lunes, 31 de octubre de 2011

Sobre el estilo, AA. VV.*



Hablar del estilo de un autor es referirse a su transposición en letras, en imágenes, en oraciones. Por eso el conde de Buffon, al ingresar a la Academia Francesa en 1753, diría que “el estilo es el hombre mismo”. Pero qué se puede decir de este asunto (a quién censurar, a quién elogiar), en qué consiste la propuesta de un escritor si no es en el estilo mismo y en ciertas tendencias narrativas.
Sobre el estilo es una selección de cinco ensayos en donde se aborda dicho tema, además de hacerse un análisis de El Paraíso perdido, de Milton, con base en la sencillez del texto y las cumbres ideológicas que puede alcanzar.
El primer ensayo, de Jonathan Swift (1667-1745), es una irónica propuesta para liberar a los libros de adornos en portadas y para hacer de ellos objetos que muestren el buen uso del lenguaje: “Me comprometo a enviar a usted un catálogo de libros ingleses publicados en los últimos siete años, que de entrada le costarían cien libras, y no podrá encontrar en ellos diez renglones de buena gramática o de sentido común”, dice Swift quien agrega que estos aportes extras no son sino modos de ocultar la falta de ingenio, de sentido, de humor y de cultura que deberían ser indispensables en cualquier escritor.
Por su parte, David Hume (1711-1776), hace un alegato por escribir con sencillez, imitando la realidad pero sin ser una copia de la misma. Respecto a la experimentación, acota que los textos que sorprenden sin ser naturales, no pueden brindar un entretenimiento duradero: “Las expresiones poco comunes, los fuertes toques de ingenio, los símiles exagerados y los giros epigramáticos, en especial cuando aparecen con excesiva frecuencia, son un desfiguro, en lugar de un embellecimiento del discurso”. Añade, quizá de forma humorística, que los libros son como las mujeres: las sencillas y con buenos modales resultan más gratas que las muy pintadas y engalanadas por vestimentas, quienes pueden deslumbrar el ojo pero no llegar a los afectos.
El puntilloso y siempre atinado William Hazlitt (1778-1830) cierra el libro con el ensayo “Sobre el estilo familiar” en donde no sólo apuesta por la sencillez, sino que exige la precisión en el uso de las palabras. Adelantándose a lo que Ernesto Sabato diría sobre los escritores que usan palabras grandilocuentes para ocultar lo poco que tiene que decir, Hazlitt se sorprende al comentar: “¡Qué fácil es ser digno sin soltura, ser pomposo sin significado!”. Este texto, además, abunda no sólo en el estilo, sino en el significado de las palabras y su revalorización de acuerdo al uso de las mismas. “La fuerza propia de las palabras no se encuentra en ellas mismas, sino en su aplicación. Una palabra puede tener un sonido bello, ser de insólita longitud y muy imponente, porque muestra su cultura y novedad, y sin embargo, en la conexión en que se la introduzca puede ser absolutamente absurda e improcedente. No es la pompa o la pretensión, sino la adaptación de la expresión a la idea, lo que asegura el sentido de un escritor”.
De esta forma, Sobre el estilo es un llamado de atención a las literaturas que ponen toda su atención en los experimentos verbales, en las historias sorprendentes; es una defensa de las historias que convierten a las palabras en literatura gracias al buen uso del idioma. Es decir, no está en contra de ninguna temática, sino del despliegue de adornos que se anteponen a la escritura correcta. Es, por decirlo de algún modo, una alerta a quienes creen que escribir de forma sencilla es lo más fácil y por eso privilegian los modismos, la experimentación, el despliegue de temáticas complicadas. Se podría decir que así como los pintores deben primer dibujar con los moldes clásicos para llegar después a la experimentación conceptual, estos autores recomiendan primero escribir de forma correcta y ateniéndose a las normas, para después crear un nuevo estilo. Claro, vale aclarar que todos ellos son autores de los siglos XVII al XIX (pero sus consejos no han pasado de moda)…

Swift, J.; Addison, J.; Hume, D.; Lamb, C. y Hazlitt, W. Sobre el estilo. UNAM, 2006

*Publicado en Librosampleados

jueves, 27 de octubre de 2011

De experimentación y pecado*



Las vanguardias literarias que surgieron durante la primera mitad del siglo XX intentaron transformar la literatura desde muchos puntos de vista: olvidándose del hombre como personaje principal, privilegiando a la máquina y el futuro como elementos creativos, atendiendo al impulso inconsciente a la hora de crear y agrediendo las normas establecidas de la lengua, entre otras formas.

