martes, 17 de marzo de 2009

El riesgo literario de Daniel Sada (publicado en enero de 2009)



Daniel Sada cuenta que una tarde Juan Rulfo, su tutor en el Centro Mexicano de Escritores, hizo una crítica a su estilo narrativo: calificó su prosa de barroca, llena de forma pero no de fondo: “cuente, dedíquese a contar”, le habría dicho al joven escritor nacido en Mexicali en 1953.
De su paso por el Centro Mexicano de Escritores surgió Lampa vida (1980), novela escrita en verso o poesía escrita en narrativa, una suerte de juego verbal que le valió el entusiasmo de algunos y el rechazo de otros. Tiempo después deslumbraría con el libro de cuentos Registro de causantes (1992), por el que obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia, y más tarde rompería esquemas en la literatura mexicana con Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (1999), novela cumbre que convertiría al imaginario pueblo Remadrín no en un universo, sino en el centro del universo literario de Daniel Sada.
Llamado por algunos un estilista del lenguaje, Sada ha logrado establecer una nueva forma de narrar, lejana por completo a la literatura llana, a la dedicada a plantear una anécdota y llevarla hasta su fin, como si el contenido fuera lo único importante. Sada juega con el ritmo, con la sonoridad de las palabras (muchas de ellas regionalismos, otras en desuso) e imprime a sus creaciones un sello inconfundible: el uso del lenguaje como lo más importante en su escritura (él mismo ha dicho que una vez encontrado el punto de vista a emplear, prácticamente tiene resuelto todo).
En noviembre de 2008, su libro Casi nunca obtuvo el Premio Herralde de Novela. En ese momento, Sada consideró el galardón como un “frasco de vitaminas” a su proyecto narrativo.
De principio, Casi nunca cuenta la historia del agrónomo Demetrio Sordo, quien habrá de decidir entre un amor profano: el de la prostituta Mireya, y uno casi místico: el de la novia santa Renata a quien solamente ha de ver tres veces (en tres años) antes de casarse con ella.
Casi nunca es una novela llena de humor (“Si me ayudas a llegar pronto a La Mena, o a El Origen o a La Igualdad, te prometo que te llevaré flores a la iglesia de Sabinas en cuanto pueda. ¿Flores?, qué magnífico regalo. Tal vez Dios, al oír que esa criatura grandullona le iba a dar un obsequio tan colorido, no tuvo más remedio que apiadarse”); también de una sensualidad particular: burlona, santificada, procaz (“Y estaban conociendo su peladez, cual debe. Los senos de la ojiverde –éste es un mero ejemplo– eran dos naranjas expresivas, enhiestas”).
Casi nunca continúa con el estilo sadiano, con su barroquismo que le ha valido el elogio de los críticos, además que acierta al ser una narrativa, como le dijera hace tres décadas Juan Rulfo, dedicada a contar. Es un libro con lo mejor de Sada, pero aligerado: un reto para el lector, pero no la cumbre del Everest que representa Porque parece mentira… Es, sin duda, la mejor obra para acercarse a esta narrativa que de apoco irá adquiriendo mayores admiradores, pues aparte de arriesgada se ha vuelto inconfundible, “un frasco de vitaminas” para la narrativa escrita en español.

Paul Auster en Oaxaca (publicado en noviembre de 2008)



