jueves, 22 de diciembre de 2011

Moscas, niñas y otros muertos, de VV. AA.*

En 1966 Margo Glantz y Gastón García Cantú crearon la publicación Punto de partida en la UNAM, cuyo objetivo era promover y difundir la literatura entre los estudiantes universitarios. En 2004, la Dirección de Literatura de la Coordinación de Difusión Cultural de esta universidad amplió la revista a un programa editorial y publicó el primer libro de esta colección en el cual incluye a cinco escritores mexicanos jóvenes: Maritza M. Buendía (Zacatecas, 1974), Humberto Macedo (Ciudad de México, 1976), Gerardo Piña (Ciudad de México, 1975), Abril Posas (Guadalajara, 1982) y Diego Velázquez Betancourt (Puebla, 1978).

Moscas, niñas y otros muertos. Antología de cuento joven muestra la obra de estos autores cuya única similitud es que abordan la muerte, el desasosiego y la violencia desde diferentes matices y con diferentes resultados. Buendía, por ejemplo, cuenta la historia de un abuso sexual cometido por parte de un ciego a una niña. En el cuento “Niña piel infinita” no hay escenas explícitas, si acaso se enuncian algunos detalles de forma violenta, pero al final del relato queda la sensación de haberse leído un texto innecesariamente agresivo: “Cuando sus manos percibieron que el aire y el agua, que todo el azul del uniforme se teñía de rojo, en una húmeda viscosidad, el viejo experimentó una sensación desconocida, recóndita y plural, una sensación infinita”.

Macedo, por su parte, narra las peripecias de un nerd para ser el mejor de la clase, de la escuela, en el cuento “El reto”. Con una comicidad sencilla, el narrador nos permite conocer a Braulio y a Lázaro, alter egos uno del otro que en su búsqueda por destacar llegan a convertirse en amigos y a compartir aficiones, amores y borracheras, hasta el día en que deciden que debe haber un ganador total y se retan a morir: “Lázaro puso la misma cara de siempre que lo retaba: abrió grandes los ojos, petrificando cada uno de sus músculos y resollando como buey en brama. ‘De acuerdo, pero desde ahora te lo digo, siempre te extrañaré”.

Gerardo Piña, en “Cuatro minutos” adentra al lector en la planificación de un asalto: dos hermanos que todo mundo conoce, asaltando el banco al que todos acuden, tratando de huir por las calles que siempre recorren y que son sorprendidos por el excelente final. Además, Piña apunta su cuento con ideas que agrandan lo dicho por una prosa eficiente: “Hay sucesos en la vida que nos parecen sorprendentes, pero es sólo que obedecen a una lógica distinta de la nuestra. Comprender un acto no es entenderlo, sino entender lo que lo causa”.

En “Napalm” Abril Posas va quemando poco a poco al lector, lo adentra en cada una de sus historias que se encadenan y permiten que la narración avance. Hay una niña que tras iniciar su vida sexual, deseará que el padre la haga gozar al igual que a su madre, pero lo tenso de la escena se diluye con humor: “La decisión fue unánime. Al día siguiente, sin hacer preguntas ni reclamos, internaron a la pequeña en el castillo, ubicado en las afueras. ‘Lo último que te voy a permitir, es que me quites al hombre de mi vida’, fue lo único que escuchó Yara de su mamá, ante el silencio de su padre”. Así, esta narración oscura antecede la literatura zombie hoy de moda, con unos personajes que van recogiendo a los habitantes de un pueblo donde los únicos que se salvarán son los locos que habitan el manicomio y aquellos a quienes no les importa servirlos.

Por último, Diego Velázquez Betancourt demuestra su humor negro, su sarcasmo vital, en el cuento “Las moscas”, donde retrata la vida de un joven obsesionado con estos insectos y quien, además, se considera un intelectual y un ser por encima de quienes lo rodean: “Poseo libros muy afamados, en ediciones nuevas, libros que envidiaría cualquier coleccionista: El Quijote, los Tratados morales de Cicerón, Los nueve libros de la historia de Herodoto, El señor de las moscas de Golding (que dicho sea de paso tiene mi más ferviente admiración y que pronto leeré), la obra completa de Homero, aunque se trate sólo de dos libros, ya lo sé, no soy ningún ignorante, pero tengo diferentes versiones, en inglés, en francés, en español y hasta en griego, y una vez que aprenda esos idiomas los voy a leer todos”.