Así, para la mitad del siglo, ya había experimentos que se enfocaban en dislocar el lenguaje como fue el caso de En la masmédula, de Oliverio Girondo (“en los enlunamientos / en lo erecto por los excesos lesos del erofrote etcétera / o en el bisueño exhausto del ‘dame toma date hasta / el mismo testuz de tu tan gana’”) o, posteriormente, la creación del gliglico cortazariano: “Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sústalos exasperantes”.

Erik Martínez (México, DF, 1961), así, en su novela Las virtudes capitales prosigue por este camino y hace que el lenguaje se convierta en el actor principal de su libro. ¿El tema? Una prostituta lee el periódico donde anuncian que tres agentes del orden fueron degollados y se encontró también el torso destetado de una señorita, además hace el recuento de los hechos (al parecer fue testigo) y los reinventa una y otra vez, hasta el infinito, añadiendo detalles, personajes, citas literarias. En algunas ocasiones hay marines estadounidenses en el burdel manteniendo relaciones sexuales con prostitutas y prostitutos; en otras es un señor muy importante quien es fotografiado en orgías con niños; algunas veces más son los regentes del lugar quienes platican cómo podrán sacar mejores ganancias (asaltando a los clientes ebrios, por supuesto). Pero todo esto ocurre en una ciudad fronteriza, así que los personajes hablan en una especie de espanglish, mezclado con nuevas palabras.

La novela, de esta forma, hace a un lado a los personajes y deja que el lenguaje sea el protagonista de este enredo: “pero me adelanto (debería decir mejor me atraso), me pierdo, otra vez, perdón, porque yo estaba recordando al Apo, en pedacitos, y no, que me he vuelto a perder, voy en reversa otra vez, échenme aguas, quebrándome toda, dele, dele güerita, ai ta güeno, ai sale, que Dios la cuide, que le vaya bien, ora sí derecho al pinche güero productor…”.

Hay momentos, sin embargo, en que esta experimentación es demasiada y pierde al lector que únicamente ya se guía por el ritmo de las palabras (que llega a sonar a cacofonía): “En el rito diario de ir al puesto de diarios a comprar el diario le comenta ella al mulato ella una de las así coronadas con esa aura áurea de ser aún de las potables que leer no es como coger pinche negro que si te gustara un chirris la panocha bien lo sabrías”.

Y entonces, sin saber muy bien cómo, de repente uno se encuentra entre problemas entre narcos, en medio del pecado que surge en un burdel donde lo mismo se confunden las viejas prostituas con los trasvestis y los niños (hijos de las prostitutas), con soldados enfermos, con sidosos famosos, con políticos que cambian un acostón por una orden de dejar pasar, por hacerse de la vista gorda…

Las virtudes capitales es, de esta forma, un libro que se convierte en un río agresivo de palabras, donde es muy fácil hundirse, pero donde también se puede experimentar el vértigo y la emoción que provocan lo arriesgado, pues tal vez, como se nos dice en el final, después del recuerdo, de la resignación “the rest is silence”.

Martínez, Erik (2008), Las virtudes capitales, México, Editorial Resistencia, 88 páginas.

* Publicado en Adefesio.com

lunes, 24 de octubre de 2011

Gangster de ultratumba*



Hay muchas campañas de lectura que pretenden acercarnos a los libros: porque nos hacen mejores personas, porque nos crean una conciencia crítica, porque estimulan la imaginación, pero pocas nos dicen que se puede leer por diversión. Para eso, claro está, se requieren textos que sean entretenidos, que su historia avance de forma atractiva y que los personajes sean verosímiles y cercanos al lector para que éste pueda identificarse con ellos y de esta forma disfrutar lo que se narra. Gansgter de ultratumba, de Rafael Tonatiuh (Xalapa, Veracruz, 1964) es una muestra de este tipo de libros que se disfrutan y nos dibujan una sonrisa.

