lunes, 19 de septiembre de 2011

Un lenguaje, un continente, un mundo narrativo*



Los ojos de Daniel Sada (Mexicali, 1953) no ven, imaginan; sus manos no se mueven, se expresan; su voz no se oye, narra; sus libros no son historias, son mundos imposibles de asir a la primera, pero que tras el deslumbramiento nos descubren más humanos.

A la vista, novela que cuenta la historia de Ponciano Palma y Sixto Araiza, dos camioneros que un día matan a su patrón y deben enfrentarse a sus nuevas condiciones de prófugos, representa (a mi modo de ver), el regreso de Daniel Sada a ser Daniel Sada. Es decir, después de su debut en la editorial Anagrama con la novela Casi nunca, misma que aligeraba un poco su tratamiento de las palabras pero lo hacía más accesible a un gran público, con A la vista, Sada nos recuerda por qué se le considera alguien que “está escribiendo una de las obras más ambiciosas de nuestro español”, como dijera Roberto Bolaño.

En este libro vuelve no sólo al tratamiento minucioso del idioma, sino a su humor tan característico que en medio de una tragedia puede provocar una sonrisa: “Ni sirvientas contrató. Ni perros ni gatos tuvo. Mujeres: algunas: muy besadoras, muy calientes, pero también muy pasajeras, de esas que se encueraban bien pronto, como por arte de magia”.

Pero decir que tiene un tratamiento especial del lenguaje, ¿a qué se refiere? Es no sólo contar la historia, sino hacerlo de un modo diferente, de tal manera que nos informe de muchas cosas pero de forma que no parece la evidente. Por ejemplo, alguien podría decir que las relaciones sexuales entre esposos han desaparecido, pero Sada lo que hace es evocar: “Los esposos seguían durmiendo en su cama matrimonial, pero no se tocaban, ni siquiera un agarre levísimo de manos con mínimas ganas de travesura; sus respiraciones nada anunciaban, más bien discurrían como un crepitar constante”. Entonces, no sólo nos cuenta de este final de la pasión conyugal, sino que por medio de indicios nos brinda datos que convierte ese simple párrafo en una historia completa, en la cual uno observa a esta pareja ya sin siquiera ganas de juguetear bajo las sábanas.

Daniel Sada, que con Porque parece mentira la verdad nunca se sabe nos dio una de las grandes novelas de México y del idioma español, con A la vista vuelve al desbocamiento de la imaginación y de las palabras; regresa también a los paisajes áridos, a los hombres que desbarrancan su vida por decisiones intrascendentes, pero sobre todo vuelve a demostrar por qué es uno de los pocos y de los mejores prosistas que existen. De ahí que logre que hasta la descripción de unos sándwiches resulte un templo verbal: “Se puede decir al respecto lo principal de todo esto: panes y más panes de espesores diversos para hacer lonches con embutidos varios: ergo: lonches aguacatosos y lechugosos, no se hable a detalle de los chiles metidos en el centro de lo que se dijo”.

A la vista es una novela, pero al igual que su autor, es también un mundo. Para conocerlo hay que estar dispuesto a penetrar en el barroco de estas construcciones literarias que Sada nos ofrece. A la vista no cuenta, evoca; A la vista es otro libro, pero también es el regreso magnífico de quien tal vez sea el narrador mexicano vivo más moderno y también más importante.

Sada, Daniel (2011), A la vista, Barcelona, Anagrama, 240 páginas.

Para leer un adelanto de A la vista, consultar http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/9011/pdf/90sada.pdf

*Publicado en Adefesio.com

martes, 23 de agosto de 2011

Poemas de una escritora sabia para un lector triste*


Dicen por ahí que la poesía no es de quien la escribe, sino de quien la necesita. Pero, ¿quién necesita la poesía?, ¿para qué se le necesita? Agorafobia, de Natalia Luna, tal vez nos respondería que se requiere de la poesía para vernos en eso que no somos, sufrir con eso que no nos pasa y, aun así, saber que el alma puede hallar su espejo en ciertas frases: “No habrá más víctima que yo / de mis recuerdos”.

