisión. Incluso, cuando se conocen narraciones de este tipo el lector se remite de inmediato, en el caso de México, a Juan Rulfo y su Pedro Páramo aunque ésta no sea una referencia obligada.

Patrocinio Tipá, de Eraclio Zepeda, es un cuento de este tipo: un hombre narra su vida, en una ranchería alejada de la capital y donde las leyendas y creencias populares sustituyen cualquier argumento científico. De este modo, cuando Patrocino Tipá llega a vivir a Juan Crispín y un rayo parte el árbol de la plaza principal, todo el pueblo asume que una desgracia habrá de ocurrir. Además, esta idea se fortifica al enterarse que Patrocinio, quien nunca ha logrado establecerse en ningún lugar, por primera vez quiere echar raíces:

“No se aguantaba en ningún lugar. Apenas se quería encariñar con las calles de algún pueblo, luego luego le empezaba a dar el ansia de seguir otro camino”.

Y esto se debía a que recién nacido una urraca se robó su cordón umbilical y no fue enterrado en el lugar donde había nacido. Por ello, Patrocinio vagaba de un lugar a otro. Pero, cuando en Juan Crispín se asienta, compra un terreno, se casa con su Consuela y tiene hijos, es lógico que una desgracia ha de llegar para que él continúe con su caminar eterno en busca de la urraca que se llevó su ombligo:

Y este infortunio llega:

“Patrocinio Tipá quedó hueco. Quería alegrar a la Consuela pero en el fondo tenía una herida por la que caía la risa igual que un cántaro roto. Por las noches iba a donde estaba enterrado el ombligo del Floreanito y lloraba y hundía las manos en la tierra y luego quemaba flores de cedrón para regar sus cenizas sobre la tierra, para que el alma de su hijo no se fuera de las tierras de La Esperanza”.

Con un lenguaje popular, este cuento de Eraclio Zepeda es una excelente historia donde basta acostumbrarse al primer regionalismo para que el resto de la narración fluya de manera sencilla y agradable. Aunado a ello, esta edición ilustrada y que forma parte de la colección EDUBBA de Editorial Resistencia, proyecta de forma renovada el género del cuento que tanto han abandonado las grandes editoriales. Así, es un acierto de esta editorial haber seleccionado este cuento y haberlo puesto en las manos del Taller de Diseño Editorial de la Escuela Mexicana de Arquitectura, Diseño y Comunicación de la Universidad La Salle, pues el resultado es un bello volumen que provoca el deseo de conocer los siguientes tomos de esta colección.

Ojalá ésta sea una forma de revalorar el cuento y que los lectores aprecien este riesgo editorial.

Autor: Eraclio Zepeda
Título: Patrocinio Tipá
País: México
Editorial: Editorial Resistencia
+INFO: 32 páginas.

* Publicado en Adefesio.com