jueves, 27 de octubre de 2011

De experimentación y pecado*



Las vanguardias literarias que surgieron durante la primera mitad del siglo XX intentaron transformar la literatura desde muchos puntos de vista: olvidándose del hombre como personaje principal, privilegiando a la máquina y el futuro como elementos creativos, atendiendo al impulso inconsciente a la hora de crear y agrediendo las normas establecidas de la lengua, entre otras formas.

Así, para la mitad del siglo, ya había experimentos que se enfocaban en dislocar el lenguaje como fue el caso de En la masmédula, de Oliverio Girondo (“en los enlunamientos / en lo erecto por los excesos lesos del erofrote etcétera / o en el bisueño exhausto del ‘dame toma date hasta / el mismo testuz de tu tan gana’”) o, posteriormente, la creación del gliglico cortazariano: “Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sústalos exasperantes”.

Erik Martínez (México, DF, 1961), así, en su novela Las virtudes capitales prosigue por este camino y hace que el lenguaje se convierta en el actor principal de su libro. ¿El tema? Una prostituta lee el periódico donde anuncian que tres agentes del orden fueron degollados y se encontró también el torso destetado de una señorita, además hace el recuento de los hechos (al parecer fue testigo) y los reinventa una y otra vez, hasta el infinito, añadiendo detalles, personajes, citas literarias. En algunas ocasiones hay marines estadounidenses en el burdel manteniendo relaciones sexuales con prostitutas y prostitutos; en otras es un señor muy importante quien es fotografiado en orgías con niños; algunas veces más son los regentes del lugar quienes platican cómo podrán sacar mejores ganancias (asaltando a los clientes ebrios, por supuesto). Pero todo esto ocurre en una ciudad fronteriza, así que los personajes hablan en una especie de espanglish, mezclado con nuevas palabras.

La novela, de esta forma, hace a un lado a los personajes y deja que el lenguaje sea el protagonista de este enredo: “pero me adelanto (debería decir mejor me atraso), me pierdo, otra vez, perdón, porque yo estaba recordando al Apo, en pedacitos, y no, que me he vuelto a perder, voy en reversa otra vez, échenme aguas, quebrándome toda, dele, dele güerita, ai ta güeno, ai sale, que Dios la cuide, que le vaya bien, ora sí derecho al pinche güero productor…”.

Hay momentos, sin embargo, en que esta experimentación es demasiada y pierde al lector que únicamente ya se guía por el ritmo de las palabras (que llega a sonar a cacofonía): “En el rito diario de ir al puesto de diarios a comprar el diario le comenta ella al mulato ella una de las así coronadas con esa aura áurea de ser aún de las potables que leer no es como coger pinche negro que si te gustara un chirris la panocha bien lo sabrías”.

Y entonces, sin saber muy bien cómo, de repente uno se encuentra entre problemas entre narcos, en medio del pecado que surge en un burdel donde lo mismo se confunden las viejas prostituas con los trasvestis y los niños (hijos de las prostitutas), con soldados enfermos, con sidosos famosos, con políticos que cambian un acostón por una orden de dejar pasar, por hacerse de la vista gorda…

Las virtudes capitales es, de esta forma, un libro que se convierte en un río agresivo de palabras, donde es muy fácil hundirse, pero donde también se puede experimentar el vértigo y la emoción que provocan lo arriesgado, pues tal vez, como se nos dice en el final, después del recuerdo, de la resignación “the rest is silence”.

Martínez, Erik (2008), Las virtudes capitales, México, Editorial Resistencia, 88 páginas.

* Publicado en Adefesio.com

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