martes, 22 de noviembre de 2011

Ni muertos, ni extranjeros: el lector soy yo, Villagrán-Todorova*

¿Qué se puede esperar de una antología que incluye sólo tres cuentos? ¿Qué si además contiene la crítica a esos textos? ¿Y si también reúne la respuesta del autor al crítico? No sólo eso, asimismo cuenta con entrevistas a ambos… El resultado es un excelente libro que engloba todo el proceso de la lectura: la forma cómo surgió el cuento, el relato mismo, la lectura del receptor, la acogida del creador a dicha crítica y un enfrentamiento entre ambos participantes del texto. Ni muertos, ni extranjeros: el lector soy yo… es un libro destinado a escritores, estudiosos de la literatura y lectores persistentes. ¿Por qué? Debido a que este ejemplar es una extrañeza como antología, desde la franqueza con que se presenta hasta el resultado de este collage de expresiones. Las compiladoras lo explican: “En un círculo aparentemente sin salida, el escritor funge a la vez como su propio lector y el de sus congéneres; cumple con el papel de reseñista y crítico, cuando no de académico o investigador literario. Un círculo cada vez más endogámico, que por resistir al embate mercantil, ha preferido formar parte de un sistema de subvenciones y apoyos. Y si bien esta forma de resistencia funciona, también ha creado la ilusión de que con escribir, y a veces publicar, basta.” Esta antología reúne a tres narradores: Noé Blancas (con el cuento “De tijeretazos y perros negros”), Gregorio Cervantes Mejía (“Lobo”) y Alejandro Badillo (“Ícaro”); así como a los críticos Eduardo Sabugal, Jesús Bonilla Fernández y José Sánchez Carbó. El orden en que se presentan los textos, sin embargo, varía en cada caso. A veces se presenta primero la respuesta del escritor al texto crítico, en otras el cuento y en otras las entrevistas a creador y crítico. Esto genera un resultado distinto tras la lectura, pues se confirma cómo un cuento puede generar referencias en la reseña que en realidad no existen, como cuando Eduardo Sabugal expone una cercanía entre el cuento de Noé Blancas y el lenguaje usado por Juan Rulfo, pero el narrador responde que al momento de escribir el texto no conocía al autor de Pedro Páramo. Por otra parte está el caso de Gregorio Cervantes Mejía, cuyo cuento consta de siete páginas, y el texto crítico de Jesús Bonilla Fernández es de 13 páginas (dos de ellas de bibliografía). Sin embargo, más allá de estas consideraciones, la antología muestra a tres cuentistas sólidos, cuyas narraciones vuelven al pasado (mitológico o costumbrista) y de ahí parten para mostrar una nueva forma de hacer literatura; así como a tres críticos que hacen un esfuerzo porque la reseña retome la solidez teórica de otros tiempos. Por ejemplo, Eduardo Sabugal expone: “La crítica literaria es una práctica que consiste en sugerir una o más lecturas sobre un texto, en ocasiones hacer alguna valoración, identificar su genealogía, sus aportes, sus vicios, carencias o errores”, pero cae en el juego de satanizar al editor y al mercado: “En las grandes casas editoriales, muchas veces el editor toma el papel del crítico al decidir qué se publica o no; y lo que es peor, muy probablemente estén usando criterios mercadológicos para definir qué vale la pena y qué no. Esto ocasiona que el escritor se vuelva sumiso ante el editor porque en ello le va su modus vivendi hablando económicamente”. De este modo, pareciera que sólo lo que no es vendible tiene calidad literaria. Por su parte, la entrevista con el narrador permite acercarse a su forma de pensar, a su manera de privilegiar su oficio, como en el caso de Alejandro Badillo, quien considera que la gente interesada en las letras es más crítica con su entorno y de ahí que la literatura tenga un valor social. Es cierto, como dice José Sánchez Carbó: Para contribuir a la difusión de la literatura, el crítico debe ser consciente del lector al que se dirige, y esta antología es un libro maravilloso para quienes les interesa el texto creativo (en este caso el cuento), pero también la recepción y el círculo que se forma entre autor-texto-lector. Una antología, pues, que no está dirigida a un lector ocasional, pero no por eso poco valiosa. Villagrán Mora, Abigail y María Todorova Gueoguieva (compiladoras). Ni muertos, ni extranjeros: el lector soy yo. Antología de narrativa y crítica literaria contemporánea en Puebla. UPAEP. 2011. * Publicado en Librosampleados

