martes, 27 de marzo de 2012
La zapatería del terror, de Pedro F. Miret*
En junio de 2001 se publicó Paisajes del limbo, antología en la que Mario González Suárez seleccionó a varios escritores “que nada tienen que ver con lo que hasta ahora se ha creído el tema preponderante de nuestros cuentistas y novelistas”. Entre ellos se encontraba Pedro F. Miret con un cuento divertido, mordaz, lleno de puntos suspensivos y que mostraban a un escritor con toques kafkianos, pero quien al mismo tiempo hacía de la burla una forma de alejarse de lo trágico y conformar una literatura singular. El texto era “La zapatería del terror” y se aclaraba que era uno de los cuatros relatos incluidos en un libro con el mismo nombre. Años antes, en 1997, Conaculta había reeditado Esta noche… vienen rojos y azules en su colección Lecturas mexicanas, por lo que la obra de Miret era conseguible, e incluso, si se buscaba en librerías de viejo, podían hallarse los tres libros restantes de este español: Prostíbulos, Rompecabezas antiguo e Insomnes en Tahití. Sin embargo, La zapatería del terror era una joya a la que muy pocos tenían acceso. Por ello, el rescate que hizo de este cuentario el propio González Suárez a su paso por la Dirección de Publicaciones del Conaculta fue bien recibido.
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Entrevista a Jaime Mesa sobre Piezas cambiantes*
En Piezas cambiantes. Escritores en Puebla frente al siglo XXI (2010), Mesa se centró en su Puebla natal y construyó una antología para la cual seleccionó a 30 autores nacidos entre las décadas de los 60 a los 80, de los cuales 28 respondieron a su convocatoria (algunos sólo le enviaron un texto). De entre ellos, por lo que se ve en este libro, unos fueron cuidadosos en sus escritos, mientras a otros no les interesó que sus cuentos y ensayos incluyeran erratas (mínimas, pero erratas). Sin embargo, Piezas cambiantes… es una antología sólida, que nos muestra un panorama vivo de la actual narrativa poblana.
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Piezas cambiantes. Escritores en Puebla frente al siglo XXI, compilador Jaime Mesa*
Una antología no sólo es la reunión de excelentes textos, sino también una apuesta que denota a quienes la integran y a quien los reúne dentro de un solo libro. En este sentido, Piezas cambiantes. Escritores en Puebla frente al siglo XXI muestra a un compilador, el escritor Jaime Mesa, preocupado por reunir a tres generaciones de creadores radicados en Puebla (de los sesenta a los ochenta). El resultado fue una antología que retrató a sus integrantes tanto por sus cuentos o ensayos, como por su pensamiento en torno a la difusión de su obra.
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Raymond Carver: un poeta en cuerpo de narrador*
El 2 de agosto de 1988, en su nueva casa de Port Angeles, a las 6:20 de la mañana, moría Raymond Carver. A su lado se encontraba su segunda esposa, la poeta Tess Gallagher. Carver ya gozaba de prestigio, incluso su forma de escribir cuentos se había convertido en un adjetivo: “fulano escribe carverianamente”. ¿En qué consistía ese estilo? Imaginemos una noche de tormenta, donde la lluvia cae constante y el sonido ya es una costumbre. De pronto, suena un trueno, el ruido de la lluvia se apaga y al caer el rayo la noche se ilumina dejándonos ver todo lo que hay alrededor. Se tiene la impresión de que se ha estado frente a una revelación. Así es Carver: una revelación en medio de la cotidianidad de sus personajes. Sin embargo, el narrador que muchos admiraban empezó su recorrido por la literatura como poeta…
Dicen que a los 18 años Carver trabajaba en una farmacia, era el muchacho que llevaba y traía recados. Una tarde, un cliente entró y le regaló un par de ejemplares de las revistas Poetry y The little review: “A lo mejor un día escribes algo y no sabes dónde mandarlo”, le habría dicho. A partir de ese día, tras leer y releer a los autores que esas dos revistas contenían, Carver escribió poesía y no pararía durante toda su vida. Es más, su primera publicación sería el poema “El aro de latón”, que apareció en la revista Targets.
Pero, ¿de qué va la poesía de Raymond Carver? El libro Todos nosotros nos puede dar una idea. En él encontramos a un autor (“Ray”, le dicen, se nombra) que a la par de su biografía se muestra como un hombre sensible e irónico. Así recorre su infancia y su primer matrimonio, su divorcio y su enamoramiento de Tess Gallagher, así como los últimos días al lado de ella. Su alcoholismo, sus manías, sus recuerdos, se muestran de una forma despiadada, como si su escritura no fuera sino un juicio íntimo donde pocas veces saldrá bien librado.
