lunes, 26 de septiembre de 2011

Todo cuenta




Hay libros que en realidad son espejos mágicos que nos permiten ver el pasado, el presente y el futuro. Algunos de ellos, además, nos permiten ser mejores personas al identificar nuestros defectos. Y muy pocos tienen la sabiduría a flor de cada palabra. Todo cuenta. Del pasado remoto al futuro incierto, de Saul Bellow (Lachine, Quebec, 1915), es un ejemplar que reúne todas estas características.

Bellow, premio Nobel de Literatura en 1976, es un judío que emigró muy pequeño a Estados Unidos, que descubrió el Nuevo Testamento y a Jesús tras una enfermedad, y que en este libro hace un recuento de su vida, de los hechos históricos que influyeron en ella, a la vez que realiza un balance de aciertos y errores: “No he sabido comprender las cosas que he escrito, los libros que he leído, las lecciones que me han dado, pero he descubierto que soy un autodidacta de lo más persistente, con ganas de rectificar. Es muy posible que no haya alcanzado mis objetivos, pero a pesar de todo es una gran satisfacción haberse librado de viejos y tenaces errores. Para entrar en una era de errores mejorados”.

Reunión de ensayos, artículos y apuntes de viaje, Todo cuenta... es la biografía intelectual de este escritor que no teme ser reaccionario, sino a no ser consecuente con sus ideas. Es, asimismo, un repaso por la vida de Estados Unidos durante las primeras décadas del siglo XX: la Depresión, las guerras mundiales, el descubrimiento de nuevas formas de hacer literatura. Pero es también un cúmulo de “impresiones verdaderas” en donde se analiza a los políticos y a los intelectuales, a los escritores y a la gente común y corriente; es una lupa que nos revela gestos mínimos de una sociedad que, desafortunadamente, sólo ha cambiado en muy pocas cosas.

Algunas citas: “La democracia no puede prosperar si los dirigentes carecen de pedagogía o capacidad de brindar consuelo” (1983), “Las personas con formación universitaria están más alejadas del arte y el buen gusto que hace una generación” (1975), “Los escritores no representamos adecuadamente a la humanidad” (1976), “Nos sentimos abrumados al admitir los límites de nuestra eficacia en la esfera pública, al sentir el peso de la carga que nos han puesto sobre los hombros y la complejidad de todo lo que debemos tener en cuenta, al percibir el miserable estado del debate público” (1992), “Disentir es peligroso. Y sin embargo, como todos debemos saber, huir de los riesgos de la discrepancia es cobardía” (1992), “Ser moderno, ya saben, significaba haberse alejado de la tradición y los sentimientos tradicionales, de la política nacional y, por supuesto, de la familia” (1983), “La gente cultivada conserva algún elemento bárbaro, y últimamente tengo cada vez más la impresión de que somos primitivos desprovistos de capacidad de asombro” (1990).

Todo cuenta... es una marejada a la que no le importa arrastrar viejos dogmas ni arquetipos; es la confesión (a través de las ideas) de un hombre consiente del tiempo que le tocó vivir y cuya única búsqueda es ser fiel a sus principios; es la voz de un escritor que analiza y critica, que vislumbra su vida al regresar a su pasado: “Pertenezco a una generación, hoy en gran parte desaparecida, que sentía pasión por la literatura, creyéndola una indispensable fuente de iluminación del presente, de capacidad de reflexión”. Todo cuenta... es un libro, pero también la revelación de un hombre que habla poco, pero cuando lo hace es porque tiene muy claro lo que dirá, pues “cuanto más cerrada se tenga la boca, más fértil será uno”.

Bellow, Saul (2007), Todo cuenta. Del pasado remoto al futuro incierto, México, Debolsillo, 416 páginas.

lunes, 19 de septiembre de 2011

La apuesta lingüística de unas cartas ajenas*



I

En algunas narrativas hay una capacidad evocativa que va más allá de lo que se enuncia. No es una metáfora que nos muestra algo semejante a lo que se dice, tampoco es una intención oculta, lo que llamamos leer entre líneas, sino que se trata de un desenvolvimiento que permite observar varios planos de un momento preciso, sin que se narren específicamente. Por ejemplo, Joao Guimaraes Rosa, en el inicio de "El aviso del morro", anota: “Desde allí, el ocre del camino, como de costumbre, es una S que comienza una gran frase. Iban, sierra arriba, cinco hombres por el borde divisor. El día lejos de su mitad, solemne sol, las sombras de los hombres daban sobre el lado izquierdo”. Aquí, esa “S” que nos especifica el narrador nos permite visualizar la forma del camino que se recorre, pero al mismo tiempo es un acento que resalta las palabras que contienen dicha letra, es como si marcara con negritas cada una de esas palabras para lograr una cadencia o un ritmo en la lectura.