Un juguete incendario: el corazón desnudo de un hombre*

“Se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia”, dijo Roberto Artl (Buenos Aires 1900-1942) cuando las primeras críticas a El juguete rabioso lo acusaban de cometer errores gramaticales y estilísticos. Es cierto, hay frases extrañas, uso de guiones más raros aún, pero nada de eso estropea la genial aventura que es la vida de Silvio, un joven que termina siendo hombre y quien experimenta el hartazgo de una vida llena de fracasos, mas todos se da otra oportunidad. Silvio es un adolescente que quiere ser ladrón: algo de ese deseo le viene de las novelas de bandidos que leía gracias a un viejo, pero también algo se debe a que sueña con “doncellas” que caerán rendidas ante él cuando se enteren que es un ladrón. Por eso, junto con Lucio y Enrique planean el gran robo: a la biblioteca de una escuela (¡!), donde descubrirá al poeta Charles Baudelaire: “Leí en voz alta: Yo te adoro al igual que la boveda nocturna, / ¡oh vaso de tristeza, ¿oh blanca taciturna! ‘Eleanora’, pensé. ‘Eleanora’ [la novia que lo ha dejado]. Y vamos a los asaltos, vamos, / como frente a un cadáver, un coro de gitanos. –Che, ¿sabes que esto es hermosísimo? Me lo llevo a casa”, dice en medio del asalto, mientras sus cómplices se llevan bombillas o libros de química y álgebra. Sin embargo, su carrera de ladrón se verá frustrada cuando su madre lo obligue a trabajar, pues si bien él abandonó la escuela, al menos deben procurar que su hermana sí asista. Claro, el joven Silvio, quien prefiere quedarse a leer en su habitación, ha de tomar a mal dicha petición: “¿Trabajar, trabajar de qué? […] Hablaba estremecido de coraje; rencor a sus palabras tercas, odio a la indiferencia del mundo, a la miseria acosadora de todos los días, y al mismo tiempo una pena innominable: La certeza de la propia inutilidad”. Así que en su vida fantasiosa, decide hacer ayudante de una librería de viejo (¡!), donde incluso tendrá que cargar la canasta del mandado y lavar baños inmundos: “¡Y yo era el que había soñado en ser un bandido grande como Rocambole y un poeta genial como Baudelaire!”. De esta forma, este personaje irónico, entra al ejército y después lo echan; se vuelve vendedor de papel y sufre las largas caminatas en donde se confiesa que lo único que desea es ser reconocido por los demás, pero cómo ha de hacerlo si a cada apuesta siempre pierde. Todo eso redundará en su última decisión, que es casi la declaración del asqueado hombre de principios del siglo XX (tal vez de todo el siglo): “Hay momentos en nuestra vida en que tenemos necesidad de ser canallas, de ensuciarnos hasta adentro, de hacer alguna infamia, yo que sé… de destrozar para siempre la vida de un hombre… y después de hecho eso podremos volver a caminar tranquilos”. Novela que aborda al hombre citadino, quien vive atormentado pero diario renace, El juguete rabioso es un libro lleno de sarcasmo, de verdades, incluso de poesía (“No era yo, sino el dios que estaba dentro de mí, un dios hecho con pedazos de montaña, de bosques, de cielo y de recuerdo”). Es también un libro que no tiene la asepsia de otros, pero sin duda cuenta con el coraje y el ánimo que engatusan al lector de sus páginas. Arlt, Roberto (2008), El juguete rabioso, México, Axial, 144 páginas. *Publicado en Adefesio.com

