lunes, 25 de abril de 2011
Dime qué lees y te diré qué temes*
¿Qué se puede esperar de un libro escrito por un perro tonto? ¿Qué se puede esperar del libro si el autor se pone a escribir “por pura casualidad”? Es más, ¿qué se puede esperar del libro si el perro-autor desconfía de su texto: “Espero que encuentren esta historia suficiente interés para usted y sus lectores como para justificar su publicación”? Lo que resulta es Bonícula, una espléndida novela infantil de terror con la que el lector podrá también reír.
Harold X es un ser cuyo trabajo de tiempo completo es ser perro. Vive con la familia “X”, a quien para proteger denomina “los Monroe”. Sus dueños son los señores Monroe, Toby, un niño de ocho años, y Pete, de diez. Además, comparte la casa con el gato Chester, quien lee libros de terror y tiene un amplio conocimiento en literatura. Son, como Harold los llama, una típica familia norteamericana, hasta la noche cuando los niños llevan a vivir con ellos a un pequeño conejo a quien nombran “Bonícula”.
Fuera de los normales celos que provoca en Chester el nuevo integrante de la familia, todo parece normal. Sin embargo, debido a que le quitan su leche para dársela al conejo, el gato le toma “ojeriza” y comienza a espiarlo. Así, la primera noche, mientras todos duermen, Chester se arrellana en su sillón favorito y tras leer La caída de la casa Usher, de Edgar Allan Poe, sólo iluminado por un rayo de luz de luna y tras una tormenta, el gato se siente impulsado a mirar la jaula donde está Bonícula:
“—No sé lo que me pasó —me dijo a la mañana siguiente—, pero un escalofrío me recorrió el lomo. El conejito se había empezado a mover por primera vez desde que lo pusieron en la jaula. Levantó su naricilla e inhaló profundamente, como si juntara alimento de la luz lunar. ?Replegó las orejas y las pegó a su cuerpo, y por primera vez —dijo Chester— le noté una marca rara en la frente. Lo que parecía una mancha negra, común y corriente, entre las orejas tomó una extraña forma de V, que se conectaba con el gran manchón negro que le cubría el lomo y ambos lados del cuello. Parecía como si llevara un abrigo… no, era más bien una capa que un abrigo”.
Además, los labios del conejo tienen una sonrisa macabra y en vez de tener incisivos, posee unos colmillos puntiagudos. A eso, habrá que agregar que en la casa comenzarán a aparecer frutas y verduras descoloridas, como si les hubieran chupado el jugo. La narración completa se convertirá en “una historia de misterio conejil” donde los personajes principales serán Chester y Harold.
Bonícula, escrito por los estadounidenses Deborah y James Howe e ilustrada por Francisco Nava Bouchaín es una novela infantil que logra reinventar el mito del vampiro a partir de un tierno conejo que provoca el recelo de Chester y del miedoso Harold. Es, además, un libro que mantiene un misterio basado en el buen humor y que nos hace reír con las conclusiones a las que llega el perro tonto-narrador y con los prejuicios que tiene el entrañable Chester. Por si fuera poco, existe una segunda entrega de las aventuras de estos tres misteriosos animales: La posada del aullido, también muy recomendable.
Howe, Deborah y Howe, James (2008), Bonícula, 11a reimpresión, México, Fondo de Cultura Económica, 96 páginas.
*Publicado en Adefesio.com
viernes, 15 de abril de 2011
El problema de reseñar libros de editores y críticos literarios*
Algunos libros de literatura merecen más un análisis político que uno literario. ¿Cuáles? Aquellos escritos por editores o críticos literarios. Si el ejemplar es bien recibido en una reseña, de inmediato se sospecha la cercanía del reseñista con el autor: es su amigo, su editor o quiere que lo edite bajo el sello a su cargo. Por el contrario, si se le critica, se sospecha de inmediato un ajuste de cuentas.
En México, hay algunos casos que pueden ejemplificar esto: Informe (Tusquets, 2008), libro de cuentos de Rafael Lemus (crítico literario de Letras Libres); Perra brava (Planeta 2010), novela de Orfa Alarcón (editora en Random House Mondadori); Oficios ejemplares (Páginas de espuma / Colofón, 2010), cuentario de Paola Tinoco (editora de Colofón y responsable de Anagrama en México), y El cantante de muertos (Almadía, 2011), novela de Antonio Ramos (editor de Jus).
Cuando las primeras reseñas de Informe se publicaron, la mayoría eran negativas: consideraban el epílogo del libro como un autojustificarse de Lemus, a la vez que una declaración de sus influencias y plagios. Pocos reseñistas vieron cualidades en los cuentos y el adjetivo que se le colgó al libro es que era el “balbuceo” de un escritor. Habrá que aclararse que el propio Lemus dijo no temer a la crítica negativa, sobre todo porque él la ejercía y ejerce a través de las páginas de Letras Libres. Después, el libro quedó en el olvido.