Alevy, “Ale” para los amigos y “Don Alevi” para sus subordinados, es un joven científico que viaja a Las Vegas para intentar volverse millonario. Lo acompaña su novia Bethzy, quien ve esas vacaciones como una oportunidad para comprar algunos recuerdos, visitar algún museo y conocer el campus de la Universidad de Nevada. Ambos, sin embargo, desconocen que son los personajes centrales de una conspiración cósmica en la que la existencia del universo está en juego y, curiosamente, cada que Alevy arroje los dados sobre alguna mesa de craps se desencadenará el “final”.

En esta aventura los acompañarán algunos arcángeles enviados por el Sacro 1, y convivirán con espíritus malignos que encarnarán en sus cuerpos, así como delincuentes famosos y diosas de la belleza. Así, Alevy será poseído por Samael, un ser divino que anhela adueñarse de Las Vegas para aumentar la energía negativa universal y así lograr la desaparición de nuestra realidad (consiguiendo con ello la derrota de Sacro1). Pero para esto deberán recurrir, también por medio de la encarnación, a Bugsy, un jugador profesional que vivió a principios del siglo XX y quien participó en la fundación de Las Vegas. Por su parte, Bethzy se convertirá en la depositaria de las almas de Virginia Hill, la amante de Bugsy, y de Lilith, aquel ser primigenio que se reveló a Sacro 1.

Gangster de ultratumba, con estos personajes, se convierte en una mezcla de El Padrino con ciertas novelas de Raymond Chandler, donde enormes negros ataviados de forma atractiva se convierten en los eslabones de la historia. Además, combina una prosa divertida y precisa. Por ejemplo, el narrador cuenta: “Alevy lo miró con ojos de un rinoceronte con encabronadamente mal humor” o se escucha a Lilith decir: “¡No soy una dama, pendejos, así que dejen de hablar como Shakespeare en mi presencia!”.

Además, esta novela de tintes policíacos, se permite las reflexiones (“¿Cuál es el motivo por el que existe todo? Porque Dios lo creó. ¿Y por qué Dios lo creó? Para auto-conocerse”) con la broma recurrente, como cuando en medio de una escena melodramática el narrador se inmiscuye con un detalle para hacernos reír: “Sacó de sus bolsillos un mechón de caireles envueltos en cinta roja y lo arrojó en un tambo de basura orgánica (la lata de refresco la depositó en la basura inorgánica)”.

Con una mezcla de arcángeles que se drogan y otros que quieren vacaciones para pintar sus casas, recuperar discos prestados y escribir poesía, Gangster de ultratumba muestra el tono relajado que Rafael Tonatihu utiliza en sus columnas de Milenio Diario, al mismo tiempo que nos muestra a un Patricio Betteo (ilustrador del libro) que logra darle vida a estos personajes con trazos muy al estilo del libro vaquero o de Frank Miller (si es posible esta relación). Así, esta novela es el perfecto ejemplo de por qué se debe leer: porque hacerlo, al igual que ver la televisión, jugar al billar o entretenernos con un videojuego, resulta divertido.

Tonatiuh, Rafael (2008), Gangster de ultratumba, México, Editorial Resistencia, 120 páginas.