miércoles, 16 de noviembre de 2011

El día de las ratas, de Dyonelio Machado*

Naziazeno es un hombre que se enfrenta a un gran problema: el lechero ha amenazado con dejar de repartirle dicho insumo si no le paga el adeudo que tiene con él. Y claro, está la esposa que lo presiona, pues la leche es básica para la alimentación del hijo, quien ha estado enfermo últimamente, y esto los ha obligado a pedir dinero prestado y las deudas y el trabajo que no da lo suficiente y las peleas y el azote de una puerta… Por ello, Naziazeno debe salir a buscar quién se apiade de él, le facilite el dinero que necesita (no es mucho, pues no pide nada para él o la mujer, sino sólo lo necesario para el bebé. No gastará en manteca, pan o queso, sino sólo en leche, así que quién puede negarse). Con estos elementos, Dyonelio Machado (Rio Grande do Sul, 1895 – Porto Alegre, 1985) describe la jornada de este personaje que parece tener todo en contra. Sin embargo, el lector en vez de apiadarse de él comienza por sentirse incómodo ante su holgazanería, luego se molesta cuando gasta el poco dinero que lleva en jugar a la ruleta (pensando ingenuamente que puede obtener el resto por medio de las apuestas), y termina muy enojado cuando observa cómo la preocupación de Naziazeno se reduce a pensar en medios para obtener el dinero, pero no hace nada por ayudar a sus amigos (quienes con tal de auxiliarlo empeñan un anillo con gran valor sentimental). Así, El día de las ratas es una novela que nos permite acompañar durante 24 horas a este fantasma que deja al destino resolver sus problemas y quien se la pasa de café en café tratando de provocar lástima, pero aprovechándose de la buena fe de los otros. Además, provoca la desesperación del lector cuando presencia cómo Naziazeno prefiere descansar en lugar de levantarse a impedir que las ratas roan el dinero que, aparentemente, tanto trabajo le ha costado reunir: “¡Siente pavor y un frío amargo dentro de sí! Aquel billete verde, grasoso, grasiento, está siendo roído… roído… roído. Ese hecho está ocurriendo ahora… ¡es contemporáneo a él…! Las ratas están royendo allí en la cocina… en la mesa… son dos… son tres… andan de aquí para allá… gritan… bailan… infatigables… afanosas… infatigables… ¡Se va a levantar! Va a hacer otro arreglo. Pero ¿cuál…?”. El día de las ratas es una novela que nos revela que un padre no es capaz de cualquier sacrificio por el bienestar de su hijo, pero sí puede, en cambio, utilizarlo como pretexto para dejar las labores del día, olvidarse de la esposa por unas horas, vagabundear por la ciudad no en busca del dinero, sino de algo que le permita descubrir lo que desea de la vida. El brasileño Dyonelio Machado cuenta que escribió esta novela en veinte noches y si esto es parte del mito alrededor de éste libro, también es cierto que El día de las ratas, que está narrado como si se fuera segando un campo (con frases breves, con descripciones mínimas, con violencia y de forma brusca), convierte a Naziazeno, su personaje principal, en uno de esos hombres consagrados únicamente a sí mismos que nos regalan algunas obras maestras: Bartleby, Stephen Dedalus y Oliveira, por ejemplo. Machado, Dyonelio. El día de las ratas. Adriana Hidalgo editora. 2010. *Publicado en Librosampleados

lunes, 7 de noviembre de 2011

Sobre e-books*



Hace 15 años un profesor nos habló de un “papel electrónico” que estaban desarrollando en el MIT. Nos dijo, según recuerdo, que era como una hoja, pero de plástico, en la que se podrían almacenar libros, revistas y periódicos; tendría una ranura que se conectaría a Internet y así se podría descargar toda la información del día. Me acuerdo que los alumnos supusimos que de ser cierto, esa tecnología llegaría muchos años después y sólo sería útil para ejecutivos de finanzas que desearan conocer los altibajos de sus acciones. Claro, era mediados de los noventa y nadie sospechaba cómo Internet cambiaría nuestra vida.

En ese momento Internet era un servicio muy caro y las páginas web eran pantallas con fondo negro en donde se podía encontrar información tecleando comandos muy similares, si no es que basados, en el programa MS-DOS.