Natalia Luna (Monterrey, 1989) logra con Agorafobia que el lector de su poesía sea a la vez el personaje principal. La dedicatoria antecede este juego: “A todos / en especial // y a ti / sobre todo”. Además, entrega versos que tienen una gran cualidad: son sinceros y por esto mismo logran profundizar en los sentimientos. En ocasiones lo consigue con la sencillez de las frases que evocan situaciones más allá de las palabras que las nombran: “Pasé el día escuchando mi nombre / ¿Dónde estás que me recuerdas tanto?”. Otras veces lo logran gracias a la interacción con quien lee y se refleja: “Larga en cuanto a letras. / A significado. / Una palabra larga: / Tú”.

Es su poesía un canto al erotismo, a ese encerrarse en sí mismo, con las obsesiones, con las tristezas, para salir fortalecido; es llegar a la profundidad para desde ahí ver la claridad que hay afuera, para ver atrás y disfrutar con esa melancolía: “Por qué si siento la frente aplastada no son tus manos vertiendo hormigas en / esta luz que se apaga por el aliento necio de la muerte involuntaria”.

Libro ilustrado por la misma autora, ejemplar que desde su disposición obliga a una lectura diferente, estos poemas nos recuerdan que como lectores podemos seguir una historia, pero también, al ser tocados por estos hechos, nos puede ir la vida en esos versos: “Te oigo escribir y se me va la sangre / me haces pensar que otra vez / vas a suicidarme”.

Entonces, este juego entre el lector, la poeta y el amado a quien escribe los versos se forma un triángulo amoroso en donde Natalia Luna nos susurra al oído que bastan las palabras para crear y destruir (un libro, una relación de pareja), pero que nada puede ser peor que sufrir con falsedades: “estoy harta de efectos especiales que disimulan mi tristeza / (mi tristeza idiota)”.

Se dijo: ir al fondo como único modo de encontrar la verdad, de salir avante, de suturar todas las heridas: “Ya va siendo hora de dejar a un lado tanto drama, abandonar la superficie para hundirse o elevarse hasta lo extremo”. Y sólo de esta manera salir victorioso gracias a las palabras y lo que éstas evocan: “Yo te quiero por tu significado desbordado”.

Agorafobia no como miedo a los espacios abiertos, sino como miedo a salir sin haberse sincerado con uno mismo. Agorafobia, poemario de esos que se necesitan para sobrellevar algunas tristezas gracias a las bellas palabras de esta poeta con la madurez de un viejo.

Luna, Natalia (2009), Agorafobia, Monterrey, Universidad Autónoma de Nuevo León, 60 páginas.

*Publicado en Adefesio.com

miércoles, 3 de agosto de 2011

Ser andaluz, pero sentir y pensar como mexicano*


Tengo la impresión de que hay cierta poesía de la cual sólo podemos hablar en primera persona: esa que nos llega, que nos refleja, que nos levanta el ánimo después de un mal día. Así, esa poesía tiene cierto aire que nos parece personal, como si hubiera sido escrita por alguien que nos conociera muy bien. Quizá por ello, Enrique García-Máiquez (1969) nos dice: “Cuento mi vida pero lees la tuya. / Nombro un paisaje de mi infancia y tú visitas / -tramposo- aquel camino de arena hacia la playa / por donde corre un niño feliz, que no soy yo”.

También, esa poesía no necesariamente es la que habla del amor, sino de lo que todos pensamos pero no podemos poner en palabras tan bellas (al menos en su acomodo), tal como apunta Jaime García-Máiquez (1973): “Ir a malas películas / de cine, y llegar tarde. / No salir, por cenar / en casa de tus padres. / Quedar con amigas. / No poder concentrarme / en perpetrar poemas. […] En fin, no cabe duda, / amar es suicidarse”.

