domingo, 10 de julio de 2011

El amor a la tierra y a Dios *



En el principio fue el hombre, y el hombre era Isak. Aún no había veredas ni caminos en aquella montaña, sino que sus pasos los fueron formando. Tampoco había vida, ni siembra, ni un lugar donde refugiarse. Por eso Isak, a punta de partirse el lomo, creó el mundo y ese mundo se llamaba Sellanraa. Pero como a todo hombre, le faltaba una mujer, por lo que corrió la voz para que alguien se arrimara a aquella montaña y cooperara con el amor que le hacía falta. Así fue como llegó Inger. Ella mintió: dijo que sólo iba de paso. Él hizo como si no viera el labio leporino de la mujer y con amabilidad la invitó a comer: “Entraron en la choza, comieron de la provisión que ella traía, y bebieron leche de cabra; prepararon luego café del que la muchacha venía provista y, entre tanto, reinaba ya la cordialidad entre los dos, antes de retirarse para dormir. Durante la noche, Isak la codiciaba, y ella no se negó”.

Amaneció y ambos no se dijeron nada, sino que sólo se quedaron juntos y empezaron a vivir como marido y mujer: cosechando la montaña, sembrando en el vientre de Inger, dando gracias a Dios por esa bendición de la tierra. Fueron también dando forma al hogar (no a la casa): “Isak izaba las vigas por medio de cuerdas, ella empujaba un poco con la mano y a él le parecía que ella ayudaba con su sola presencia”.

Como es de sospechar, la bendición trajo un hijo y ese vástago trajo la felicidad. También, como es de sospechar, la felicidad y el progreso trajeron las envidias y alguien llegó a hablar mal del matrimonio, y el Estado, que hasta entonces desconocía la existencia de aquel lugar, le puso precio y exigió que se pagaran impuestos. Pero Dios es grande, eso lo sabe Isak, y permitió que hubiera un hombre bueno (Geissler), quien reconoció la labor de Isak, y sbaía que el país y el mundo requerían de hombres como Isak, por lo que ayudó a que pagara poco por el terreno y empezó a darle ideas de cómo hacer que Sellanraa progresara aún más. Luego vino la cárcel para Inger, más hijos, el mundo que de a poco iba llegando a Sellanraa y, a lo mejor, la penitencia y la disculpa. De esto, de la creación de un mundo nuevo, es de lo que trata Bendición de la Tierra, del Premio Nobel Knut Hamsun (Noruega 1860-1952).

Hamsun es un autor ligado a Dios, al católico, quizá por ello su prosa tiene la cadencia de los Salmos y la violencia humana del Antiguo Testamento. Es, además, un autor que nos presenta los paisajes y nos descubre el espíritu de sus personajes. Es un escritor con la cadencia de un abuelo sabio, con la visión fina que sólo se logra a través de la contemplación y el análisis (algo tendrá que ver el que haya sido aprendiz de zapatero, periodista y pescador).

Bendición de la tierra es, por decirlo de alguna forma, el canto a un verdadero hombre nuevo, no de ese que nace de las revoluciones, sino del que nace y se forma con el trabajo diario, tal como Hamsun nos hace saber: “(Isak) Es campesino de las tierras solitarias hasta la médula y agricultor de pies a cabeza. Un resucitado de tiempos remotos que señala hacia el futuro, un hombre de los primeros tiempos de la agricultura, un labriego de novecientos años de edad y, pese a ello, el hombre del día”.

Hamsun, Knut (1979), Bendición de la tierra, México, Promexa, 346 páginas.

*Publicado en Adefesio.com

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