martes, 3 de mayo de 2011

Leer en tiempos de Nick Jr. y Wii*



En México sabemos mucho de literatura. Sabemos, por ejemplo, que leer un libro es algo que nos otorga prestigio social y sabemos, además, que leer “El Quijote” nos muestra como personas cultas. Por ello, como una manera de demostrar que confiamos en la cultura, pretendemos acercar a los niños a los libros, a los “grandes libros”.

En los planes de estudio se le muestra a los niños lo que es la literatura: fragmentos del Poema del Mío Cid, trozos de la obra de Miguel de Cervantes Saavedra o, si bien les va, un poema casi impenetrable de Julio Cortázar: “Aplastamiento de las gotas”. Después de esto, están listos para ir a una librería, comprar un libro y regodearse con una entretenida lectura (¡ojalá!). La realidad, sin embargo, es que ese acercamiento es un fraude, no por los textos que se ocupan, sino porque estos resultan lejanos a la realidad que niños y jóvenes viven en nuestro país.

No sólo estos esfuerzos resultan vanos, sino gran parte de la maquinaria cultural que nos proporciona el gobierno: por acercarnos a las obras clásicas de cada arte, se olvidan que éstas son incomprensibles si es que antes no se tiene un bagaje cultural. Por ejemplo, Conaculta hace unos años impulsó un programa de lectura a través de libros que se vendían en los puestos de periódicos. ¿Para un joven sería atractivo leer a Sor Juana Inés de La Cruz o a autores del siglo XVIII? Debe decirse que la colección completa no vio el fin en dichos estanquillos, sino en librerías de saldos y ferias de remate.

Algo similar ocurre con los programas de estímulos para niños: lecturas que no están destinadas a chiquillos de este tiempo, habituados a programas televisivos que les exigen atención debido a constantes cambios de escenarios, a tramas complicadas, a un humor que va más allá del chiste fácil. Aunado a ello, los de hoy son niños acostumbrados a interactuar con la tecnología, misma que les implica un esfuerzo intelectual mayor y habilidades que requieren estrategias mentales (un ejemplo de ellos son los videojuegos en donde se construyen ciudades y civilizaciones, o aquellos que les piden estar atentos a la pantalla al mismo tiempo que mueven su cuerpo).

Ante este panorama, ¿qué debe ofrecer la literatura infantil para que un niño le dedique 10 minutos al día? Ser lúdica, dejar de lado las historias edificantes y las moralejas, pensar que el público infantil es mucho más exigente que el adulto y por eso merece que no se le ofrezcan historias simplonas.

Hábitos de lectura

Según la Encuesta Nacional de hábitos y consumos culturales, realizada por Conaculta en agosto de 2010, de las personas a quienes se interrogó, 41% acudió a una librería. De ese porcentaje, 20% compró un libro, y sólo 3% compró libros infantiles (cabe aclarar que a la par 2% compró Harry Potter, de J. K. Rowling, y 2% Crepúsculo, de Stephen Meyer). Además, de 27% de las personas que contestaron que leyeron un libro, sólo 7% señalaron que leen por gusto.

Qué es lo que falla: ¿nuestros hábitos culturales o los prejuicios respecto a la literatura (sólo es literatura la que escriben autores clásicos o consagrados)? ¿Cómo es posible que casi la misma cantidad de gente compre Harry Potter o Crepúsculo que libros infantiles? ¿Qué tienen esos best sellers que los vuelve tan atractivos? Arriesguemos una respuesta: una historia atractiva, fácil de leer y un lenguaje sencillo. Entonces, ¿los libros deben apostar por lo fácil para ser consumidos? No. Lo que un libro debe poseer para ser atractivo a un niño o a un joven es diversión.

Un ejemplo: La peor señora del mundo, escrita por Francisco Hinojosa e ilustrada por Rafael Barajas “El Fisgón”, cuenta la historia de una mujer que le da comida para perros a sus hijos y deja pelones a los leones. Al final del libro hay una moraleja, pero ésta no es la parte central del libro. Otro ejemplo: Matilda, de Roald Dahl, una niña que a través del ingenio es capaz de soportar el mundo de los adultos e incluso vengarse de las acciones malas de sus padres.

