miércoles, 3 de agosto de 2011
Ser andaluz, pero sentir y pensar como mexicano*
Tengo la impresión de que hay cierta poesía de la cual sólo podemos hablar en primera persona: esa que nos llega, que nos refleja, que nos levanta el ánimo después de un mal día. Así, esa poesía tiene cierto aire que nos parece personal, como si hubiera sido escrita por alguien que nos conociera muy bien. Quizá por ello, Enrique García-Máiquez (1969) nos dice: “Cuento mi vida pero lees la tuya. / Nombro un paisaje de mi infancia y tú visitas / -tramposo- aquel camino de arena hacia la playa / por donde corre un niño feliz, que no soy yo”.
También, esa poesía no necesariamente es la que habla del amor, sino de lo que todos pensamos pero no podemos poner en palabras tan bellas (al menos en su acomodo), tal como apunta Jaime García-Máiquez (1973): “Ir a malas películas / de cine, y llegar tarde. / No salir, por cenar / en casa de tus padres. / Quedar con amigas. / No poder concentrarme / en perpetrar poemas. […] En fin, no cabe duda, / amar es suicidarse”.
La poesía es, tal vez, esa forma en que suena más bonito cuanto nos pasa, una manera de ver la realidad de un modo que embellece incluso lo más cotidiano, como sucede con este poema de Inmaculada Mengíbar (1962): “Pero seamos realistas: / Penélope, cosiéndole, / no es más feliz que yo / ahora mismo rompiéndole / la cremallera”. Es, también, volver irónico lo que suena dramático, convertir en una sonrisa lo que nos llevaría a las lágrimas: “Buscó el aplauso hablando / de sus miserias. / Es poeta; un rentista / de la tristeza”, como apunta Juan Peña (1961).
Es, y aquí sólo imagino, un recuento que nos permite mirar el pasado con nostalgia, más no con tristeza: “Presiento que no soy el mejor yo / de todos los que quise ser y he sido. / He conocido otros más hermosos, / mejor amantes y mejor vividos. / -Todos, sin excepción, mucho más jóvenes, / prometedores y atractivos.- / No soy el mejor yo. / Pero, al menos, aguanto y sobrevivo. / Los demás, con sus sueños / -cansados, derrotados, aburridos-, / fueron cayendo / uno tras otro en el camino” (Javier Salvago, 1950).
A lo mejor también esta poesía es tan íntima, tan cercana, porque nos suena a una filosofía fácil de comprender: “Por miedo a la luz del sol / hay quien esconde de día / lo que de noche pensó” (José Luis Blanco Garza, 1950). O nos remite a los deseos frustrados, pero gozosos: “Estos días amargos –hablo en serio-, / cuando el dolor asfixia y uno quiere morir / para no ver los dientes a la vida, / cuando ni la ironía es un arma certera / ni el vino trae olvidos, / yo pagaría oro, vendería mi alma, / por volverme otra vez / niño de calzón corto saliendo de la escuela / camino de los brazos de mi madre”, como piensa (y poetiza) Pedro Sevilla (1959).
Esta poesía, pienso, es como si abriéramos un álbum familiar y nos viéramos en todas las fotos y por eso mismo todas las imágenes nos dijeran tanto de lo que somos o podemos ser. Esta poesía, es sombra hecha de luz, como dice el título de esta antología de poesía andaluza actual, y también es claridad llena de claroscuros. Es, por último, un acercamiento a una forma de ser de los andaluces que asombrosamente se parece tanto a la de los mexicanos.
Feu, Abel (antologador) (2006), Sombra hecha de luz. Antología de poesía andaluza actual (1950-1978), México, UNAM, 256 páginas.
*Publicado en Adefesio.com
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