La poesía es, tal vez, esa forma en que suena más bonito cuanto nos pasa, una manera de ver la realidad de un modo que embellece incluso lo más cotidiano, como sucede con este poema de Inmaculada Mengíbar (1962): “Pero seamos realistas: / Penélope, cosiéndole, / no es más feliz que yo / ahora mismo rompiéndole / la cremallera”. Es, también, volver irónico lo que suena dramático, convertir en una sonrisa lo que nos llevaría a las lágrimas: “Buscó el aplauso hablando / de sus miserias. / Es poeta; un rentista / de la tristeza”, como apunta Juan Peña (1961).

Es, y aquí sólo imagino, un recuento que nos permite mirar el pasado con nostalgia, más no con tristeza: “Presiento que no soy el mejor yo / de todos los que quise ser y he sido. / He conocido otros más hermosos, / mejor amantes y mejor vividos. / -Todos, sin excepción, mucho más jóvenes, / prometedores y atractivos.- / No soy el mejor yo. / Pero, al menos, aguanto y sobrevivo. / Los demás, con sus sueños / -cansados, derrotados, aburridos-, / fueron cayendo / uno tras otro en el camino” (Javier Salvago, 1950).

A lo mejor también esta poesía es tan íntima, tan cercana, porque nos suena a una filosofía fácil de comprender: “Por miedo a la luz del sol / hay quien esconde de día / lo que de noche pensó” (José Luis Blanco Garza, 1950). O nos remite a los deseos frustrados, pero gozosos: “Estos días amargos –hablo en serio-, / cuando el dolor asfixia y uno quiere morir / para no ver los dientes a la vida, / cuando ni la ironía es un arma certera / ni el vino trae olvidos, / yo pagaría oro, vendería mi alma, / por volverme otra vez / niño de calzón corto saliendo de la escuela / camino de los brazos de mi madre”, como piensa (y poetiza) Pedro Sevilla (1959).

Esta poesía, pienso, es como si abriéramos un álbum familiar y nos viéramos en todas las fotos y por eso mismo todas las imágenes nos dijeran tanto de lo que somos o podemos ser. Esta poesía, es sombra hecha de luz, como dice el título de esta antología de poesía andaluza actual, y también es claridad llena de claroscuros. Es, por último, un acercamiento a una forma de ser de los andaluces que asombrosamente se parece tanto a la de los mexicanos.

Feu, Abel (antologador) (2006), Sombra hecha de luz. Antología de poesía andaluza actual (1950-1978), México, UNAM, 256 páginas.

*Publicado en Adefesio.com

miércoles, 20 de julio de 2011

Un cuerpo, una sensación, un recuerdo llamados Alicia*



Existen juegos que nos gustan más por cuanto pasa en ellos que por las reglas que se nos plantean para poder jugarlos. Algo parecido ocurre con Navidad y Matanza, del chileno Carlos Labbé (Santiago de Chile, 1977). Esta llamada “novela-juego” narra la desaparición de dos hermanos: Alicia y Bruno Vivar, durante la Transensorial Beyond Seasons Celebration, una fiesta de personas ricas. Todo esto narrado por un joven periodista que sigue los pasos de estos misteriosos personajes a lo largo de muchos años. Además, la novela es una historia (la ya descrita) contada por siete investigadores (apodados con cada uno de los nombres de la semana) que han sido confinados en un lugar secreto para experimentar en ellos una nueva droga y que se envían correos electrónicos con fragmentos del supuesto reportaje.

Sin embargo, todo lo anterior, es el marco para contar la bella historia de Alicia Vivar, una muchacha con ciertos toques de Lolita, quien persigue a su hermano por las playas chilenas y quien toma de la mano a un hombre que a veces se llama Boris, otras es su tío y otras adquiere diferentes personalidades. Y es Alicia, quizá, el personaje que hace entrañable este libro, pues lo más insospechado puede aparecer en una de sus reflexiones al ver el mar: “Boris Real llevaba de la mano a la pequeña Alicia Vivar, entonces una niña de 12 años. Iban algunos metros más atrás que el resto del grupo. Ella le pedía que la acompañara a las rocas, en busca de conchitas. No lo trataba de usted ni le decía tío, sino Boris. Luego hablaron de las tonalidades rojizas de las nubes a esa hora y ella le preguntó cuánto faltaba para el fin del mundo”.