* Publiacado en Elhorizontal.com

El circo de la soledad, de Patricia Laurent Kullick*



Sylvia Plath, en uno de sus poemas, confiesa que es vertical, pero preferiría ser horizontal, abandonar las costumbres impuestas y sentirse libre, dejar el papel de madre para poder tenderse junto a los árboles y platicar con el cielo… Las mujeres de El circo de la soledad, de Patricia Laurent Kullick (Tampico, Tamaulipas, 1962) sin embargo, son semi verticales: “Somos producto de lo que miles de años se ha considerado femenino y masculino. Mejor dicho, somos un semi producto. Seguras de estar a la par con la liberación de la mujer, puesto que todas somos profesionistas y madres […] No hemos podido conciliar nuestro deseo con nuestras acciones”.
Estas mujeres, además, son cinco amigas que se reúnen los viernes a tomar, a olvidarse de sus vidas desgraciadas, a fingir que todo está bien, aunque el suelo donde caminan esté quebradizo. Miguela, por ejemplo, es una mujer casi loca, obsesionada con hacerle escenas de celos y de ruptura a su esposo (un gringo que se siente mexicano), y quien también habla con “la Fosa”, un hueco que ella percibe en su cerebro y que es el resultado de sus lecturas y de su manía por imaginar (al parecer es escritora). Son tales sus arrebatos que sus amigas no la toman muy en serio (¿y cómo hacerlo si para llegar al equilibrio mental y espiritual come chiles al por mayor?).
Por su parte, Sara es la amante de Valdemar (el esposo de su amiga Pilar) y aunque sabe que está siendo injusta al traicionar a Pilar, su gusto erótico la obliga a vivir a escondidas, disfrutando de los buenos momentos que Valdemar le brinda.
Eva, en tanto, es una mujer que al morir su primogénito quedo embalsamada: su matrimonio se vino abajo y es incapaz de confesar el secreto que guarda: haber visto morir a su hijo (enfermo terminal) cuando se aventó al río para suicidarse.
Pilar es la esposa engañada, la fiel, la que siempre está preocupada por sus hijos, porque el lunch vaya perfectamente guardado, porque al esposo no le falte la comida caliente, porque todo en su vida sea orden. Sin embargo, sus celos la obligan a cometer una imprudencia.
Por último, Aminta es la mujer reservada, que no es capaz de liberarse ni siquiera en su interior: vive un matrimonio aburrido y para escapar de él sale en busca de taxistas con quienes se acuesta en moteles baratos y con quienes comparte las caricaturas que veía en su niñez.
Así, con estas características, el viernes cuando ocurre esta reunión a la que asistimos, Pilar llega para decirles que teme haber matado a Valdemar, y mientras acompañamos a estas cinco amigas en un viaje, descubrimos no sólo el alma de estas mujeres, sino la eficacia narrativa de Laurent Kullick. Es decir, sus personajes no son los de una novela feminista, sino mujeres que nos muestran sus entrañas en cada frase: “Lloraba y hablaba de sus intentos fallidos como mujer […] pero no es la muerte –decía-, ni siquiera el sueño, es el inicio de un viaje a la insensibilidad, como una inyección de anestesia en el corazón”, “No puede convencerla que prefiere mil veces que ella esté tranquila. Prefiere saber que la protege un poco de sí misma y convencerla de que ella es la casa de él, el país de él, la única geografía que reconoce”, “Si yo supiera que es tristeza, me quedo aquí, sintiéndola. Si supiera que es espera, me siento frente a la ventana. Si reconociera la depresión, me meto pastillas. No reconozco nada. Ni siquiera puedo asirlo en el lenguaje para describirlo. Siento, pero ignoro qué. No puedo decir más”.
Al mismo tiempo, Laurent Kullick juega con el lenguaje, con la amargura, con la tristeza y con el drama. Es capaz de convertir una reflexión en una sonrisa: “Guy piensa que es como estar viendo un baile que al principio es sensual en sus movimientos, pero después es aburridamente repetitivo. Y sin embargo, no quita la vista del baile de su mujer, porque sabe que es la manera de apoyarla, como un gran amigo que ve el mismo número teatral y siempre felicita a los artistas por los cambios en la rutina que en la realidad jamás ocurrieron”, narra Laurent Kullick sobre el stripteasse de Miguela.
El circo de la soledad es una entrañable novela, una road movie al estilo de Thelma y Louis; es un viaje a las entrañas de cinco mujeres que si algo consiguen es ser queridas y protegidas por el lector; es un libro que retrata a la generación de cuarentonas que, al igual que Sylvia Plath, son verticales, pero preferirían ser horizontales.

Laurent Kullick, Patricia. El circo de la soledad. Ediciones intempestivas. 2011.

*Publicado en Librosampleados

viernes, 14 de octubre de 2011

Sagarana, de Joao Guimaraes Rosa



Se dice que Joao Guimaraes Rosa (Minas Gerais, 1908-Río de Janerio, 1967) era un oscuro burócrata, quien en su oficina rara vez aceptaba visitas, pero cuentan que a una de las pocas personas que recibió fue a Juan Rulfo, de quien admiraba su forma de escribir (Rulfo, por cierto, también tenía en gran estima las obras del brasileño).