A los treinta años, confiesa Paul Auster, todo lo que tocaba se convertía en fracaso: tenía problemas de dinero, recién se había divorciado y su trabajo como escritor se hundía. Sin embargo, al mismo tiempo se sentía con energía, con la cabeza llena de ideas y con ganas de viajar. Corrían los años setenta.
“Ya no quería hablar más de libros, quería escribirlos. No me parecía bien, por principio, que un escritor se refugiase en la universidad, rodeándose de personas afines y viviendo demasiado a gusto. Existía un riesgo de autocomplacencia, y una vez que cae en ella, el escritor puede darse por perdido”, dice en A salto de mata: Crónica de un fracaso precoz, su autobiografía.
Así, decidió que lo último que deseaba hacer era “andarse con pies de plomo”.
Amante del béisbol, Paul Auster comenzó a escribir a los 12 años, siendo ya un gran lector gracias a la biblioteca de su tío que era traductor. Escribió poesía y tradujo, hasta que en 1976 publicó Jugada de Presión, con el seudónimo Paul Benjamin, novela que no había de generarle grandes éxitos. No es sino en una mañana de enero de 1979, tras enterarse que su padre ha muerto, que Auster empieza a escribir La invención de la soledad, y “entonces comenzó todo”.
Luego vendrían más novelas –El Palacio de la luna, La música del azar, El libro de las ilusiones, La noche del oráculo y Viajes por el Scriptorium, entre otras–, guiones de cine y el Premio Médicis, de Francia, por mejor novela de un autor extranjero –Leviatán– y el Premio Príncipe de Asturias, en 2006, por citar sólo algunos reconocimientos.
Así nos regalaría la historia de Walt, el niño que aprendió a volar de la mano de su maestro Yehudi al tiempo que retrata la gran Depresión estadounidense y todos sus vicios, en Mr. Vértigo. Además nos descubriría sus obsesiones en la Trilogía de Nueva York –Ciudad de cristal, Fantasmas y La habitación cerrada, editadas a mediados de la década de 1980–, donde lo mismo un personaje busca al detective Paul Auster; que un señor –Azul– es contratado –por Blanco– para espiar a otro –Negro– que lo espía a su vez; hasta un hombre que ha de decidir sobre el destino de los manuscritos de un amigo de la infancia.
Paul Auster es un autor del desasosiego y en estos días visitará México. El 6 y 7 de noviembre estará en la inauguración de la 2ª Feria Internacional del Libro Oaxaca 2008, en el Teatro Macedonio Alcalá de esa ciudad. Ahí, también, presentará el Premio Internacional de Literatura Aura Estrada, para lo cual participará en un evento de recaudación de fondos a favor de este galardón que se otorgará a partir del próximo año a escritoras menores de 35 años.
Paul Auster vendrá a Oaxaca, al igual que el autor serbio Goran Petrovic, demostrando que la cultura literaria en México, gracias en esta ocasión a Guillermo Quijas-Corzo López, director general de la Feria, no sólo se forja en el Distrito Federal.

Fernando Solana: Elitismo para todos (no publicado)



Para llegar a ciertos estados psicomentales es necesario pasar por cinco matrices: la ignorancia, el sentimiento de la individualidad, el apego, la repugnancia y el amor a la vida. Eso nos dice Fernando Solana Olivares en uno de los cuentos de Cuarenta y nueve movimientos (Terracota 2008).
Solana Olivares, columnista de Milenio diario, logra con este libro empatar las ideas filosóficas, místicas y metafísicas (que a través de humanidad ha creado el hombre en su búsqueda de la Verdad), con una narrativa desconcertante debido a los planteamientos que pueden encerrar un párrafo: “Esta noche danza la ronda de los hechiceros, cuando los hombres no necesitan otro arte distinto al que practican. El arte del arte. De ahí vendrá después el sentimiento de lo religioso, pero ahora su Señor es un bailarín y el círculo baila sus pasos mágicos. Entrar al otro lado ocurre aquí mismo, el centro está en todas partes, la circunferencia en ninguna”.
Cuarenta y nueve movimientos contiene las historias de B., personaje que ha de transitar por varias etapas históricas del hombre en busca de la Verdad. Es B. pero son muchos personajes. Ya un B. resulta amante de María Magdalena, quien lo ha abandonado por seguir a Jesús; o es un hombre que se pierde en El Cairo, o es un periodista que pertenece a una secta, o bien, es un espíritu que se mueve, tal como recomienda el budismo. Hasta aquí la “ignorancia”.
Luego el libro se transforma en una obra ensayística, en flujos de conciencia (como advierte la contraportada), y el autor, tal vez otra de las personificaciones de B., establece un diálogo con escritores estadounidenses, con ideas de movimientos literarios como el beatnik que en sus inicios aplicó un mal entendido budismo. Entonces llega el “sentimiento de individualidad” y el “apego”.
De pronto los cuarenta y nueve movimientos plantean al lector una serie de reflexiones en torno al personaje Bartleby, de Herman Melville, y su “preferiría no hacerlo”. Esto resulta la introducción al análisis de cómo se transformó el mundo tras los acontecimientos del 11 de septiembre. Esta “repugnancia” va impregnando el libro de a poco.
Al final, la historia de unos jóvenes sobrevivientes que han de terminar tomados de la mano, nos llevan al “amor por la vida”, pasando así por todas las matrices que se deben recorrer para llegar a la verdad.
De esta manera, el libro de Solana Olivares deja de ser sólo una mezcla de cuentos y ensayos, y se convierte en un texto al estilo de Así habló Zaratustra (si se permite la semejanza) donde la filosofía camina acompañada de la reflexión y de la narrativa, del arte en sí. Cuarenta y nueve movimientos es un libro atípico en las mesas de novedades, pues representa un riesgo para el lector, un riesgo y un compromiso, pues una vez que se termina su lectura se cierran los ojos en busca de oscuridad, ya que tanta luz pudo haber provocado ceguera.