Respecto a Perra brava, Orfa Alarcón aprovechó el lanzamiento de su novela e hizo uso de las redes sociales (facebook y twitter, principalmente). Pronto, la novela que relata la vida de Fernanda Salas (la novia de un narco) se convirtió en un fenómeno de ventas, consiguiendo el “honroso” placer de ser pirateada (lo cual, en México, refleja un éxito comercial). La historia fue bien recibida por la crítica: Élmer Mendoza y Cristina Rivera Garza festejaron la aparición de un libro tan honesto y que daba una verdadera voz a la mujer contemporánea mexicana. Además, recientemente el libro fue seleccionado por el jurado del Premio Iberoamericano de Narrativa Las Américas como uno de los finalistas (la única mujer, y mexicana, entre los cinco seleccionados), aunado a que varios críticos lo consideraron entre los mejores libros de 2010. La calidad de Perra brava entonces fue avalada por el paso del tiempo.
Los Oficios ejemplares, de Paola Tinoco, sin duda, representan un libro difícil para cualquier reseñista: en la contraportada pueden leerse comentarios halagadores de Ricardo Piglia, Andrés Neuman y Enrique Vila-Matas. Además, en los agradecimientos del ejemplar aparecen nombres tales como Jorge Herralde (editor de Anagrama), Daniel Sada, Juan Villoro, Peter Stamm, Gilles Lipovetsky, Jostein Gaarder, entre otros muchos. Si a esto se agrega que Tinoco es un filtro para poder llegar a la editorial de la fiebre amarilla, en la que muchos escritores latinoamericanos quieren publicar, se comprenderá la difícil tarea de quien deba hacer un análisis de este libro (que por lo demás tiene algunos cuentos muy disfrutables). Hasta el momento, poco se ha escrito del cuentario de Tinoco. El tiempo dirá.
El último caso, el de Antonio Ramos y El cantante de muertos, también es un ejemplo de un libro difícil (para el reseñista, se aclara). La novela cuenta la historia de tres generaciones de la familia Rodas, unos cantantes de muertos que prestan sus servicios en Nuevo León. Ramos consigue un libro que refleja un ajuste con el pasado, a la vez que por medio de la nostalgia dichosa muestra las tradiciones que hoy parecieran perdidas. Sin embargo, aquí el problema es de quienes ejercen la crítica en los medios: jóvenes creadores que ven en este oficio una oportunidad para ir adentrándose en el mundo literario mientras consiguen publicar o difundir su obra creativa. Ese detalle cobra relevancia si se piensa que Ramos es editor de una de las editoriales mexicanas que más apuestan por los jóvenes creadores. Sin embargo, el currículum de Ramos Revillas, los libros publicados con anterioridad (en especial Dejaré esta calle –Fondo Editorial Tierra Adentro, 2006-) y los premios que ha ganado, eliminan cualquier duda sobre la calidad de ésta su primer novela.
Ahora bien, por qué meterse en camisa de once varas y tratar de reseñar a estos autores. Si se les conoce personalmente, pensarán algunos, sería mejor hacer los comentarios “en corto”, mencionando cualidades y omitiendo las carencias. Si son amigos del reseñista con más razón.
Dos comentarios al respecto: a) En México las librerías exhiben las novedades editoriales un tiempo promedio de uno a tres meses. Si el libro es de una editorial comercial y el autor es un best seller podrá mantenerse en la mesa de novedades incluso un mes, pero después se va directo a la estantería, donde a menos que haya una recomendación de por medio, el probable lector nunca llegara. Si se toma en cuenta que en México se lee poco más de un libro al año y que las personas no suelen visitar con frecuencia las librerías, la posibilidad de que se topen con un libro en particular cuando está en mesa de novedades o en estantería es casi nula. Es decir, si una persona en promedio visita una librería cada seis meses, habrá dejado de ver muchos de los libros que se editan a lo largo de un año.
A esto debe agregarse: b) Los libros de autores que aún no son reconocidos mundialmente (a diferencia de Vargas Llosa, García Márquez, J. K. Rowling, Stephen Meyer, por ejemplo), son poco publicitados, además que se les mira con recelo pues su precio llega a ser más elevado que el de un “clásico”. Así, si se toma en cuenta que los libros la mayoría de las veces se compran por recomendación o porque se conoce o reconoce el nombre del autor, entonces, ¿quién comprará los libros de estos autores de quienes pocos hablan?