Cuando nos hablaron de un dispositivo como el “papel electrónico”, lo que visualizamos fue un periódico, una revista o un libro con el mismo formato que el impreso sólo que en otra plataforma. Hoy, en cambio, pensar en un e-book permite abrir todas las posibilidades que hasta hace años se conocían como metaliterarias. Me explico. Ahora hay libros impresos que incluyen un soundtrack para escuchar al mismo tiempo que se lee un pasaje especial de la narración, incluso parte de esta prehistoria podríamos hallarla en el libro Generación X, de Douglas Coupland que incluía al margen breves anotaciones sobre términos relacionados al relato y algunas imágenes que ilustraban el punto al que se refería un personaje. Digamos, que exploraba visualmente las antiquísimas notas al pie de página. Con el tiempo, estos libros que primero incluían imágenes y ahora sonidos, fueron reemplazados por sitios web literarios en los que era posible escuchar cierto tema musical al mismo tiempo que si pasábamos el cursor sobre una palabra aparecía la definición de la misma o una imagen. Así, los recursos electrónicos permitieron que el texto literario como tal abandonara lo plano del libro impreso y se resignificara por medio de expresiones ajenas, aunque complementarias, a las letras. Quizá estos recursos sean el verdadero antecedente del actual e-book y no los libros escaneados en la Biblioteca Gutenberg.

Hoy, hablar de e-books no es sólo tratar el tema de los dispositivos en los que se pueden visualizar, sino que nos permite pensar en opciones multimedia que ensanchan los contenidos de un libro. En nuestros días es posible leer en un dispositivo electrónico y hacer anotaciones, subrayados, pero también saber qué hay detrás de un texto: la explicación del autor sobre cierto pasaje, el origen de una palabra, el significado de la misma. Además, algunos libros electrónicos tienen la posibilidad de interactuar con los lectores del mismo texto, la llamada lectura social que propicia el debate y el diálogo entre lectores, algo similar a jugar Play Station con un competidor que está del otro lado del mundo. Es decir, el libro, con estas novedades empieza a visualizarse como un objeto de entretenimiento que debe ofrecer más opciones al lector y no sólo las palabras, que si bien son la base de este “artefacto”, también pueden complementarse con otros recursos. Sin embargo, pareciera que todo esto lo saben sólo unos cuantos y que el autor del texto sigue pensando en editar libros únicamente en papel.

Hace unos meses me enteré del caso de una joven de 27 años llamada Amanda Hocking. Autora de tres trilogías, esta muchacha comenzó a vender sus textos en Amazon a un precio que rondaba entre los 99 centavos y los tres dólares. Hasta el momento en que daba cuenta la nota informativa, la joven había comercializado más de un millón de ejemplares, vendiendo incluso más de 100 mil copias cada mes. Supuse, entonces, que todos los libros los había vendido en un dólar. De esta forma, el millón de ejemplares le había reportado alrededor de 12 millones de pesos. ¿Qué autor mexicano, de 27 años, no, de cualquier edad, ha vendido un millón de ejemplares y ha ganado 12 millones de pesos en un año? Que yo sepa, ninguno. Claro, a esa cantidad habría que descontarle el porcentaje que Amazon cobra y en dado caso, el de la editorial que la hubiera editado. Pensé catastróficamente: de esos 12 millones de pesos, al menos 6 millones eran completamente suyos, pues las editoriales web que pude consultar se quedaban cuando mucho con el 50 por ciento de las ganancias netas, y ese porcentaje ya incluía la mercadotecnia en web, la conversión de los textos a formato digital, así como el pago a Amazon.

Entonces, ¿no convendría publicar en formato electrónico? Los primeros comentarios a los que me enfrenté es que en México no se lee en papel y mucho menos en formato electrónico, además que muy pocas editoriales y librerías tenían disponibles libros en este formato y por eso el mercado no es propicio para hacer un “negocio” como éste.

Entonces, qué había que hacer: ¿quedarse publicando en impreso, a la zaga, a la espera de que en un futuro el libro electrónico nos alcance? Si bien es cierto que en México se lee poco y, según reportan los periódicos, muy pocas personas utilizan dispositivos de lectura, la invasión de smartphones hace viable la publicación digital. Sin embargo, como toda innovación, los e-books levantan sospechas más por desconocimiento que por una causa real.