Alicia es un personaje, pero también la obsesión del periodista, quien regresa a Matanza tras algunos años para ver si la gente ahora que ya no corre ningún riesgo sí quiere hablar. Y es así como el dependiente de una gasolinería le comienza a platicar del día que los Vivar llegaron a su casa, una choza humilde que un hombre extraño con un instrumento musical llamado theremin le había alquilado unas horas antes (Boris en alguna de sus distintas personalidades). Y le dice, tras intercambiar su historia por unas cuantas cervezas, cómo Alicia era una mujer en el cuerpo de una niña, y cómo fue creciendo su atracción por ella y cómo ha empezado a recordar a Alicia como si fuera su hermana o su sobrina y cómo todo puede ser posible en esos poblados a los que ya nadie vuelve después de aquella historia, incluso que la dependienta del restorán a donde han ido puede ser la misma Alicia…

Es pues, una narración cuya novedad no sólo reside en la forma, sino en la estructura de ciertas oraciones que las convierten en aforismos y no en simples enunciados: “De todas maneras, el tipo andaba todo el tiempo con resaca. La resaca del odio y del miedo, que es una especie de aburrimiento” o “Los grillos y los sapos competían por llenar con sus cantos ese espacio de la noche que los de la ciudad llamamos silencio”.

Navidad y Matanza es un juego, es una novela, es una historia de amor y es una vuelta a la obsesión de un hombre por una mujer que no conoce, pero que a través de lo que cuentan de ella se le ha vuelto necesaria, aunque pueda llamarse Alicia, ser un personaje ficticio o una investigadora apodada Sábado.

Labbé, Carlos (2007), Navidad y Matanza, España, Editorial Periférica, 176 páginas.

*Publicado en Adefesio.com

domingo, 10 de julio de 2011

El amor a la tierra y a Dios *



En el principio fue el hombre, y el hombre era Isak. Aún no había veredas ni caminos en aquella montaña, sino que sus pasos los fueron formando. Tampoco había vida, ni siembra, ni un lugar donde refugiarse. Por eso Isak, a punta de partirse el lomo, creó el mundo y ese mundo se llamaba Sellanraa. Pero como a todo hombre, le faltaba una mujer, por lo que corrió la voz para que alguien se arrimara a aquella montaña y cooperara con el amor que le hacía falta. Así fue como llegó Inger. Ella mintió: dijo que sólo iba de paso. Él hizo como si no viera el labio leporino de la mujer y con amabilidad la invitó a comer: “Entraron en la choza, comieron de la provisión que ella traía, y bebieron leche de cabra; prepararon luego café del que la muchacha venía provista y, entre tanto, reinaba ya la cordialidad entre los dos, antes de retirarse para dormir. Durante la noche, Isak la codiciaba, y ella no se negó”.

Amaneció y ambos no se dijeron nada, sino que sólo se quedaron juntos y empezaron a vivir como marido y mujer: cosechando la montaña, sembrando en el vientre de Inger, dando gracias a Dios por esa bendición de la tierra. Fueron también dando forma al hogar (no a la casa): “Isak izaba las vigas por medio de cuerdas, ella empujaba un poco con la mano y a él le parecía que ella ayudaba con su sola presencia”.

Como es de sospechar, la bendición trajo un hijo y ese vástago trajo la felicidad. También, como es de sospechar, la felicidad y el progreso trajeron las envidias y alguien llegó a hablar mal del matrimonio, y el Estado, que hasta entonces desconocía la existencia de aquel lugar, le puso precio y exigió que se pagaran impuestos. Pero Dios es grande, eso lo sabe Isak, y permitió que hubiera un hombre bueno (Geissler), quien reconoció la labor de Isak, y sbaía que el país y el mundo requerían de hombres como Isak, por lo que ayudó a que pagara poco por el terreno y empezó a darle ideas de cómo hacer que Sellanraa progresara aún más. Luego vino la cárcel para Inger, más hijos, el mundo que de a poco iba llegando a Sellanraa y, a lo mejor, la penitencia y la disculpa. De esto, de la creación de un mundo nuevo, es de lo que trata Bendición de la Tierra, del Premio Nobel Knut Hamsun (Noruega 1860-1952).