De lo anterior se desprende la necesidad de que se reseñen, desde un punto de vista literario, libros como los aquí expuestos. La sinceridad es el único camino que permitirá al reseñista salir avante. La duda estará presente en los lectores “avezados”, pero si con unas cuantas líneas se consigue llevar un lector “de a pie” a un libro habrá valido la pena el riesgo.
A final de cuentas, los reseñistas deberán aprender de los payasos de fiestas infantiles, quienes al final del espectáculo nos aleccionan: “si les gustó el show (el libro), recomiéndenlo; si no, no digan nada y dejen que otros caigan”. El tiempo, como el lugar común indica, será el encargado de establecer si las reseñas eran políticas o literarias.
*Publicado en elhorizontal.com
En México, hay algunos casos que pueden ejemplificar esto: Informe (Tusquets, 2008), libro de cuentos de Rafael Lemus (crítico literario de Letras Libres); Perra brava (Planeta 2010), novela de Orfa Alarcón (editora en Random House Mondadori); Oficios ejemplares (Páginas de espuma / Colofón, 2010), cuentario de Paola Tinoco (editora de Colofón y responsable de Anagrama en México), y El cantante de muertos (Almadía, 2011), novela de Antonio Ramos (editor de Jus).
Cuando las primeras reseñas de Informe se publicaron, la mayoría eran negativas: consideraban el epílogo del libro como un autojustificarse de Lemus, a la vez que una declaración de sus influencias y plagios. Pocos reseñistas vieron cualidades en los cuentos y el adjetivo que se le colgó al libro es que era el “balbuceo” de un escritor. Habrá que aclararse que el propio Lemus dijo no temer a la crítica negativa, sobre todo porque él la ejercía y ejerce a través de las páginas de Letras Libres. Después, el libro quedó en el olvido.
Respecto a Perra brava, Orfa Alarcón aprovechó el lanzamiento de su novela e hizo uso de las redes sociales (facebook y twitter, principalmente). Pronto, la novela que relata la vida de Fernanda Salas (la novia de un narco) se convirtió en un fenómeno de ventas, consiguiendo el “honroso” placer de ser pirateada (lo cual, en México, refleja un éxito comercial). La historia fue bien recibida por la crítica: Élmer Mendoza y Cristina Rivera Garza festejaron la aparición de un libro tan honesto y que daba una verdadera voz a la mujer contemporánea mexicana. Además, recientemente el libro fue seleccionado por el jurado del Premio Iberoamericano de Narrativa Las Américas como uno de los finalistas (la única mujer, y mexicana, entre los cinco seleccionados), aunado a que varios críticos lo consideraron entre los mejores libros de 2010. La calidad de Perra brava entonces fue avalada por el paso del tiempo.
Los Oficios ejemplares, de Paola Tinoco, sin duda, representan un libro difícil para cualquier reseñista: en la contraportada pueden leerse comentarios halagadores de Ricardo Piglia, Andrés Neuman y Enrique Vila-Matas. Además, en los agradecimientos del ejemplar aparecen nombres tales como Jorge Herralde (editor de Anagrama), Daniel Sada, Juan Villoro, Peter Stamm, Gilles Lipovetsky, Jostein Gaarder, entre otros muchos. Si a esto se agrega que Tinoco es un filtro para poder llegar a la editorial de la fiebre amarilla, en la que muchos escritores latinoamericanos quieren publicar, se comprenderá la difícil tarea de quien deba hacer un análisis de este libro (que por lo demás tiene algunos cuentos muy disfrutables). Hasta el momento, poco se ha escrito del cuentario de Tinoco. El tiempo dirá.
El último caso, el de Antonio Ramos y El cantante de muertos, también es un ejemplo de un libro difícil (para el reseñista, se aclara). La novela cuenta la historia de tres generaciones de la familia Rodas, unos cantantes de muertos que prestan sus servicios en Nuevo León. Ramos consigue un libro que refleja un ajuste con el pasado, a la vez que por medio de la nostalgia dichosa muestra las tradiciones que hoy parecieran perdidas. Sin embargo, aquí el problema es de quienes ejercen la crítica en los medios: jóvenes creadores que ven en este oficio una oportunidad para ir adentrándose en el mundo literario mientras consiguen publicar o difundir su obra creativa. Ese detalle cobra relevancia si se piensa que Ramos es editor de una de las editoriales mexicanas que más apuestan por los jóvenes creadores. Sin embargo, el currículum de Ramos Revillas, los libros publicados con anterioridad (en especial Dejaré esta calle –Fondo Editorial Tierra Adentro, 2006-) y los premios que ha ganado, eliminan cualquier duda sobre la calidad de ésta su primer novela.
Ahora bien, por qué meterse en camisa de once varas y tratar de reseñar a estos autores. Si se les conoce personalmente, pensarán algunos, sería mejor hacer los comentarios “en corto”, mencionando cualidades y omitiendo las carencias. Si son amigos del reseñista con más razón.