Antología que vale la pena leerse para descubrir a estos cinco escritores, Moscas, niñas y otros muertos… logra que el proyecto Punto de partida impulse esta narrativa joven que hoy deberá mostrar su empeño al colocar en librerías los proyectos personales de cada uno de estos jóvenes.

VV. AA. Moscas, niñas y otros muertos. Antología de cuento joven, Coordinación de Difusión Cultural UNAM, 2004.

* Publicado en Librosampleados

jueves, 15 de diciembre de 2011

El fantasma y el poeta, de Carmen Boullosa*


El cuento, en tanto una historia que tiene un inicio, un desarrollo y un final, que cuenta la anécdota de uno o varios personajes y que crea un microcosmos en el espacio-tiempo narrado, dejó su lugar al relato: hijo bastardo que se asemeja a una historia que puede tener o no fin, que es un pretexto para contar un hecho sin necesidad de llegar a “buen puerto”, sino con la única finalidad de crear una atmósfera o mostrar algunos pasajes interesantes dentro de la vida de un “relator” o un personaje.
El fantasma y el poeta, de Carmen Boullosa (Ciudad de México, 1954), es un libro de relatos que tienen como punto de encuentro Nueva York y que muestra la corriente literaria en donde el escritor (en este caso Boullosa) no debe ocultarse detrás de un personaje para contarnos un hecho, sino que puede asumirse como sí mismo y a partir de ahí manifestar sus fobias, pasiones y temas recurrentes. Así, cerca del final, el “relator”-personaje nos confiesa: “Si esto que está aquí escrito fuera un cuento, por el privilegio de la ficción yo hubiera tenido permiso de estar en dicho salón [al que acude un joven poeta]… Pero esto aquí escrito no necesita ser cuento, quedó armado con lo que le dio la realidad, las verdades y las mentiras de estos y aquellos, sin necesidad de que intervenga yo en el salón, ni la señorita de nariz desgraciada y pelo en pecho, ni nada más”.
Quizá por eso mismo, por ser la poeta Boullosa quien está detrás de la pluma, se regodea con juegos de palabras que en ocasiones surten efecto tras una relectura: “Repetía tres veces las rutinas de sus caminatas, escribía tres veces su nombre en una carta, requería en la mesa tres servilletas dobladas, tres copas y tres vasos, etcétresra”. Pero por eso mismo, porque el “relator”-personaje es demasiado real, en ocasiones resulta inverosímil lo que cuenta: datos que pueden ser resultado de investigaciones muy profundas o de un listado de cosas que debes saber antes de… incluidas en Selecciones del Reader’s Digest: “Jan Rodrigues fue el primer forastero que permaneció un verano completo en lo que es hoy la ciudad de Nueva York, podríamos decir que es el primer manhatannita porque él fue quien exportó la palabra manhattan de las lenguas nativas a las europeas y la usó para nombrar este lugar”.
Hay, sin embargo, dos relatos que al conjuntarlos nos permiten conocer sobre la estadía de Rubén Darío en Nueva York, así como de la ocasión cuando rechazó tres ofrecimientos para beber (algo muy inusual en él), así como la vez que provocó que el fantasma de Jan Rodrigues abandonara el islote donde vivía y lo llevó hasta una calle oscura donde, tras lanzarlo en forma de flatulencia, consiguió desorientarlo (con el benéfico resultado de que muchos años después Octavio Paz se topara con este fantasma y en una especie de borrachera, de viaje sensorial, recitara y creara en su mente los primeros versos de “Piedra de Sol”).
Asimismo, un relato sobre la misoginia en Pedro Páramo, regala al lector una frase que bien vale el libro (la historia se desarrolla en un bar y una joven intenta que el conquistador ebrio que tiene enfrente acepte que el libro de Rulfo es machista; el borracho, desesperado por la verborrea, piensa: “Pinche vieja … ya quisieras que te cogiera Pedro Páramo en un día de fiesta”).
En algunos momentos mordaz, en otros demasiado inocente o petulante, El fantasma y el poeta constituye una muestra de esa literatura que habla de libros, de escritores y de leyendas que, en apariencia, sólo les interesan a los grandes y profundos lectores.