Así como se menosprecia la autopublicación por sospecharse de una falta de calidad en dicho material (aún se cree que sólo las editoriales avalan un texto), la edición de un #e-book plantea la posibilidad de que el autor se esté autopublicando. Esto se debe a que así como hay muchos autores que acuden con un impresor para publicar su obra, hay otros tantos que acuden a empresas dedicadas a publicar libros electrónicos a cambio de un porcentaje de las ventas (tal como hacen las editoriales tradicionales), sólo que invirtiendo muy pocos recursos (los cuales, algunas veces, son proporcionados por el autor).

Por otra parte, están las editoriales “tradicionales” que empiezan a incursionar en el libro electrónico, pero al ser sus comienzos siguen con la idea de que un e-book es únicamente la versión digital de un texto, sin apostar por incluir herramientas u opciones en dichos libros que permitan crear un libro realmente digital.

Si bien es cierto que muchos de los libros ya escritos deben ser digitalizados, pues esto permitirá el acceso a ellos en cualquier parte del mundo y hará posible tener en nuestro dispositivo de lectura libros hoy agotados, también es verdad que el libro electrónico plantea un reto para el autor, quien ahora deberá escribir para estos formatos y pensar en un libro más allá del texto; es decir, ahora deberá ser un autor electrónico: tal y como los guionistas de televisión deben pensar en los diálogos y en las imágenes, ahora los autores deberán pensar en los recursos tecnológicos que pueden aportar a un lector que ya no se “conforma” con seguir su lectura de principio a fin, sino que debido a sus hábitos de consumo, si en su lectura aparece el nombre de una canción es posible que acuda a Internet para buscar la historia del grupo musical e incluso, para escucharla o comprarla. Es decir, este nuevo tipo de lectura radial posibilita que una novela esté acompañada por esos agregados que antes incluían las ediciones comentadas de los libros y que expandían la llamada lectura lineal o profunda del texto.

Pensemos en Rayuela, de Cortázar, una novela ya escrita y que hoy podría resignificarse gracias al e-book. ¿Qué podría incluir este hipotético libro? Un mapa de París que pueda visualizarse cada que La Maga u Oliveria recorran una calle, que crucen un puente; el capítulo 7 podría acompañarse con la narración del autor que está disponible en infinidad de sitios web. Además, puede incluir la biografía del autor junto con algunos videos o documentales que aborden su vida y obra. Es decir, además de la Rayuela que hoy conocemos, este e-book nos permitiría escuchar al autor, convivir con él y con los otros lectores; nos dejaría, además, ir más allá del texto y profundizar en él (¿acaso no estaría bien que las frases en francés incluyeran su traducción al español y el lenguaje porteño de Traveler pudiera incluir los sinónimos en el español mexicano?).

Habrá quien prefiera los libros en papel y otros en digital, pero el objetivo final es que los lectores se acerquen a los libros de acuerdo a los hábitos de consumo o de lectura que posean. Los libros, como base, tienen un texto literario y habrá quien prefiera leerlo de una forma tradicional, impresa, pero los nuevos lectores podrán también acercarse a él gracias a los e-books.

Es decir, si antes se consideraba que la lectura era un diálogo del lector con el libro, ahora este diálogo puede convertirse en tertulia con otros lectores, el autor mismo y el libro y sus anexos.

El e-book no sólo consiste en incluir tecnología en un libro, sino en saber qué hacer con esa tecnología para convertir al libro en un producto no sólo cultural, sino de consumo para los nuevos tipos de lectores, al mismo tiempo que toma en cuenta a los lectores tradicionales. De ahí que sea tan importante cambiar nuestros hábitos de consumo; es decir, darle una nueva oportunidad a estas plataformas de lectura que no compiten con el tradicional libro impreso, sino que sólo expanden la oferta de libros generando, a su vez, nuevos lectores.

*Publicado en Librosampleados

La invención de un mito rockandrollero*



Con su novela Luz estéril Iván Ríos Gastón había conseguido retratar a la generación que en los noventa vivía su juventud: drogas, aburrimiento, experiencias extremas… Ahora, con su libro Broadway Express consigue, además, inventar (para esa generación y para cualquier lector) un nuevo mito de la música: Ian Beckam. Asimismo, nos revela un Nueva York con reminiscencias del 11 de septiembre, pero que ha superado ese único suceso para transformarse en la capital de un universo literario.