Por ejemplo, dice respecto a su hija: “Llevas tres días borracha, me dices, / cuando sabes jodidamente bien que la bebida es veneno / para nuestra familia. ¿No te servimos de ejemplo / tu madre y yo? Dos personas / que se querían a golpes, / que acabaron a golpes con el amor que se tenían, vaciando vaso tras vaso, / maldiciones, desgracias, traiciones”. O en “Ante una vieja fotografía de mi hijo” señala: “Es la expresión que esperaba no volver a ver / otra vez. Quiero olvidarme de ese chico / de la foto -¡ese idiota, ese bravucón! // ¿Qué hay para cenar, mamá? ¡Rápido! / Oye, vieja, levántate, ¿por qué no te levantas? […] Puede que se la envíe a tu madre, suponiendo / que todavía esté viva por algún sitio y el correo se la haga llegar / a este lado de la tumba. Si es así, reaccionará / de manera diferente ante ella, lo sé. Tu juventud y / belleza, eso será lo único que verá y celebrará. / Mi niño guapo, dirá. Mi maravilloso hijo”.
De esta forma, los poemas son pequeñas fotos de la realidad, instantes que tras un hecho banal se convierten en algo maravilloso con una sola palabra. Por ejemplo, en “Uno más”, Carver recorre la vida de un poeta que se levanta y cuando está dispuesto a escribir algunos versos recuerda todos los pendientes que tiene: contestar cartas, dedicarse a asuntos familiares, “limpiar la mesa” y a eso se dedica durante toda la jornada. Sin embargo, al llegar la noche, se pone frente a la hoja en blanco y es incapaz de recordar el poema que escribiría: “Así son las cosas. Poco más se puede decir. ¿Qué se / puede decir de un hombre que prefirió hablar por teléfono / todo el día y escribir cartas estúpidas / mientras sus poemas quedan desatendidos, / abandonados o, / peor aún, sin empezar? Ese hombre no los merece / y no deberían acudir a él de ninguna de las formas. / Sus poemas, si llega alguno más, / deberían comerlos las ratas”.
Todos nosotros es una nueva forma de conocer a Raymond Carver, de convencernos, tal como dice Tess Gallagher, que “Carver no escribe poesía de manera circunstancial entre relato y relato, más bien al revés: la poesía es para él un cauce espiritual del que se desvía para escribir relatos”. Es también un libro que refleja a un hombre preocupado porque la cotidianidad no deje de ser deslumbrante, pues es la única forma de lograr la felicidad. Quizá por ello, entre esos trastes sucios y carteras, fotos y vecinos cortando el pasto que aparecen en este tomo, el lector puede llorar ante la intensidad de las palabras de Carver. Sirva como punto final el poema que escribe a punto de morir, “Propina”: “No hay otra palabra. Pues eso es lo que fue. Una propina. / Una propina, estos diez años. / Vivo, sobrio, trabajando, amando / y siendo amado por una buena mujer. Hace / once años le dijeron que [a él] le quedaban seis meses de vida / si seguía así. Y que por ese camino / no llegaría sino al fondo. De modo que cambió / su modo de vida. ¡Dejó de beber! ¿Y el resto? / Después de eso, todo fue una propina, cada minuto / hasta ahora, incluyendo el momento en que se lo dijeron, / bueno, aunque hubo cosas en su cabeza que se vinieron abajo / y otras que empezaron a formarse. ‘No lloréis por mí’, / les dijo a sus amigos. ‘Soy un hombre con suerte. / He vivido diez años más de lo que yo o nadie / esperaba. Pura propina. Y no lo olvido’”.
Carver, Raymond (2007), Todos nosotros. Poesía, Madrid, Bartleby Editores, 272 páginas.
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Ser infiel sin mirar con quién*
La infidelidad nos genera una sonrisa cómplice. Claro, cuando uno no es el cornudo. Por ello, hay muchos chistes de engaños amorosos y en todas las reuniones no falta uno de infieles y uno de gallegos. Por lo mismo, crear nuevas escenas graciosas al respecto es muy difícil. Así, Bernardo Fernández, Bef, en ¡Cielos, mi marido!, nos advierte: “Pocas cosas son más complicadas hoy en día que ser divertido. Y ser original se antoja poco menos que imposible. Debido a lo anterior deliberadamente renuncié a lo segundo y decidí no buscar ningún hilo negro. Al contrario, me busqué el chiste más viejo y sobado del mundo, el del marido cornudo que encuentra a su mujer con su antagónico, para contarlo en varios cartones”.
Bef (Ciudad de México, 1972), quien ha explorado varios géneros literarios (ciencia ficción y policiaco, sobre todo), en ¡Cielos, mi marido! vuelve a su pasión por el comic y entrega caricaturas que pueden parecer repetitivas, pero que al paso de las hojas descubren una mirada irónica y políticamente incorrecta.
Al inicio se descubre a la esposa del mago quien lo engaña con el conejo del sombrero de copa, después a la española que le pone los cuernos al torero (metafóricamente gracioso y cierto) con el toro de Lidia, y más adelante a la mujer del cazador en la cama con el león. Pero a partir de ese momento, los dibujos comienzan a tener un referente histórico, político y ético que resulta hasta incómodo para el lector: una hippie engaña a su pareja con un punk, Batman es descubierto junto al Guasón por Robin y Borola Burrón yace en la cama con Toby (un niño, cabe destacar) cuando don Regino llega a casa tras cortar el cabello a sus clientes. En algunos otros cartones aparecen Trotsky junto a Frida Kahlo y Diego Rivera o Don Quijote, Sancho Panza y Rocinante.