Hamsun es un autor ligado a Dios, al católico, quizá por ello su prosa tiene la cadencia de los Salmos y la violencia humana del Antiguo Testamento. Es, además, un autor que nos presenta los paisajes y nos descubre el espíritu de sus personajes. Es un escritor con la cadencia de un abuelo sabio, con la visión fina que sólo se logra a través de la contemplación y el análisis (algo tendrá que ver el que haya sido aprendiz de zapatero, periodista y pescador).

Bendición de la tierra es, por decirlo de alguna forma, el canto a un verdadero hombre nuevo, no de ese que nace de las revoluciones, sino del que nace y se forma con el trabajo diario, tal como Hamsun nos hace saber: “(Isak) Es campesino de las tierras solitarias hasta la médula y agricultor de pies a cabeza. Un resucitado de tiempos remotos que señala hacia el futuro, un hombre de los primeros tiempos de la agricultura, un labriego de novecientos años de edad y, pese a ello, el hombre del día”.

Hamsun, Knut (1979), Bendición de la tierra, México, Promexa, 346 páginas.

*Publicado en Adefesio.com

miércoles, 22 de junio de 2011

Evocaciones de un espejismo*



El poeta Matthias Stimmberg (Heifenberg, 1901-Viena, 1979), ser apolítico, quien regaló 40 de los 50 ejemplares de su primer libro de poesías a una mujer para que le sirvieran de alimento a sus cabras (junto con una edición de Mi lucha, de Hitler), en marzo de 1979 grabó en la CBC-Radio Canada una charla en francés de poco más de hora y media. Años después, un escritor mexicano habría de escuchar dicha grabación y componer una especie de memorias del poeta de habla alemana. ¿El resultado? Evocación de Matthias Stimmberg.

Así, este libro que es una maravilla mínima (por su extensión) nos retrata a un ser irónico, sarcástico, burlón; que se autodenigra; que sabe de la pedantería de los poetas, y que va por la vida iluminando la cotidianidad con frases que son tan ácidas que podrían destrozar cualquier buena intención. Por ejemplo, tras haber acudido a un programa de televisión, un poeta en ciernes lo identifica en el transporte y quiere enviarle sus poemas. Matthias, con la confusión por la plática con “un imbécil mimado por las musas”, equivoca su dirección aun con el pesar de saber que se perderá de “un cofrecillo de tesoros, suspiros, listones”…

Matthias, yendo y viniendo por su vida, nos cuenta de sus sueños, de aquel en donde vislumbró a la joven que amaba lamiendo las manos grasientas de un regimiento de soldados; o nos narra del día que conoció a “un grosero campesino, patán proclive por igual a la cerveza y a la mentira” que era un estudioso de la esperanza.

Qué decir de la determinante descripción que hace cuando encuentra a su padre a punto de morir: “El particular olor de los enfermos que han pasado largo tiempo en cama inundaba la pieza. Allí estaba mi padre, envuelto en un torbellino inmóvil de sábanas arrugadas, frágil, como un jilguerillo sin plumas”.

Stimmberg es, por decirlo de alguna forma, un poeta maldito que asume su condición. Sabedor que su poesía no sirve para gran cosa, como se dijo, regala gran parte de su primer libro editado a una vieja para que alimente a sus cabras: “De entre mis libros ha sido ése, el primero, el que, me parece, corrió con mejor suerte”, dice un sincero y autoflagelante Mattias.

Además, Mattias Stimmberg es el personaje perfecto que ha inventado Alain-Paul Mallard (Ciudad de México, 1970) quien con este primer libro, o al menos “el primero que se atreve a publicar”, se revela como un fabulador que a cada palabra le exprime todos sus significados y nos permite regodearnos en la sátira y el odio que nos genera este ser ficticio tan pedante. Evocación de Matthias Simmberg es un libro de cuentos breve, que a pesar de terminar en la página 42, deja la impresión de que aún nos quedan muchas relecturas para poder disfrutar de estas memorias apócrifas.

