lunes, 14 de junio de 2010

“La tarea del escritor consiste en imaginarlo todo de un modo tan personal que la ficción es tan vívida como nuestro recuerdos”



Un personaje de John Irving piensa que una novela “sólo es un almacén… de todas las cosas importantes que un novelista no es capaz de emplear en su vida”. El narrador de otro de sus libros señala que “si un libro tiene algún valor, ha de ser una bofetada en la cara de alguien”. Después de leer Una mujer difícil creo que debería agregarse que en una buena novela uno acabará enamorándose de alguno de los personajes. Por ejemplo, en esta novela, está Marion Cole, una atractiva mujer de más de treinta años que a diario mira las fotos de sus hijos adolescentes (muertos algún tiempo atrás) y les inventa historias que cuenta a la hija que abandonará después del verano: Ruth. Esta niña, ya siendo adulta y escritora de éxito, también se volverá una mujer de quién enamorarse: tiene una cicatriz pequeña en uno de sus dedos cuadrados y unos senos que todo el mundo volteará a ver. “Con unas tetas como las tuyas, ¿qué otra cosa van a mirar los hombres?”, le comenta en algún momento su amiga Hannah.
Una mujer difícil, de John Irving (Estados Unidos, 1942), es la historia de un joven de 16 años, Eddie O’Hare, que se enamora de Marion. Ted Cole, el esposo de ella, promueve este encuentro y piensa que así podrá seguir dibujando a sus conquistas ocasionales sin que Marion le reclame nada. Pero las cosas se salen de control, Marion se marcha de la casa. 32 años después, Ruth ha de reencontrarse con Eddie, se casará y tendrá un hijo, enviudará y volverá a casarse, y además, Marion regresará a su vida.
Sin embargo, quizá lo que menos importe en este libro sea la historia, a lo mejor ni siquiera los personajes (cuatro de ellos son escritores, hay una periodista a quien le fascina encamarse con tipos granujas, prostitutas, asesinos y un policía a quien le encanta la literatura); sino que lo atractivo son los detalles y el tiempo que se toma Irving para adentrarnos en estas vidas, hasta conseguir que sintamos que no nos cuentan una novela, sino que nos narran una experiencia: “Era uno de esos arreglos ridículos que hacen las parejas cuando se separan pero todavía no van a divorciarse, cuando aún imaginan que es posible compartir los hijos y las propiedades con más generosidad que recriminación”, menciona el narrador, pero igual podría haberlo dicho nuestro vecino.
La historia además es extraña, ya que continúa gracias al azar, tal como sucede en la “vida real”, y cuando uno empieza a enamorarse de Marion y su suéter de cachemira rosa, al siguiente momento ya imagina uno de los dibujos pornográficos que traza Ted Cole, o imagina a la escritora Ruth nadando desnuda en la alberca de su casa, o puede ver a las prostitutas de Amsterdam en sus vitrinas, con trajes entallados que aumentan sus siluetas ancianas o deformes. Pero sobre todo, al final de la novela, uno no hace sino mirarle los senos a las mujeres, a pesar de que sabemos que “si Ruth tuviera que señalar una estupidez propia de casi todos los hombres, era que no parecían saber que una mujer se daba perfecta cuenta cuando un hombre le miraba fijamente los senos”.
Una mujer difícil es un libro sobre la melancolía, sobre el peso de ser padres, sobre la fortuna y el fracaso, pero sobre todo, sobre mujeres con las que uno quisiera pasar más de una noche, más de una novela.

Irving, John (2002), Una mujer difícil, Barcelona, Quinteto, 672 páginas.