Compuesto de cinco aparentes cuentos, Broadway Express es en realidad una novela divida en cinco capítulos, pues los personajes que cruzan por estas páginas, además de interactuar entre las diversas historias, van más allá de la anécdota que se vive en los relatos. Son individuos quienes crecen a lo largo del texto: están bien trazados y por eso los sentimos junto a nosotros, los vemos sentamos en el Metro que a diario abordamos, los escuchamos hablar y nos interesan sus palabras: “no teníamos hijos ya que, por fortuna, Debra es tan egoísta como yo”, “la religión, al menos, es un defecto histórico-cultural. Con tantos siglos de hegemonía, se ha ganado el derecho a decepcionarnos”.

Estos cinco momentos que Ríos Gastón le robó a Nueva York se podrían resumir en la ilusión de un hombre porque sea verdad lo que dice el libro El secreto y así, al decretar que una mujer se enamore de él, lo consiga; el abandono de dos amantes y la travesía de una de ellas por las calles de esta ciudad donde encontrará sensual a una mujer gorda; la canción que comparten dos amantes y la fascinación que él siente por oír las aventuras sexuales de la mujer a quien se niega a penetrar; la búsqueda de un reportero sobre la verdadera causa de la muerte del rockero Ian Beckam, y la decadencia de Max Stein, afamado crítico literario quien pierde la cordura cuando una mujer lo abandona.

Broadway Express logra envolvernos en una atmósfera donde es posible escuchar el soundtrack que resuena en cada relato: “la nostalgia de Diane fue desplazada por la imagen de Johnny Cash que sonaba en mi mente y, sobre todo, por la ansiedad que me inspiraban la paz, la libertad recuperada y la aventura”. Asimismo, Ríos Gastón se burla de sus personajes y de esta forma los vuelve más entrañables: “cuyo lujo eran dos pilas de libros, otra torre semejante de compactos y unas cuantas películas de cine de arte, los tesoros de un esnob frustrado”.

Sin embargo, todos estos encantos quedan de lado al leer sobre Ian Beckam y su historia contada por un reportero quien da seguimiento al asesinato del rockstar. Es una mezcla de nuevo periodismo, con tintes filosóficos, con música de fondo y con un personaje decrépito (pues “los genios son más imperfectos que el resto de los mortales”) que resulta incomprendido por todos quienes lo rodean, menos por el lector. “Una historia está hecha de alegorías. Para descubrirlas, sólo necesitas un poco de paciencia…”, se lee en algún momento.

Hay en esta parte de la novela momentos vívidos que se pueden visualizar, como si estuviéramos disfrutando una película mezcla del antiguo Woody Allen, con música de Joaquín Sabina, frases del El guardián entre el centeno y nos lo estuviera relatando Truman Capote: “‘Ah, Todo se debe a que no sabes lo que estoy haciendo… Te lo voy a mostrar…’”, le contesta Ian Beckam a su esposa, durante una pelea marital antecedida por días esquivos, por drogas, por infidelidades, “Tomó la guitarra y cantó ‘Ghost’s Diary’, quizá la rola más hermosa del Barren Light, y me derrumbé completamente… ¿Quién es ella?, le pregunté cuando acabó. Sin dudarlo, respondió: Se llama Sarah. Es modelo. Neoyorquina. She put a spell on me… Y como una lluvia torrencial, los recuerdos me empaparon de arriba abajo”, señala la desencantada esposa.

De esta forma, Broadway Express es un libro en donde el lector termina siendo cómplice de los personajes; donde cada vez que ellos sufren, el corazón duele, y donde así como en Luz estéril las personas nacidas en los setenta podían sentirse personajes secundarios que habitaban esas páginas, ahora en esta novela el lector se transforma en un voyeuar sentimental que llora por la muerte de Ian Beckam y se regocija con cada una de las felaciones que humedecen esta novela.

Ríos Gastón, Iván (2011), Broadway Express, México, Ediciones cal y arena / Círculo Editorial Azteca, 280 páginas.

* Publicado en Adefesio.com