Mallard, Alain-Paul (1995), Evocación de Matthias Stimmberg, México, Ediciones Heliópolis, 48 páginas.

* Publicado en Adefesio.com

miércoles, 8 de junio de 2011

"Habiendo chocolate, había pedido fresa"*



Dicen que una de las cosas buenas que dejó la Revolución en la Habana son los helados de Coppelia. Ahí van los cubanos, se forman un rato y cuando llegan a ordenar reciben un helado que realmente sabe a helado. Ahí mismo una tarde David conoció a Diego, un maricón (son palabras de Diego) que le cambió la vida: “Los que son como yo, que ante la simple insinuación de un falo perdemos toda compostura, mejor dicho, nos descocamos, esos somos maricones, David, ma-ri-co-nes, no hay más vuelta que darle”.

David, muchacho revolucionario (como todo cubano DEBE ser), andaba aún con ganas de ir a dar una vuelta, así que fue a sentarse a Coppelia, pidió un helado y no dijo nada cuando Diego se sentó frente a él y empezó a embrujarlo con las palabras, cuando dejó asomar un ejemplar de Mario Vargas Llosa prohibido por el régimen y le dijo que podía prestárselo, incluso no puso mucha resistencia cuando Diego lo invitó a su Guarida para que pudiera leer algunos otros libros prohibidos. Y cómo lo iba a hacer, si su deber con la Revolución era investigar a esas personas que quieren acabar con lo ganado en la lucha, saber qué tantos contactos tienen, cuál es su plan contrainsurgente.

Por eso, y porque Diego es capaz de embrujar incluso a los lectores, es que David llegó a sentarse en el sillón de John Donne, a saborear un banquete lezamiano (tal como aconseja don José en su libro Paradiso), además de leer libros que sólo ahí podía encontrar (La guerra del fin del mundo, Tres tristes tigres…), a ver esculturas de santos, a tomar té por las tardes, a conocer la historia de ese maricón que tiene algunos problemas: “Uno: soy maricón. Dos: soy religioso. Tres: he tenido problemas con el sistema; ellos piensan que no hay lugar para mí en este país, pero de eso, nada; yo nací aquí; soy, antes que todo, patriota y lezamiano, y de aquí no me voy aunque me peguen candela por el culo. Cuatro: estuve preso cuando lo de la UMAP. Y cinco: los vecinos me vigilan, se fijan en todo el que me visita”.

El lobo, el bosque y el hombre nuevo, del cubano Senel Paz (Cuba, 1950), ganó el Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo en 1990. Es la historia no sólo de Diego y David, sino de la vida contra la muerte, de las reglas contra la insurgencia, de la cotidianidad contra el gozo. Tal vez por eso, Diego sea gay, por el antiguo significado de esta palabra: gozo, diversión. Por eso, mientras David piensa en que debe asumir todo lo que sus compañeros socialistas le dicen pues él sólo era un hijo de campesinos a quien la Revolución le permitió estudiar; Diego, es un treinteañero que vive cada segundo sabedor que en cualquier instante irán por él, más por ser un hombre rebelde que por estar en contra de lo que dictan los dogmas.

Cuento que exalta el erotismo de vivir, historia que hace una excelente radiografía de una amistad entre opuestos, El lobo, el bosque y el hombre nuevo, de Paz, nos invita a imitar a David y salir directo a una nevería a disfrutar una bola de helado: “Quise cerrar el capítulo agradeciéndole a Diego, de algún modo, todo lo que había hecho por mí, y lo hice viniendo a Coppelia y pidiendo un helado como éste. Porque había chocolate, pero pedí de fresa”.

Paz, Senel (1991), El lobo, el bosque y el hombre nuevo, México, Ediciones Era, 64 páginas.

*Publicado en Adefesio.com