Otro ejemplo se observa en Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, de Daniel Sada, quien relata: “Se hacía llamar Néstor Bores. Fuereño de ojos borrados cuya aparición causó mucho meneo colectivo. Se trataba nada menos que de un líder estatal, uno de esos del partido que más polvareda hacía, o sea el de la Dignidad, según dijo en su momento, y con lujo de altavoz, al convocar con prestancia a quienes desearan ir adonde se había parado y, por ende (tras la angustia de no saber ¿qué?, o ¿por qué?, de la mayoría respecto… a ver… ¿se deduce?), presencia justificada para entrever soluciones o al menos procedimientos, siendo que, mero deslinde: en un lapso de dos días corrió el ingrato rumor (la matanza de unos cuantos y el desbalague de muchos), a saber cómo corrió, como sea pero llegó hasta sus mismos oídos y Trevita no está cerca.”

En este pasaje la voz entre paréntesis nos muestra la reacción del pueblo, misma que no es necesaria, pero que al enunciarse nos permite visualizar la escena completa, y no sólo eso, sino que busca la complicidad de un lector atento al dejar inconclusa una idea y preguntarnos “¿se deduce?” o al aclararnos a que se refiere el ingrato rumor tal como había sido difundido.

Así, estas frases que se agregan potencian la capacidad evocadora de un texto y permiten la existencia de un universo gracias a estos mecanismos lingüísticos que van más allá de una descripción o una adjetivación afortunada.

Estos textos, por decirlo de alguna manera, se arriesgan con el lenguaje y experimentan directamente con el lector final, conminándolo a no perder la atención y a ser un sujeto participante en la creación del mundo que se está contando.

II

Cartas Ajenas: La obsesión de cambiar la vida de otros, de Geney Beltrán Félix (Culiacán, 1976) cuenta la historia de un hombre no gris, sino oscuro: un empleado de correos llamado Mariolario quien un día decide hurgar en las cartas que llegan a la oficina postal e intervenir en la vida de los destinatarios de dichas misivas. Con esto, pretende mejorar el mundo impidiendo que un hombre muera solo, sin saber de su hijo; o llevándole consuelo a un editor que ha perdido a su amante; o relacionándose con una joven quien tiene el don de la clarividencia y lleva consigo un karma que afecta a quienes la rodean.

Esta novela es una historia que profundiza en la naturaleza del hombre, con sus pros y contras, y nos muestra cómo el mundo puede ser el mejor escenario para lograr que los hombres solos se conviertan en mesías que llegan a la locura.

Además, explora el lenguaje e intenta sacarle el mayor provecho mediante la evocación de frases que expanden lo ahí enunciado: “¿Todo así muy complicado? Era como si en su pecho se deslizaran patitas de hormigas: un ticliteo oxigenado que le volvía inviable pensar (en otra cosa). Podría regresar con el portero, soltarle más billetes y pedirle que la próxima vez que Omar llegase al edificio: Me echa porfa una llamada, quiero conocerlo de lejos; pero tanta insistencia y cohecho podrían provocar un recelo mayor (¿llevarían al portero a delatarlo?).”

Así, con explicaciones no pedidas, con aclaraciones innecesarias, Geney Beltrán logra que una simple acción (la duda sobre corromper a un portero) se convierta en un pacto con el lector, pues le permite visualizar cada uno de los hechos ahí expuestos y adentrarse en la mente de los dos personajes que intervienen en esta escena, así como del narrador que se desliza en la historia: “¿Todo así muy complicado?”.