Bef, con este pequeño libro, no sólo repite el tema de la infidelidad y lo renueva, sino que consigue que sus dibujos se conviertan en un objeto incómodo que lleva a la reflexión de la mejor forma: a través de la risa.
Fernández, Bernardo (2011), ¡Cielos, mi marido!, Editorial Resistencia, México.
*Publicado en Adefesio.com
viernes, 9 de marzo de 2012
Olvidar el futuro, de Agustín Ramos*
Olvidar el futuro, de Agustín Ramos, es una crónica valiosa y descarnada de estos “días de tragarse la furia y cerrar los ojos para sobrevivir al vértigo”.
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Reinventar la historia familiar como forma de salvación*
Ronaldo Correia de Brito (Ceará, Brasil, 1951) ganó en 2009 el Premio San Pablo de Literatura, el más prestigiado que otorga el estado brasileño, con su primer novela: Galilea. Este libro, de múltiples lecturas, narra la historia de una familia, una estirpe y un poblado. También, es un reencuentro con la tradición literaria de ese país, una ruptura con los grandes maestros (Guimaraes Rosa, Clarice Lispector), y la reinvención de una tradición. Además, es una obra maestra que nos muestra que “cuando nos distanciamos de nuestro origen, el reencuentro con el pasado es doloroso, casi imposible”.
La historia comienza en una camioneta, donde viajen tres primos: Adonias (el narrador), David e Ismael, quienes se dirigen a Galilea para ver a su abuelo Raimundo Caetano, un patriarca que fundó un pueblo y quien está a punto de morir. El viaje, que semeja una road movie, podría ser fascinante, llenó de anécdotas, pero el recuerdo de los pecados de familia, de las historias que siempre se ocultaron, provocan una tensión sexual entre estos familiares: al parecer Ismael violó a David siendo niños, y Adonias (un heterosexual con esposa e hijos) fantasea con el primo indio que todos desprecian: Ismael.
Así, el camino a Galilea es la confrontación con el pasado, al mismo tiempo que es un cuestionarse las tradiciones del sertón brasileño. Por ello, en algún momento, los primos hablan sobre los nombres de árboles y aves que les hicieron aprender de niños y los cuales pueden recitar de memoria, pero sin poder identificar el árbol o el pájaro al que se refieren. Además, estos primos que vuelven por obligación a ver al abuelo, saben que él los desprecia y que tras su vuelta al terruño de infancia, se esconden otras intenciones (que los admiren, encontrar el camino a seguir o permanecer en el único lugar donde se sienten a salvo).
Con una prosa visual, Galilea es una novela que se vuelve entrañable por la forma como está narrada: “Para el abuelo Raimundo Caetano somos una banda de débiles, huimos en busca de las ciudades como las aves migratorias vuelan hacia el África”, dice en algún momento Adonias, y a partir de ese sentimiento de rechazo, comienza a reinventar la historia de su familia con tal de hallar un poco de esplendor en medio de la traición y violencia que permea a esa dinastía: “Disconformes con la crónica mediocre de nuestra trayectoria hacia el Brasil, sin héroes ni bravatas en ultramar, novelamos las vidas comunes de la familia, inventamos personajes y remendamos en ellos pedazos de narraciones, dramas y farsas de la tradición oral y de los libros clásicos“.
Sin embargo, Adonias no deja que la nostalgia convierta estas añoranzas en mentira: “Olíamos el paño, viajando en recuerdos de rosas, claveles, jazmines, miel de abeja, inventando lo que ni de lejos sentíamos, pues el damasco viejo y sucio hedía a guardado, pedos y humo”, dice cuando quieren hacerle creer que el pasado era bueno y no una realidad grotesca. Y este afirmarse en tierra lo consigue pensando como un viejo, con la sabiduría que aunque no quiera le enseñaron en esa tradición de la cual ahora reniega. Por lo anterior, puede sentenciar filosóficamente: “Dormí como duermen las piedras, sin sueños” o puede perfilar claramente una imagen que parece una revelación: “Ismael sufrió un leve temblor en el cuerpo, igual a los peces cuando muerden la carnada y no logran librarse del anzuelo”.
Galilea es una novela memorable, que narra la travesía de Adonias en busca de su pasado y de las respuestas que le ayuden a afirmarse como hombre en el presente. Es la historia de este hombre quien mete la cabeza, peligrosamente, en las tradiciones que por algo habían sido ocultadas y por ello puede que se pierda en el camino: “Ya no sé qué dirección tomar. Hasta hace muy poco tiempo, el mundo alrededor de mí era comprensible y amable. Ahora, su significado se me escapa por completo”.
Ojalá pronto lleguen a México las traducciones de los dos libros de cuentos de Correia de Brito, pues eso permitiría asomarnos en una de las tradiciones literarias más ricas de toda América, así como profundizar en este autor que será una revelación para quien lo lea.
Correia de Brito, Ronaldo (2010), Galilea, Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 308 páginas.
* Publicado en Adefesio.com
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