lunes, 19 de septiembre de 2011

La apuesta lingüística de unas cartas ajenas*



I

En algunas narrativas hay una capacidad evocativa que va más allá de lo que se enuncia. No es una metáfora que nos muestra algo semejante a lo que se dice, tampoco es una intención oculta, lo que llamamos leer entre líneas, sino que se trata de un desenvolvimiento que permite observar varios planos de un momento preciso, sin que se narren específicamente. Por ejemplo, Joao Guimaraes Rosa, en el inicio de "El aviso del morro", anota: “Desde allí, el ocre del camino, como de costumbre, es una S que comienza una gran frase. Iban, sierra arriba, cinco hombres por el borde divisor. El día lejos de su mitad, solemne sol, las sombras de los hombres daban sobre el lado izquierdo”. Aquí, esa “S” que nos especifica el narrador nos permite visualizar la forma del camino que se recorre, pero al mismo tiempo es un acento que resalta las palabras que contienen dicha letra, es como si marcara con negritas cada una de esas palabras para lograr una cadencia o un ritmo en la lectura.

Otro ejemplo se observa en Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, de Daniel Sada, quien relata: “Se hacía llamar Néstor Bores. Fuereño de ojos borrados cuya aparición causó mucho meneo colectivo. Se trataba nada menos que de un líder estatal, uno de esos del partido que más polvareda hacía, o sea el de la Dignidad, según dijo en su momento, y con lujo de altavoz, al convocar con prestancia a quienes desearan ir adonde se había parado y, por ende (tras la angustia de no saber ¿qué?, o ¿por qué?, de la mayoría respecto… a ver… ¿se deduce?), presencia justificada para entrever soluciones o al menos procedimientos, siendo que, mero deslinde: en un lapso de dos días corrió el ingrato rumor (la matanza de unos cuantos y el desbalague de muchos), a saber cómo corrió, como sea pero llegó hasta sus mismos oídos y Trevita no está cerca.”

En este pasaje la voz entre paréntesis nos muestra la reacción del pueblo, misma que no es necesaria, pero que al enunciarse nos permite visualizar la escena completa, y no sólo eso, sino que busca la complicidad de un lector atento al dejar inconclusa una idea y preguntarnos “¿se deduce?” o al aclararnos a que se refiere el ingrato rumor tal como había sido difundido.

Así, estas frases que se agregan potencian la capacidad evocadora de un texto y permiten la existencia de un universo gracias a estos mecanismos lingüísticos que van más allá de una descripción o una adjetivación afortunada.

Estos textos, por decirlo de alguna manera, se arriesgan con el lenguaje y experimentan directamente con el lector final, conminándolo a no perder la atención y a ser un sujeto participante en la creación del mundo que se está contando.

II

Cartas Ajenas: La obsesión de cambiar la vida de otros, de Geney Beltrán Félix (Culiacán, 1976) cuenta la historia de un hombre no gris, sino oscuro: un empleado de correos llamado Mariolario quien un día decide hurgar en las cartas que llegan a la oficina postal e intervenir en la vida de los destinatarios de dichas misivas. Con esto, pretende mejorar el mundo impidiendo que un hombre muera solo, sin saber de su hijo; o llevándole consuelo a un editor que ha perdido a su amante; o relacionándose con una joven quien tiene el don de la clarividencia y lleva consigo un karma que afecta a quienes la rodean.

Esta novela es una historia que profundiza en la naturaleza del hombre, con sus pros y contras, y nos muestra cómo el mundo puede ser el mejor escenario para lograr que los hombres solos se conviertan en mesías que llegan a la locura.

Además, explora el lenguaje e intenta sacarle el mayor provecho mediante la evocación de frases que expanden lo ahí enunciado: “¿Todo así muy complicado? Era como si en su pecho se deslizaran patitas de hormigas: un ticliteo oxigenado que le volvía inviable pensar (en otra cosa). Podría regresar con el portero, soltarle más billetes y pedirle que la próxima vez que Omar llegase al edificio: Me echa porfa una llamada, quiero conocerlo de lejos; pero tanta insistencia y cohecho podrían provocar un recelo mayor (¿llevarían al portero a delatarlo?).”

Así, con explicaciones no pedidas, con aclaraciones innecesarias, Geney Beltrán logra que una simple acción (la duda sobre corromper a un portero) se convierta en un pacto con el lector, pues le permite visualizar cada uno de los hechos ahí expuestos y adentrarse en la mente de los dos personajes que intervienen en esta escena, así como del narrador que se desliza en la historia: “¿Todo así muy complicado?”.

Esta primera novela muestra un compromiso con el español y si bien la historia avanza de manera clara (pues nunca se prioriza el lenguaje sobre la historia, ni viceversa), nos muestra a un narrador a quien le gusta jugar y arriesgarse en el momento de contar. A veces lo logra con mayor acierto, pero las ocasiones que no lo consigue logra al menos (y eso ya es decir mucho) una prosa clara y eficiente. Muestra de esto es una de las últimas escenas donde Mariolario contundente desvaría: “Llevaremos un mensaje. ¿Me están entendiendo? Una imagen de lo que pronto viene. Es una quimera, un incendio viable: una sola hoja con las palabras de los hartos, los vencidos, los de la indignidad forzada por tanta injusticia como arena en su boca”.

Cartas ajenas… es un libro difícil de seguir, pues busca un lector atento, quien al final verá recompensados sus esfuerzos; es una novela que requiere un doble esfuerzo, pero también, y este lo considero su mayor logro, es un regreso a la literatura comprometida consigo misma, que va más allá de la historia y que por lo mismo nos muestra a unos personajes, a un narrador y al escritor tras la pluma. Cumple con aquello que decía Pedro F. Miret: “El arte no es un filete que se puede pedir ‘término medio’ o ‘bien cocido’ según el gusto del cliente. Hay que dar libertad al cocinero y estar preparados a que nos lo pueda servir quemado algunas veces” y este filete está casi en su punto, pero nos muestra a un cocinero experimentado, quien sabe qué es lo que busca: el lenguaje como gran potenciador de mundos ficticios.

Beltrán Félix, Geney (2011), Cartas ajenas. La obsesión de cambiar la vida de los otros, México, Ediciones B.

*Publicado en librosampleados

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