Esta primera novela muestra un compromiso con el español y si bien la historia avanza de manera clara (pues nunca se prioriza el lenguaje sobre la historia, ni viceversa), nos muestra a un narrador a quien le gusta jugar y arriesgarse en el momento de contar. A veces lo logra con mayor acierto, pero las ocasiones que no lo consigue logra al menos (y eso ya es decir mucho) una prosa clara y eficiente. Muestra de esto es una de las últimas escenas donde Mariolario contundente desvaría: “Llevaremos un mensaje. ¿Me están entendiendo? Una imagen de lo que pronto viene. Es una quimera, un incendio viable: una sola hoja con las palabras de los hartos, los vencidos, los de la indignidad forzada por tanta injusticia como arena en su boca”.

Cartas ajenas… es un libro difícil de seguir, pues busca un lector atento, quien al final verá recompensados sus esfuerzos; es una novela que requiere un doble esfuerzo, pero también, y este lo considero su mayor logro, es un regreso a la literatura comprometida consigo misma, que va más allá de la historia y que por lo mismo nos muestra a unos personajes, a un narrador y al escritor tras la pluma. Cumple con aquello que decía Pedro F. Miret: “El arte no es un filete que se puede pedir ‘término medio’ o ‘bien cocido’ según el gusto del cliente. Hay que dar libertad al cocinero y estar preparados a que nos lo pueda servir quemado algunas veces” y este filete está casi en su punto, pero nos muestra a un cocinero experimentado, quien sabe qué es lo que busca: el lenguaje como gran potenciador de mundos ficticios.

Beltrán Félix, Geney (2011), Cartas ajenas. La obsesión de cambiar la vida de los otros, México, Ediciones B.

*Publicado en librosampleados

Un sentimiento llamado rencor*



Saña, de Margo Glantz (Ciudad de México, 1930) podría ser un diario de viaje: por La India, Estados Unidos y México; pero también por las obsesiones de la autora: el poeta Rimbaud, el pintor Bacon, el músico Scarlatti. Podría ser lo que se conoce como blog, pues las reflexiones acompañan a las minificciones, a las ideas sueltas, a los sucesos que despiertan un interés cierto día en específico, pero decir que este libro podría ser lo anterior sería reducirlo a un mero aglomerado de anécdotas.

Saña es más bien un recuento de vida, no tanto porque hable de la autora, sino porque explora temas que han estado presentes en su obra: la mujer, la moda, la crónica diaria. Es un libro fragmentario, por su constitución, que al terminar de leerlo adquiere unidad: una idea que se construye alrededor del odio, del rencor, de la inhumanidad que es capaz de vivir en el hombre en diversos momentos: los campos de concentración, el Rimbaud traficante de armas, las carnicerías durante las monarquías, la vanidad en el arte y en la modernidad.

Un ejemplo de lo anterior (y del agrio humor de la autora) es el texto llamado “Cuestión de óptica”: “Desde la pica donde llevaban su cabeza guillotinada, la princesa de Lamballe gozaba de una vista privilegiada de la Bastilla”. ¿Risa, amargura, novedad, qué sentir tras leerlo?

Hay en estos textos, además, una continua exploración por los datos curiosos que dan sentido a algunos aspectos de los artistas antes mencionados, pero también a la visión que tenemos de asuntos tan importantes como el descubrimiento de América: “Muchos tipos de hombres fantásticos vivían en América, antes de la llegada de Colón. Por ejemplo los que en lugar de cara humana tenían cara de perro”.

Así, fijándose en características físicas, en apariencias, dándole importancia al contexto que rodea a los individuos, Glantz logra pequeñas historias que justo antes del punto final adquieren sentido. No en balde, se obsesiona por ver a través del microscopio para ofrecernos a seres que más allá del mito son figuras incluso grotescas. De Bacon, por ejemplo, cuenta: “Bacon, estricto traje oscuro, corbata a rayas, calcetines de rombos color gris antracita con blanco, los labios pintados de rojo carmesí. Quiero que mis cuadros tengan el mismo efecto inmediato que tiene un animal en los instantes posteriores a la casa, dijo en Rodesia, hoy Zimbabwe. Agrega: los policías son increíblemente sexy con sus pantalones cortos almidonados y sus polainas muy lustradas. En la pintura de Bacon hay tres fuerzas, una es invisible, aísla; la segunda deforma, se apodera de los cuerpos y la cabeza de la Figura. La tercera disipa, aplana, difumina”.