Una violeta de más (no publicado)



En diciembre de 1968 se publicó Una violeta de más, libro “extraño” cuya dedicatoria apuntaba: “Para ti, mágico fantasma, las que fueron tus últimas lecturas”. ¿El autor? Francisco Tario. ¿El mágico fantasma? Carmen Farell, la esposa del escritor muerta un año antes. ¿Por qué libro “extraño”? Contenía una serie de cuentos fantásticos, género casi inexplorado en la literatura mexicana (en uno de ellos una especie de mico emerge de la llave de una tina de baño y asume que el hombre quien se rasura frente a él es su madre; a partir de ese momento la vida del protagonista ha de trastocarse).
Cuentan que la joven pareja que formaban Octavio Paz y Elena Garro solía asomarse a la casa de uno de sus vecinos, en la Colonia Condesa, sólo para apreciar a quien el Nobel mexicano llegó a considerar la mujer más bella que hubiera conocido. Aquella belleza, de cabello largo color caoba, era Carmen Farell (a pesar de su colindancia, Tario, cuyo verdadero nombre era Francisco Peláez, no conoció a Paz sino gracias a su hermano Antonio, quien era pintor).
Tario, hombre alto, de mirada penetrante, calvo por decisión propia, era tímido y por eso llegaba a ser agresivo cuando conocía a una persona. Ya después, en confianza, era un hombre platicador, excéntrico (no cargaba dinero ni cartera, tampoco usaba reloj) a quien le gustaba tocar el piano (durante su juventud practicaba diez horas diarias) y era un hombre sabio. Le gustaba además el cine (llegó a tener una sala de proyección en Acapulco) y cuando escribía algo (una novela, una obra de teatro, un cuento) ponía a su esposa a que se lo leyera. Después, corregía y nuevamente venía la lectura.
Portero de los equipos Asturias y España, vestía con tanta finura (cada partido usaba un suéter diferente) que los cigarros “Los Elegantes” o “Campeones” lo inmortalizaron en una caja mediante un retrato de uno de sus lances futbolísticos.
Se dice que durante una época mantuvo un romance platónico con una jovencita a quien enamoraba llevando de paseo al Panteón de Dolores. Un día, después de haber sufrido un accidente con su esposa, decidió terminar aquella aventura. Esa mujer, tras experimentar lo que significaba pasar un tiempo al lado del escritor, desilusionada se retiró a un convento.
En marzo de 1967 murió Carmen. Su hijo menor, Julio Farell, relata en una entrevista concedida a Alejandro Toledo, que una tarde su madre comenzó a sentirse fea, por lo que le pidió un espejo y un peine. Entonces comenzó a recordar épocas y en eso estaba cuando le vino un derrame. A los tres o cuatro días le sobrevino otro, ese sí mortal.
A partir de ese momento Francisco Tario se convirtió en un hombre encerrado en sí mismo y sucumbió a la ausencia de su esposa en diciembre de 1977. Dejaba algunas obras de teatro inéditas al igual que una novela. También dejaba unos cajones donde guardaba papelitos. “Básicamente describen estados de ánimo, son una especie de diarios en los que contaba cómo se sentía, los medicamentos que había tomado… Establecía una suerte de diálogo entre el retrato de mi madre, que estaba en la sala y el comedor, y él”, cuenta su hijo.
Tario nos legó cuentos que de haber sido escritos en Inglaterra o Francia habrían sido exitosos desde el primer momento, pero que en un ambiente mexicano, donde la literatura realista imperaba, pasaron desapercibidos.
Debemos a la editorial Lectorum la redición de sus cuentos completos, sin embargo, sólo con la lectura de este autor es como podemos rendirle un homenaje ahora que se cumplen 40 años de la edición de Una violeta de más, un libro imprescindible.