Estos libros están alejados de las clásicas historias infantiles creadas hace dos siglos como una forma de aleccionar. Es decir, Caperucita roja pretendía enseñar a los niños franceses que debían cuidarse al salir de casa, pues los bosques estaban llenos de bandoleros y campesinos pobres que robaban los alimentos de la gente de la ciudad debido a la hambruna que vivía el país. Hoy, sin embargo, fuera del momento en que el lobo abre las fauces para comerse a Caperucita y su abuela, la historia es incluso muy ligera para niños que acostumbran ver la muerte del Coyote cada vez que el Correcaminos usa un producto Acme (por no mencionar a todos los enemigos que destruye Ben 10).

Libros para niños hiperactivos

Si a lo anterior se suma que nuestros métodos para acercar la literatura a los niños se basan en nuestra intuición y nuestro poco o mucho conocimiento de literatura infantil, el resultado es que los infantes terminan detestando los libros. ¿Qué hacer entonces? Algunos expertos recomiendan eliminar de nuestra mente la dicotomía entre libros y televisión o videojuegos. Cada una de estas diversiones tiene un tiempo y características que las hacen complementarias, no excluyentes. Además, los padres deben acercar a sus hijos a lecturas interesantes (para los niños, no para el adulto). Si la niña quiere un libro de Barbie, éste es un buen comienzo, tal vez después vaya por uno de princesas y después por una historia más compleja.

Las lecturas no deben ser prolongadas ni por obligación. Pueden realizarse mientras los niños se bañan y el adulto les lee, o por la noche, antes de acostarse. Incluso, si el niño ya tiene edad para leer solo, se le puede pedir que cuando tenga un poco de tiempo lea el libro y comentar la historia a la hora de la comida o la cena. Para esto es importante que el adulto también lea el libro y pueda interactuar con el niño (sin juzgar jamás la lectura hecha por el infante).

Otro punto importante es permitir que el niño se apropie de los libros: estos no son algo sagrado, así que si quieren rayar, colorear o arrugar las hojas, no hay problema. Los libros no dejan de existir por contener un dibujo o un rayón.

Una última recomendación: si los padres no saben qué libro darle a los niños no deben temer preguntar al librero. Actualmente hay muchas historias que además de divertidas contienen ilustraciones atractivas. Además, las editoriales poseen criterios que dividen los tipos de libros de acuerdo a la edad: para los que no leen, para los que empiezan a leer, para pequeños grandes lectores, etcétera.

Hoy, debe desmitificarse a los libros. No será hasta que esto suceda cuando nuestros programas de fomento a la lectura tengan buenos resultados. Para convertirnos en un país de lectores no basta con acercar a los niños a los libros, sino predicar con el ejemplo. Si un adulto lee una revista de espectáculos, ya está fomentando la lectura. Puede que el niño empiece por los suplementos de caricaturas de un periódico, tal vez después siga con la revista Nickelodeon y quién sabe, a lo mejor un día en verdad llega a leer El ingenioso hidalgo, Don Quijote de la Mancha.

Algunas lecturas divertidas

Dahl, Roald. Matilda. Alfaguara.
_______. Jim y el melocotón gigante. Alfaguara.
Ende, Michael. El ponche de los deseos. Ediciones SM.
_______. La historia sin fin. Alfaguara.
Groening, Matt. Guía para la vida: Bart Simpson. Ediciones B.
Hinojosa, Francisco. La peor señora del mundo. FCE.
_______. Cuéntame, historias para todos los días. Ediciones Castillo.
Howe, Deborah y James Howe. Bonícula, una historia de misterio conejil. FCE.
Sendak, Maurice. Donde viven los monstruos. Alfaguara.

*Publicado en Elhorizontal.com

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