Saña es un libro de pequeños textos, pero también es una biografía de nuestro siglo XX, de las barbaries que se cometieron en nombre de la razón y de la ciencia, del poder y los fanatismos; es un libro que nos habla del pasado quizá para hacernos sentir que no estamos tan mal, que en otras épocas también el hombre se degradó hasta la mentira, hasta la sinrazón. Sin embargo, Saña nos deja la leve esperanza de que la única forma de enfrentarnos a esos peligros es viendo las cosas con ironía, con humor negro; reflexionando si nosotros mismos no vivimos con esa saña por dentro y estamos repitiendo de manera distinta los errores, las carnicerías (literal y metafóricamente), que definieron a los hombres que nos presidieron. Una luz, cegadora, se ve al final del libro.

Glantz, Margo (2007), Saña, México, Era, 240 páginas.

*Publicado en Adefesio.com

Un lenguaje, un continente, un mundo narrativo*



Los ojos de Daniel Sada (Mexicali, 1953) no ven, imaginan; sus manos no se mueven, se expresan; su voz no se oye, narra; sus libros no son historias, son mundos imposibles de asir a la primera, pero que tras el deslumbramiento nos descubren más humanos.

A la vista, novela que cuenta la historia de Ponciano Palma y Sixto Araiza, dos camioneros que un día matan a su patrón y deben enfrentarse a sus nuevas condiciones de prófugos, representa (a mi modo de ver), el regreso de Daniel Sada a ser Daniel Sada. Es decir, después de su debut en la editorial Anagrama con la novela Casi nunca, misma que aligeraba un poco su tratamiento de las palabras pero lo hacía más accesible a un gran público, con A la vista, Sada nos recuerda por qué se le considera alguien que “está escribiendo una de las obras más ambiciosas de nuestro español”, como dijera Roberto Bolaño.

En este libro vuelve no sólo al tratamiento minucioso del idioma, sino a su humor tan característico que en medio de una tragedia puede provocar una sonrisa: “Ni sirvientas contrató. Ni perros ni gatos tuvo. Mujeres: algunas: muy besadoras, muy calientes, pero también muy pasajeras, de esas que se encueraban bien pronto, como por arte de magia”.

Pero decir que tiene un tratamiento especial del lenguaje, ¿a qué se refiere? Es no sólo contar la historia, sino hacerlo de un modo diferente, de tal manera que nos informe de muchas cosas pero de forma que no parece la evidente. Por ejemplo, alguien podría decir que las relaciones sexuales entre esposos han desaparecido, pero Sada lo que hace es evocar: “Los esposos seguían durmiendo en su cama matrimonial, pero no se tocaban, ni siquiera un agarre levísimo de manos con mínimas ganas de travesura; sus respiraciones nada anunciaban, más bien discurrían como un crepitar constante”. Entonces, no sólo nos cuenta de este final de la pasión conyugal, sino que por medio de indicios nos brinda datos que convierte ese simple párrafo en una historia completa, en la cual uno observa a esta pareja ya sin siquiera ganas de juguetear bajo las sábanas.

Daniel Sada, que con Porque parece mentira la verdad nunca se sabe nos dio una de las grandes novelas de México y del idioma español, con A la vista vuelve al desbocamiento de la imaginación y de las palabras; regresa también a los paisajes áridos, a los hombres que desbarrancan su vida por decisiones intrascendentes, pero sobre todo vuelve a demostrar por qué es uno de los pocos y de los mejores prosistas que existen. De ahí que logre que hasta la descripción de unos sándwiches resulte un templo verbal: “Se puede decir al respecto lo principal de todo esto: panes y más panes de espesores diversos para hacer lonches con embutidos varios: ergo: lonches aguacatosos y lechugosos, no se hable a detalle de los chiles metidos en el centro de lo que se dijo”.

A la vista es una novela, pero al igual que su autor, es también un mundo. Para conocerlo hay que estar dispuesto a penetrar en el barroco de estas construcciones literarias que Sada nos ofrece. A la vista no cuenta, evoca; A la vista es otro libro, pero también es el regreso magnífico de quien tal vez sea el narrador mexicano vivo más moderno y también más importante.

Sada, Daniel (2011), A la vista, Barcelona, Anagrama, 240 páginas.

Para leer un adelanto de A la vista, consultar http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/9011/pdf/90sada.pdf

*Publicado en Adefesio.com