miércoles, 8 de junio de 2011

"Habiendo chocolate, había pedido fresa"*



Dicen que una de las cosas buenas que dejó la Revolución en la Habana son los helados de Coppelia. Ahí van los cubanos, se forman un rato y cuando llegan a ordenar reciben un helado que realmente sabe a helado. Ahí mismo una tarde David conoció a Diego, un maricón (son palabras de Diego) que le cambió la vida: “Los que son como yo, que ante la simple insinuación de un falo perdemos toda compostura, mejor dicho, nos descocamos, esos somos maricones, David, ma-ri-co-nes, no hay más vuelta que darle”.

David, muchacho revolucionario (como todo cubano DEBE ser), andaba aún con ganas de ir a dar una vuelta, así que fue a sentarse a Coppelia, pidió un helado y no dijo nada cuando Diego se sentó frente a él y empezó a embrujarlo con las palabras, cuando dejó asomar un ejemplar de Mario Vargas Llosa prohibido por el régimen y le dijo que podía prestárselo, incluso no puso mucha resistencia cuando Diego lo invitó a su Guarida para que pudiera leer algunos otros libros prohibidos. Y cómo lo iba a hacer, si su deber con la Revolución era investigar a esas personas que quieren acabar con lo ganado en la lucha, saber qué tantos contactos tienen, cuál es su plan contrainsurgente.

Por eso, y porque Diego es capaz de embrujar incluso a los lectores, es que David llegó a sentarse en el sillón de John Donne, a saborear un banquete lezamiano (tal como aconseja don José en su libro Paradiso), además de leer libros que sólo ahí podía encontrar (La guerra del fin del mundo, Tres tristes tigres…), a ver esculturas de santos, a tomar té por las tardes, a conocer la historia de ese maricón que tiene algunos problemas: “Uno: soy maricón. Dos: soy religioso. Tres: he tenido problemas con el sistema; ellos piensan que no hay lugar para mí en este país, pero de eso, nada; yo nací aquí; soy, antes que todo, patriota y lezamiano, y de aquí no me voy aunque me peguen candela por el culo. Cuatro: estuve preso cuando lo de la UMAP. Y cinco: los vecinos me vigilan, se fijan en todo el que me visita”.

El lobo, el bosque y el hombre nuevo, del cubano Senel Paz (Cuba, 1950), ganó el Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo en 1990. Es la historia no sólo de Diego y David, sino de la vida contra la muerte, de las reglas contra la insurgencia, de la cotidianidad contra el gozo. Tal vez por eso, Diego sea gay, por el antiguo significado de esta palabra: gozo, diversión. Por eso, mientras David piensa en que debe asumir todo lo que sus compañeros socialistas le dicen pues él sólo era un hijo de campesinos a quien la Revolución le permitió estudiar; Diego, es un treinteañero que vive cada segundo sabedor que en cualquier instante irán por él, más por ser un hombre rebelde que por estar en contra de lo que dictan los dogmas.

Cuento que exalta el erotismo de vivir, historia que hace una excelente radiografía de una amistad entre opuestos, El lobo, el bosque y el hombre nuevo, de Paz, nos invita a imitar a David y salir directo a una nevería a disfrutar una bola de helado: “Quise cerrar el capítulo agradeciéndole a Diego, de algún modo, todo lo que había hecho por mí, y lo hice viniendo a Coppelia y pidiendo un helado como éste. Porque había chocolate, pero pedí de fresa”.

Paz, Senel (1991), El lobo, el bosque y el hombre nuevo, México, Ediciones Era, 64 páginas.

*Publicado en Adefesio.com

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