martes, 10 de abril de 2012
Sobrevivir al Distrito Federal*
Existen dos formas de leer Enseres de supervivencia, de Hugo César Moreno Hernández (Distrito Federal, 1978): desde el drama o desde la ironía. Pongo un ejemplo: “La filosofía no explica cómo uno logra ser tan pendejo”. Esta frase del cuento “Carne femenina sin mujer” bien puede ser dicha por un hombre antes de morir o por un bufón de sí mismo. Pero, ¿cómo saber cuál es la manera exacta de interpretar los 16 cuentos que forman este libro? Uno: conociendo al autor; dos: atendiendo las manías y defectos de los personajes de estas narraciones.
Así, en un balance, los protagonistas son hombres muy afeminados, pues lloran a la primera provocación y se hacen los mártires por amores que se han ido. Su destino no depende de ellos, sino de las mujeres que los abandonaron sin importarles lo que pasaría después. Son además, algunos de ellos, poetas que creen que en el hablar pomposo han de reivindicar su causa, pero precisamente este discurso es el que los convierte en seres patéticos: “Si escribiera cada una de mis reflexiones ya sería autor prolífico y quizá hasta con dulces chispas de literatura supurando entre las letras del dolor”, sentencia el protagonista de “Por este amor decapitado”.
Además, son personajes afectados por su entorno y quienes aún son lacerados por el autor, quien se ensaña con ellos y los convierte en piltrafas, de ahí que cuando uno de estos hombres ha caído en la desgracia, Hugo César remata esta mala suerte con descripciones llenas de humor negro que convierten el drama en algo tragicómico: “Era el poeta del maíz y el nopal, el gran relator de la grandeza perdida de los mexicanos, huasteco hasta la médula, cantor del sueño prehispánico. En sus sueños más preclaros se relacionaba con las águilas, con la luna y con la tierra. Una maravilla pues”, se mofa en “El andariego estelar”.
Estos cuentos son, por decirlo de algún modo, una sátira del hombre macho a quien no le importan los desamores, que los cura con un trago de tequila; que al salir con los amigos a beber, a drogarse, logra olvidarse de todo. Quizá el mejor ejemplo de ello es el cuento “Forzar al destino”, donde un muchacho regresa a los rumbos de una exnovia tratando de encontrarla, pues después del abandono ha anidado una tendencia a la venganza que no ha podido satisfacer. Anhela verla gorda, con hijos, destrozada, pero quiere la suerte que al encontrarla no sea eso, sino una rechoncha, pero aún con cierta belleza, quien además ha dejado de ser virgen con otro y no con él, pero que está dispuesta a prestarle su cuerpo por unas horas. Así, el protagonista logra llevarla a un hotel y tener sexo con ella de todas las maneras que imagina. La penetración, casi violación en algunos momentos, es la venganza de este hombre quien sigue enamorado y que frente a sí tiene un cuerpo que se deja ir sin decir un “te amo” o, más importante aún, un “te extrañé”. Así, como si los papeles estuvieran invertidos, el hombre es el único engañado al final de la narración. “La venganza es un plato que se sirve frío”, repite como una especie de mantra, pero no sabemos a quién se le enfrió primero el platillo: si al cazador o a la presa.
Tal vez, el cuento “Reina blanca, reina negra” sea el que resuma el contenido de Enseres de supervivencia en una imagen de un juego de ajedrez: El peón queda junto a la reina, pero no puede darle jaque. Es contranatural, se nos advierte. Lo que procede es que el peón se sacrifique y llegue a la primera línea para coronarse. Eso hablaría de un buen jugador, pero ni eso evitará que la reina-mujer-amante-exnovia lo mire “altiva, superior, creando anhelos, barriendo arrabales, despidiendo esclavos, condenando a los arribistas, aplastando a los peones”.
La mujer, en los cuentos de Hugo César, es el ser soberbio que da o quita la vida y las esperanzas. No importa, incluso, que los personajes la desprecien, pues en su interior sólo buscan que estas mujeres se muevan para ellos tenderse a su paso. Es decir, cuando uno de los protagonistas dice que nunca podría hacerle el amor a una mujer gorda, pues no tendría el valor para montar unas grupas monumentales, sabemos que si al siguiente instante se le ofrece una mujer elefantina ha de sucumbir a las hormonas y terminará en medio de sus carnes: “Me acosté junto a ella y besé su cuello, sus labios, sus senos y la volteé de manera que sus nalgas me quedaran en el pecho. Lamí sus nalgas. Eran enormes. Habían crecido desde mi ausencia. Las mordí con envidia. Lamí hasta escaldarme la lengua”, claro, sin aceptar que ha sido derrotado por sus deseos de amor y no carnales: “¿Hacer el amor? Eso no era hacer el amor, era venganza”.
Enseres de supervivencia, así, es un falso libro machista que en el desprecio a la mujer demuestra la necesidad de tener una al lado. Es también un recorrido por la ciudad de México, con sus vagones de Metro llenos de seres monstruosos, con sus seres marginales, sus drogadictos, sus snobs. Es un libro cuyas historias muestran el lado oculto de los hombres: la sensibilidad que se presta para el drama, pero también para la broma. Es un libro cuya mayor apuesta es utilizar un lenguaje directo que reivindica la ironía, tan ausente hoy de la literatura mexicana.
Moreno Hernández, Hugo César (2011), Enseres de supervivencia, Cofradía de Coyotes, Cd. Nezahualcóyotl, 160 páginas.
* Publicado en Adefesio.com
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