lunes, 24 de octubre de 2011

El circo de la soledad, de Patricia Laurent Kullick*



Sylvia Plath, en uno de sus poemas, confiesa que es vertical, pero preferiría ser horizontal, abandonar las costumbres impuestas y sentirse libre, dejar el papel de madre para poder tenderse junto a los árboles y platicar con el cielo… Las mujeres de El circo de la soledad, de Patricia Laurent Kullick (Tampico, Tamaulipas, 1962) sin embargo, son semi verticales: “Somos producto de lo que miles de años se ha considerado femenino y masculino. Mejor dicho, somos un semi producto. Seguras de estar a la par con la liberación de la mujer, puesto que todas somos profesionistas y madres […] No hemos podido conciliar nuestro deseo con nuestras acciones”.
Estas mujeres, además, son cinco amigas que se reúnen los viernes a tomar, a olvidarse de sus vidas desgraciadas, a fingir que todo está bien, aunque el suelo donde caminan esté quebradizo. Miguela, por ejemplo, es una mujer casi loca, obsesionada con hacerle escenas de celos y de ruptura a su esposo (un gringo que se siente mexicano), y quien también habla con “la Fosa”, un hueco que ella percibe en su cerebro y que es el resultado de sus lecturas y de su manía por imaginar (al parecer es escritora). Son tales sus arrebatos que sus amigas no la toman muy en serio (¿y cómo hacerlo si para llegar al equilibrio mental y espiritual come chiles al por mayor?).
Por su parte, Sara es la amante de Valdemar (el esposo de su amiga Pilar) y aunque sabe que está siendo injusta al traicionar a Pilar, su gusto erótico la obliga a vivir a escondidas, disfrutando de los buenos momentos que Valdemar le brinda.
Eva, en tanto, es una mujer que al morir su primogénito quedo embalsamada: su matrimonio se vino abajo y es incapaz de confesar el secreto que guarda: haber visto morir a su hijo (enfermo terminal) cuando se aventó al río para suicidarse.
Pilar es la esposa engañada, la fiel, la que siempre está preocupada por sus hijos, porque el lunch vaya perfectamente guardado, porque al esposo no le falte la comida caliente, porque todo en su vida sea orden. Sin embargo, sus celos la obligan a cometer una imprudencia.
Por último, Aminta es la mujer reservada, que no es capaz de liberarse ni siquiera en su interior: vive un matrimonio aburrido y para escapar de él sale en busca de taxistas con quienes se acuesta en moteles baratos y con quienes comparte las caricaturas que veía en su niñez.
Así, con estas características, el viernes cuando ocurre esta reunión a la que asistimos, Pilar llega para decirles que teme haber matado a Valdemar, y mientras acompañamos a estas cinco amigas en un viaje, descubrimos no sólo el alma de estas mujeres, sino la eficacia narrativa de Laurent Kullick. Es decir, sus personajes no son los de una novela feminista, sino mujeres que nos muestran sus entrañas en cada frase: “Lloraba y hablaba de sus intentos fallidos como mujer […] pero no es la muerte –decía-, ni siquiera el sueño, es el inicio de un viaje a la insensibilidad, como una inyección de anestesia en el corazón”, “No puede convencerla que prefiere mil veces que ella esté tranquila. Prefiere saber que la protege un poco de sí misma y convencerla de que ella es la casa de él, el país de él, la única geografía que reconoce”, “Si yo supiera que es tristeza, me quedo aquí, sintiéndola. Si supiera que es espera, me siento frente a la ventana. Si reconociera la depresión, me meto pastillas. No reconozco nada. Ni siquiera puedo asirlo en el lenguaje para describirlo. Siento, pero ignoro qué. No puedo decir más”.
Al mismo tiempo, Laurent Kullick juega con el lenguaje, con la amargura, con la tristeza y con el drama. Es capaz de convertir una reflexión en una sonrisa: “Guy piensa que es como estar viendo un baile que al principio es sensual en sus movimientos, pero después es aburridamente repetitivo. Y sin embargo, no quita la vista del baile de su mujer, porque sabe que es la manera de apoyarla, como un gran amigo que ve el mismo número teatral y siempre felicita a los artistas por los cambios en la rutina que en la realidad jamás ocurrieron”, narra Laurent Kullick sobre el stripteasse de Miguela.
El circo de la soledad es una entrañable novela, una road movie al estilo de Thelma y Louis; es un viaje a las entrañas de cinco mujeres que si algo consiguen es ser queridas y protegidas por el lector; es un libro que retrata a la generación de cuarentonas que, al igual que Sylvia Plath, son verticales, pero preferirían ser horizontales.

Laurent Kullick, Patricia. El circo de la soledad. Ediciones intempestivas. 2011.

*Publicado en Librosampleados

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