Boullosa, Carmen. El fantasma y el poeta. Sexto Piso. 2007

* Publicado en Librosampleados

martes, 6 de diciembre de 2011

Job, de Joseph Roth*

José María Pérez Gay, traductor y presentador de Job, de Joseph Roth (Galitzia 1894-París, 1939), dice que ésta es la novela más judía de la literatura alemana. Tal vez lo acota porque al interior del texto hay judíos, se viven las tradiciones judías y porque el personaje principal, Mendel Singer, es un hombre temeroso de Dios y quien vive bajo sus preceptos sin importarle la justicia de estos. Sin embargo, Job es mucho más que eso: es la novela de un hombre sencillo, como señala el subtítulo de la obra, que está siendo puesto a prueba por su creador. Mendel Singer es un profesor casi mediocre que hace malvivir a su familia con el poco dinero que gana de enseñarle las escrituras a cuatro o cinco niños (a veces seis o siete). Su esposa, Déborah, está arrepentida de haber desperdiciado su belleza al lado de este ser disminuido. De sus cuatro hijos, Jonás anhela convertirse en cosaco; mientras Schemarjah quiere imitar la vida gris de su padre; Miriam, por su parte, sueña con viajar y convertirse en la amante de aquellos que le galanteen, y Menuchim… él sólo dice “mamá”, pues nació idiota, con la cabeza grande y con la mente nublada. Así, la existencia de estos personajes está unida por un pueblo, Zuchnov, en los albores de la Primera Guerra Mundial, en las tierras del zar ruso quien manda llamar a todos los jóvenes para hacerlos parte de su ejército; pero más allá, estos personajes no comparten sino un apellido, pues cada uno desea estar fuera del círculo al que pertenecen y descubrir lo que significa vivir. Déborah reza para salvar a Menuchim, pero sus oraciones son despreciadas por Mendel, quien de a poco ha ido desconfiando de los milagros y de su propio Dios: “Dios es cruel, y cuanto más le obedecemos, más implacable se muestra con nosotros […] Dios prefiere aniquilar a los débiles. La flaqueza de un hombre despierta su fuerza, y la obediencia, su ira. […] Si acatas sus mandamientos, te dice que sólo lo acatas por tu propia conveniencia, Si dejas de acatar alguno de ellos, te persigue sin cesar con mil castigos y condenas. Si intentas sobornarlo, te abre un proceso. Y si eres un hombre honesto con él, acecha tu intención de soborno”. Todo esto lo piensa Mendel porque al parecer sobre él se están dejando caer todas las plagas bíblicas: sufre el odio de su esposa, sus hijos han sido enrolados y deberán partir a servir al zar, su hija se ha enredado con varios cosacos y Menuchim no hace más que estar en un rincón de la casa gritando, murmurando, gesticulando un “mamá” que a todos desconcierta. Hasta que su vida cambia: su hijo Schemarjah viaja a Estados Unidos y decide llevarse a la familia con él. De este modo, lo que parece un giro en su fortuna se convierte en la saña de su Dios contra Mendel Singer. Narrada con belleza, esta novela es el cúmulo de personajes antes descritos, mismos que han sido delineados con maestría por Joseph Roth, quien regala frases mordaces o incuestionables. Por ejemplo, cuando Déborah acude con el rabino para solicitar consejo respecto a Menuchim lo que obtiene es un decreto (no una respuesta): “Menuchim, hijo de Mendel, se curará. En todo Israel no habrá muchos como él. El dolor lo hará sabio, la fealdad lo hará bondadoso, la amargura lo hará dulce y la enfermedad lo hará fuerte. Sus ojos serán grandes y profundos, y sus oídos claros y llenos de resonancias. Su boca callará, pero cuando abra los labios anunciará cosas buenas. No tengas miedo y vuelve a casa”. Mas esto no logra convencer a Mendel, quien decide abandonar al hijo en Rusia mientras él, su esposa e hija viajan a América en busca de esos sueños que comienzan a convertirse en epidemia entre los judíos: la libertad y el bienestar. Job es la novela de Mendel Singer, quien “vivía entre los demás como un triste ejemplo de la crueldad de Jehová”, al mismo tiempo que es la historia de un hombre quien ha dejado de creer en los milagros, quien se sienta a orar únicamente por seguir la tradición, pero no porque tema, quiera u odie a Dios. Es el libro de un hombre que recuerda todo el peregrinar del pueblo judío, esa larga etapa en la que parecen no llegar a su destino; es la tragedia de un individuo que ha sido puesto a prueba por su Dios y que en esta prueba jamás conseguirá el triunfo. Es, como dicen, un libro cien por ciento judío, pero además es una obra que en cada oración nos pregona el amor del hombre por el hombre, el cariño que Joseph Roth le tiene a cada uno de sus personajes, y nos da muestra de que la literatura, la gran literatura, es el retrato de las miserias y bendiciones de hombres sencillos como Mendel Singer. Roth, Joseph. Job. 1ª reimpr. Ediciones Cal y Arena, 2010 * Publicado en Librosampleados

