martes, 17 de marzo de 2009

Una violeta de más (no publicado)



En diciembre de 1968 se publicó Una violeta de más, libro “extraño” cuya dedicatoria apuntaba: “Para ti, mágico fantasma, las que fueron tus últimas lecturas”. ¿El autor? Francisco Tario. ¿El mágico fantasma? Carmen Farell, la esposa del escritor muerta un año antes. ¿Por qué libro “extraño”? Contenía una serie de cuentos fantásticos, género casi inexplorado en la literatura mexicana (en uno de ellos una especie de mico emerge de la llave de una tina de baño y asume que el hombre quien se rasura frente a él es su madre; a partir de ese momento la vida del protagonista ha de trastocarse).
Cuentan que la joven pareja que formaban Octavio Paz y Elena Garro solía asomarse a la casa de uno de sus vecinos, en la Colonia Condesa, sólo para apreciar a quien el Nobel mexicano llegó a considerar la mujer más bella que hubiera conocido. Aquella belleza, de cabello largo color caoba, era Carmen Farell (a pesar de su colindancia, Tario, cuyo verdadero nombre era Francisco Peláez, no conoció a Paz sino gracias a su hermano Antonio, quien era pintor).
Tario, hombre alto, de mirada penetrante, calvo por decisión propia, era tímido y por eso llegaba a ser agresivo cuando conocía a una persona. Ya después, en confianza, era un hombre platicador, excéntrico (no cargaba dinero ni cartera, tampoco usaba reloj) a quien le gustaba tocar el piano (durante su juventud practicaba diez horas diarias) y era un hombre sabio. Le gustaba además el cine (llegó a tener una sala de proyección en Acapulco) y cuando escribía algo (una novela, una obra de teatro, un cuento) ponía a su esposa a que se lo leyera. Después, corregía y nuevamente venía la lectura.
Portero de los equipos Asturias y España, vestía con tanta finura (cada partido usaba un suéter diferente) que los cigarros “Los Elegantes” o “Campeones” lo inmortalizaron en una caja mediante un retrato de uno de sus lances futbolísticos.
Se dice que durante una época mantuvo un romance platónico con una jovencita a quien enamoraba llevando de paseo al Panteón de Dolores. Un día, después de haber sufrido un accidente con su esposa, decidió terminar aquella aventura. Esa mujer, tras experimentar lo que significaba pasar un tiempo al lado del escritor, desilusionada se retiró a un convento.
En marzo de 1967 murió Carmen. Su hijo menor, Julio Farell, relata en una entrevista concedida a Alejandro Toledo, que una tarde su madre comenzó a sentirse fea, por lo que le pidió un espejo y un peine. Entonces comenzó a recordar épocas y en eso estaba cuando le vino un derrame. A los tres o cuatro días le sobrevino otro, ese sí mortal.
A partir de ese momento Francisco Tario se convirtió en un hombre encerrado en sí mismo y sucumbió a la ausencia de su esposa en diciembre de 1977. Dejaba algunas obras de teatro inéditas al igual que una novela. También dejaba unos cajones donde guardaba papelitos. “Básicamente describen estados de ánimo, son una especie de diarios en los que contaba cómo se sentía, los medicamentos que había tomado… Establecía una suerte de diálogo entre el retrato de mi madre, que estaba en la sala y el comedor, y él”, cuenta su hijo.
Tario nos legó cuentos que de haber sido escritos en Inglaterra o Francia habrían sido exitosos desde el primer momento, pero que en un ambiente mexicano, donde la literatura realista imperaba, pasaron desapercibidos.
Debemos a la editorial Lectorum la redición de sus cuentos completos, sin embargo, sólo con la lectura de este autor es como podemos rendirle un homenaje ahora que se cumplen 40 años de la edición de Una violeta de más, un libro imprescindible.

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