La biografía de Guimaraes es casi la de un personaje literario: dominaba diez idiomas que había aprendido de forma autodidacta, por ejemplo, y aunque en 1963 había sido electo para ingresar a la Academia Brasileña de Letras, por un oscuro presentimiento, dilató su ingreso formal hasta noviembre de 1967: “[Guimaraes Rosa] había prevenido a un par de amigos que si durante el lago discurso (una hora y quince minutos) sentía flaquear el corazón, haría una discreta señal con la mano para prevenirlos. Pero la ceremonia se realizó con toda felicidad y pompa. El corazón resistió el duro trance, la emoción de los aplausos, la corriente cálida de la amistad. Tres días más tarde, el domingo 19, se quedó solo en su casa mientras su mujer iba a misa con una nietecita. Estaba en su escritorio y se entretuvo en hablar por teléfono con unos amigos. Al término de esas conversaciones se sintió mal y llamó por teléfono a una antigua secretaria. Mientras le contaba que temía una crisis asmática y pedía socorro, se quedó callado. Cuando llegó su mujer ya estaba muerto”, relata Emir Rodríguez Monegal.

Seguir leyendo: http://sdl.librosampleados.mx/2014/02/sagarana-jguimaraesr/

miércoles, 5 de octubre de 2011

El bosque de los abedules, de Jaroslaw Iwaszkiewicz*



El odio entre hermanos quizá sea el más profundo: viene de las rivalidades, del conocimiento del otro y de la infancia. Hay ocasiones que no se sabe que habita en nosotros y sólo al volver a convivir como familia ocasiona que todos esos resquemores se vuelvan actuales. Eso, al menos, es lo que le pasa a los personajes de El bosque de los abedules, de Jaroslaw Iwaszkiewicz (Kalnik, Ucrania, 1894-Varsovia, 1980).
Stas es un moribundo que va en busca de un lugar donde descansar y para ello no encuentra mejor sitio que la casa de Boleslaw, su hermano que vive en el bosque y que recientemente enviudó. Ahí, presiente, podrá encontrar la paz que le permitirá llegar a una muerte tranquila. Sin embargo, “Ya en la forma como Stas descendió de la calesa frente a la terraza había algo que irritó a Boleslaw”. Así, esta novela nos cuenta los desencuentros y pasiones que surgirán entre estos hermanos.
Stas es un tuberculoso que ha recorrido el mundo, Boleslaw es un trabajador ejemplar, que vive en un mutismo que ni su pequeña hija Ola ha logrado romper. Son, por decirlo de una manera, un moribundo lleno de vida y un hombre sano que sólo sobrevive. Por ejemplo, para Boleslaw: “La tumba y el cuerpo [de su esposa] para él carecían de existencia, sólo sentía infinitamente la muerte de esta mujer fea pero amable, que durante algunos años había sido su esposa… Sufría su ausencia y recordaba su agonía. Ésta era la única e insustituible realidad”. En cambio, Stas acompañado de un piano que mandó a traer del pueblo más cercano, tocaba música alegre, le contaba historias a su sobrina, caminaba por el bosque y se relacionaba con los empleados de Boleslaw; es un hombre de charla fácil y, más aún, con este encanto conquistó a una de las trabajadoras de su hermano (quien después se volverá la obsesión moral y erótica de Boleslaw).
El bosque de los abedules es una novela que explora los peores sentimientos en el hombre. Está enclavada en un pequeño bosque donde dos hermanos se convierten en enemigos por aquellos sentimientos tan profundos y humanos como los celos. No es que Boleslaw desee lo que Stas representa, sino que siente envidia de no poder ser como él. A eso, además, se suma el darse cuenta que su vida ha sido un continuo flotar en la superficie (lo que provocó que no descubriera que su esposa le era infiel con un hombre que contaba historias fantásticas a su hija). “Boleslaw advirtió que la muerte de Stas le había resuelto la vida. Con la muerte de su hermano llegaba la serenidad anhelada y la aceptación cabal de los incidentes pasados”.
Sin embargo, al morir Stas la historia no termina, sino que se potencian las reacciones de Boleslaw lo que permitirá que al final del libro descubramos cómo la desesperanza es capaz de engendrar vida y cómo las vidas insignificantes son las que más nos retratan como seres humanos.

Jaroslaw, Iwaszkiewicz. El bosque de los abedules / Madre Juana de los Ángeles. Universidad Veracruzana, Biblioteca del Universitario, 2010.

* Publicado en Librosampleados