El ocaso de la “Generación de la fiesta”*

Los treintañeros clasemedieros de hoy no vivieron la guerra, ni las ideologías, ni el hambre. Saben de ello porque sus padres les contaron sus experiencias en las marchas, en las guerrillas, en los movimientos culturales. Los treintañeros clasemedieros de hoy, a falta de algo mejor en qué creer, durante la década de los noventa vivieron la fiesta, se reventaron en discotecas, se metieron drogas (legales e ilegales) y buscaron el caos como una forma de subsistir. Crearon, también, nuevos mundos de escape. Pero de pronto el cuerpo, la realidad, les dijo algo importante: “Es ya en la tercera década de la existencia cuando el auténtico impulso vital empieza a disminuir, y la persona para quien a los treinta existen tantas cosas valiosas y llenas de significado como diez años antes posee sin duda un alma simple”, tal como escribiera Francis Scott Fitzgerald. José Mariano Leyva (Cuernavaca, 1975) sabe todo lo anterior (lo ha estudiado incluso en su libro El complejo Fitzgerald) y por eso en su novela Imbéciles Anónimos hace un retrato social de estos nuevos viejos que crearon su vida a partir del rechazo que sentían por todas las obsesiones de sus padres. Así, en este libro aparecen cinco personajes que delinean de forma general a la generación de los nacidos en los setenta: Sunny B., una mujer que creyendo que es feminista se olvida de ser mujer y la guerra contra el hombre la convierte en una batalla feroz contra su femineidad; Carlos, un escritor que ante el aburrimiento de su vida matrimonial un día encuentra el escape perfecto en una relación homosexual la cual no le pide comprometerse; Elías, un hombre que escapa de su realidad mediante las drogas, que inventa padecimientos para poder consumir cocaína; Marsé, un conquistador de mujeres mayores (casi ancianas) en quienes quiere hallar a la madre-amante, al mismo tiempo que dañar a este símbolo de su pasado, y José Mariano Leyva, el personaje, quien se ha ocultado del mundo a partir de que su familia (sus padres y dos hermanos) fueron asesinados. La historia empieza en una casa de Cuernavaca, propiedad de José Mariano Leyva, donde reúne a los otros cuatro personajes que están ansiosos por evadirse, una vez más, de la realidad. Elías, sin embargo, ocasiona que un judicial vaya a visitarlos e intente abusar sexualmente de Sunny B., al tiempo que se burla de los otros tres. Esto ocasiona que lo maten y a partir de entonces su vida cambie (eso quieren creer ellos). Es en ese momento cuando la novela toma otro cariz: la reflexión, en ocasiones exhaustiva, de esta generación que no está conforme con lo que es, pero que tampoco sabe hacia dónde ir. Por ejemplo, el personaje José Mariano Leyva se describe así: “Mi camisa tiene un estampado de líneas que no se decide entre hippie y yuppie, de aquellas épocas en las que las breves ideologías aún eran tomadas en serio”. Después confiesa: “Los padres de Leyva tenían propósitos más caros que coger, drogarse, mentir y prolongar remedos ideológicos. Ellos eran la ideología, cuando la ideología no estaba tan despreciada. Cuando la crítica no