Algunos libros de literatura merecen más un análisis político que uno literario. ¿Cuáles? Aquellos escritos por editores o críticos literarios. Si el ejemplar es bien recibido en una reseña, de inmediato se sospecha la cercanía del reseñista con el autor: es su amigo, su editor o quiere que lo edite bajo el sello a su cargo. Por el contrario, si se le critica, se sospecha de inmediato un ajuste de cuentas.
En México, hay algunos casos que pueden ejemplificar esto: Informe (Tusquets, 2008), libro de cuentos de Rafael Lemus (crítico literario de Letras Libres); Perra brava (Planeta 2010), novela de Orfa Alarcón (editora en Random House Mondadori); Oficios ejemplares (Páginas de espuma / Colofón, 2010), cuentario de Paola Tinoco (editora de Colofón y responsable de Anagrama en México), y El cantante de muertos (Almadía, 2011), novela de Antonio Ramos (editor de Jus).
Cuando las primeras reseñas de Informe se publicaron, la mayoría eran negativas: consideraban el epílogo del libro como un autojustificarse de Lemus, a la vez que una declaración de sus influencias y plagios. Pocos reseñistas vieron cualidades en los cuentos y el adjetivo que se le colgó al libro es que era el “balbuceo” de un escritor. Habrá que aclararse que el propio Lemus dijo no temer a la crítica negativa, sobre todo porque él la ejercía y ejerce a través de las páginas de Letras Libres. Después, el libro quedó en el olvido.
Respecto a Perra brava, Orfa Alarcón aprovechó el lanzamiento de su novela e hizo uso de las redes sociales (facebook y twitter, principalmente). Pronto, la novela que relata la vida de Fernanda Salas (la novia de un narco) se convirtió en un fenómeno de ventas, consiguiendo el “honroso” placer de ser pirateada (lo cual, en México, refleja un éxito comercial). La historia fue bien recibida por la crítica: Élmer Mendoza y Cristina Rivera Garza festejaron la aparición de un libro tan honesto y que daba una verdadera voz a la mujer contemporánea mexicana. Además, recientemente el libro fue seleccionado por el jurado del Premio Iberoamericano de Narrativa Las Américas como uno de los finalistas (la única mujer, y mexicana, entre los cinco seleccionados), aunado a que varios críticos lo consideraron entre los mejores libros de 2010. La calidad de Perra brava entonces fue avalada por el paso del tiempo.
Los Oficios ejemplares, de Paola Tinoco, sin duda, representan un libro difícil para cualquier reseñista: en la contraportada pueden leerse comentarios halagadores de Ricardo Piglia, Andrés Neuman y Enrique Vila-Matas. Además, en los agradecimientos del ejemplar aparecen nombres tales como Jorge Herralde (editor de Anagrama), Daniel Sada, Juan Villoro, Peter Stamm, Gilles Lipovetsky, Jostein Gaarder, entre otros muchos. Si a esto se agrega que Tinoco es un filtro para poder llegar a la editorial de la fiebre amarilla, en la que muchos escritores latinoamericanos quieren publicar, se comprenderá la difícil tarea de quien deba hacer un análisis de este libro (que por lo demás tiene algunos cuentos muy disfrutables). Hasta el momento, poco se ha escrito del cuentario de Tinoco. El tiempo dirá.
El último caso, el de Antonio Ramos y El cantante de muertos, también es un ejemplo de un libro difícil (para el reseñista, se aclara). La novela cuenta la historia de tres generaciones de la familia Rodas, unos cantantes de muertos que prestan sus servicios en Nuevo León. Ramos consigue un libro que refleja un ajuste con el pasado, a la vez que por medio de la nostalgia dichosa muestra las tradiciones que hoy parecieran perdidas. Sin embargo, aquí el problema es de quienes ejercen la crítica en los medios: jóvenes creadores que ven en este oficio una oportunidad para ir adentrándose en el mundo literario mientras consiguen publicar o difundir su obra creativa. Ese detalle cobra relevancia si se piensa que Ramos es editor de una de las editoriales mexicanas que más apuestan por los jóvenes creadores. Sin embargo, el currículum de Ramos Revillas, los libros publicados con anterioridad (en especial Dejaré esta calle –Fondo Editorial Tierra Adentro, 2006-) y los premios que ha ganado, eliminan cualquier duda sobre la calidad de ésta su primer novela.
Ahora bien, por qué meterse en camisa de once varas y tratar de reseñar a estos autores. Si se les conoce personalmente, pensarán algunos, sería mejor hacer los comentarios “en corto”, mencionando cualidades y omitiendo las carencias. Si son amigos del reseñista con más razón.
Dos comentarios al respecto: a) En México las librerías exhiben las novedades editoriales un tiempo promedio de uno a tres meses. Si el libro es de una editorial comercial y el autor es un best seller podrá mantenerse en la mesa de novedades incluso un mes, pero después se va directo a la estantería, donde a menos que haya una recomendación de por medio, el probable lector nunca llegara. Si se toma en cuenta que en México se lee poco más de un libro al año y que las personas no suelen visitar con frecuencia las librerías, la posibilidad de que se topen con un libro en particular cuando está en mesa de novedades o en estantería es casi nula. Es decir, si una persona en promedio visita una librería cada seis meses, habrá dejado de ver muchos de los libros que se editan a lo largo de un año.
A esto debe agregarse: b) Los libros de autores que aún no son reconocidos mundialmente (a diferencia de Vargas Llosa, García Márquez, J. K. Rowling, Stephen Meyer, por ejemplo), son poco publicitados, además que se les mira con recelo pues su precio llega a ser más elevado que el de un “clásico”. Así, si se toma en cuenta que los libros la mayoría de las veces se compran por recomendación o porque se conoce o reconoce el nombre del autor, entonces, ¿quién comprará los libros de estos autores de quienes pocos hablan?
De lo anterior se desprende la necesidad de que se reseñen, desde un punto de vista literario, libros como los aquí expuestos. La sinceridad es el único camino que permitirá al reseñista salir avante. La duda estará presente en los lectores “avezados”, pero si con unas cuantas líneas se consigue llevar un lector “de a pie” a un libro habrá valido la pena el riesgo.
A final de cuentas, los reseñistas deberán aprender de los payasos de fiestas infantiles, quienes al final del espectáculo nos aleccionan: “si les gustó el show (el libro), recomiéndenlo; si no, no digan nada y dejen que otros caigan”. El tiempo, como el lugar común indica, será el encargado de establecer si las reseñas eran políticas o literarias.
*Publicado en elhorizontal.com
viernes, 15 de abril de 2011
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En una primera versión de esta entrada cometí un grave error. Al comentar el libro, Perra brava, de Orfa Alarcón, señalaba que tras la reseña de Rivera Garza "Las sospechas entonces cayeron sobre la autora: por ser amiga de Rivera Garza". Esto es falso. Alarcón y Rivera Garza entraron en contacto a raiz de la reseña que hizo la autora de Nadie me vera llorar, no antes. Sirva este comentario para ofrecer una disculpa a Orfa Alarcón, a Cristina Rivera Garza y a aquellos que se hayan visto afectados por mi equivocación. Mil disculpas.
ResponderEliminarMiguel Ángel Hernández Acosta