era masiva, aplastante y aún permitía creer”. Así, Imbéciles Anónimos es una descarnada crítica a estos treintañeros que aborrecen el pasado revolucionario, pero también aquel del México de la picardía, los albures y Mike Laure y La Sonora Santanera; a estos individuos que “son incapaces de sostener largas pláticas. Son aficionados de los diálogos rápidos y punzantes. Sus conversaciones son telegráficas”, de estos seres en contra de la generación de sus progenitores, pues “los pobres padres de Leyva tuvieron un mal final, cierto, pero sus hijos tuvieron un mal principio”. José Mariano Leyva, el autor, el narrador, hace un balance negativo de estos seres: Sunny B., Elías, Carlos, Marsé: “No los culpo. La contracultural cocaína, el militarismo homosexual, la batalla feminista, la huida de la pasión, son buenos espectros para calmar la conciencia. Para llenar la vida. Son la ideología del fin de siglo”. No conforme con eso, no salva a ninguna de sus creaciones, sino que se regodea en sus defectos. Dice Sunny B.: “Antes creía que la guerra de sexos era una eterna batalla. Pero en esa lucha sin cuartel, las mujeres comienzan a copiar el estilo de vida de los hombres. Y no hay peor sumisión que eso: ignorar las características que nos vuelven incomparables. Más de una amiga, por ejemplo, decidió no tener hijos. Esos diminutos ladrones, aseguraban, quitaban tiempo, dinero, energías. Su valentía fue robusta a los veinte, dubitativa a los treinta, abatida en el número cuarenta”. Por su parte, Carlos repite la frase hecha con tal de justificar su fracaso: “La pareja es una aspirina para sentir menos la soledad. La neurosis que significa vivir con otra persona te ocupa lo suficiente como para no tener energías y realizar otro tipo de tonterías. No es la salida, es un paliativo. Nada más”. Imbéciles Anónimos es la novela que apaga la luz después de la fiesta, es la resaca al siguiente día; es el espejo que refleja a los treintañeros después de la narrativa que insistió en hacerlos creer que todo iría mejor, que por el momento no tenían que pensar, sino de disfrutar; de las novelas que van de Breat Easton Ellis y Douglas Coupland, pasando por los mexicanos Iván Ríos Gascón y Tryno Maldonado, entre otros, hasta llegar a José Mariano Leyva, quien casi sepulta a la generación a la que pertenece: “Por eso nuestra generación va a hacer sólo eso: nada. Es demasiada estupidez, demasiada alienación, demasiado MTV, demasiados videojuegos, demasiada coca, demasiados anuncios vistos, demasiados resorts en la playa, demasiadas noticias en diarios que sólo son chismes políticos, demasiado vacío. No vamos a hacer nada”. La generación de la fiesta se divirtió en los noventa, tuvo la oportunidad de cambiar su rumbo en la primera década del dos mil, pero como su propuesta se centró en estar en contra de sus predecesores, terminó formando parte de estos Imbéciles Anónimos. Ahora, derrotada, deberá pasar la estafeta a los nacidos en los ochenta… Eso parece después de leer a Leyva. Leyva, José Mariano (2011), Imbéciles Anónimos, México, Random House Mondadori, 328 páginas. *Publicado en Adefesio.com