Dos comentarios al respecto: a) En México las librerías exhiben las novedades editoriales un tiempo promedio de uno a tres meses. Si el libro es de una editorial comercial y el autor es un best seller podrá mantenerse en la mesa de novedades incluso un mes, pero después se va directo a la estantería, donde a menos que haya una recomendación de por medio, el probable lector nunca llegara. Si se toma en cuenta que en México se lee poco más de un libro al año y que las personas no suelen visitar con frecuencia las librerías, la posibilidad de que se topen con un libro en particular cuando está en mesa de novedades o en estantería es casi nula. Es decir, si una persona en promedio visita una librería cada seis meses, habrá dejado de ver muchos de los libros que se editan a lo largo de un año.
A esto debe agregarse: b) Los libros de autores que aún no son reconocidos mundialmente (a diferencia de Vargas Llosa, García Márquez, J. K. Rowling, Stephen Meyer, por ejemplo), son poco publicitados, además que se les mira con recelo pues su precio llega a ser más elevado que el de un “clásico”. Así, si se toma en cuenta que los libros la mayoría de las veces se compran por recomendación o porque se conoce o reconoce el nombre del autor, entonces, ¿quién comprará los libros de estos autores de quienes pocos hablan?
De lo anterior se desprende la necesidad de que se reseñen, desde un punto de vista literario, libros como los aquí expuestos. La sinceridad es el único camino que permitirá al reseñista salir avante. La duda estará presente en los lectores “avezados”, pero si con unas cuantas líneas se consigue llevar un lector “de a pie” a un libro habrá valido la pena el riesgo.
A final de cuentas, los reseñistas deberán aprender de los payasos de fiestas infantiles, quienes al final del espectáculo nos aleccionan: “si les gustó el show (el libro), recomiéndenlo; si no, no digan nada y dejen que otros caigan”. El tiempo, como el lugar común indica, será el encargado de establecer si las reseñas eran políticas o literarias.
*Publicado en elhorizontal.com
jueves, 14 de abril de 2011
La peor señora es la mejor historia*
“En el norte de Turambul, había una vez una señora que era la peor señora del mundo. Era gorda como un hipopótamo, fumaba puro y tenía dos colmillos puntiagudos y brillantes. Además, usaba botas de pico y tenía unas uñas grandes y filosas con las que le gustaba rasguñar a la gente”. Este es el inicio de una historia, pero no de cualquier historia, sino de la historia para niños más exitosa en la literatura mexicana: La peor señora del mundo, de Francisco Hinojosa (México, 1954).
Como todo éxito hay muchos mitos alrededor de este libro que ha vendido más de 300 mil ejemplares (algo impensable en nuestro país), que ha sido traducido al portugués y otros idiomas, que en el 2010 llevaba 16 reimpresiones y que ha dado pie a adaptaciones teatrales, a canciones y a un sinfín de reconocimientos.
Se dice, por ejemplo, que se escribió en tan sólo cinco horas; que el primer editor a quien Hinojosa le llevó el manuscrito lo rechazó tajantemente y le recomendó olvidarse de escribir para niños, y que ha salido o está por salir una línea de juguetes con la imagen de la peor señora del mundo. Por cierto, hace poco, la revista El chamuco, al rendirle un homenaje a Rafael Barajas “El Fisgón”, ilustrador del libro, hizo una parodia de su personaje y creó a La peor señora de México, quien tenía el rostro de Elba Esther Gordillo.
¿Pero qué tiene La peor señora del mundo que la hace tan especial? Aventuremos algunas respuestas. La protagonista de la historia es una villana que le da de comer carne para perros a sus hijos, que deja pelones a los leones y a quien le teme todo el pueblo. Es decir, es una antiheroína a quien se le saltan las venas de los ojos ante su maldad. Es, por llamarla de alguna forma, un ser que en lugar de lograr que los lectores se identifiquen con ella, lo que consigue es inspirar temor. Tal vez de ahí el interés de los niños.
Otra posibilidad: el cuento, a pesar de la crueldad, no busca otra cosa más que divertir. Está lejos de las historias edificantes (aunque no por eso no tenga una “moraleja”), no tiene príncipes azules ni princesas rosas, no hay dragones sino palomas mensajeras alimentadas con salsa de chile. Así, lleva al lector a identificarse con “el pueblo” y a querer que la peor señora del mundo obtenga un castigo.
Una última: Los dibujos de “El Fisgón” llegan a ser grotescos, tal como muchas de las caricaturas de hoy en día. No son dignos de un sueño, sino de una pesadilla. Además, provocan tanto terror que con el desenlace llega un relajamiento que se logra sólo con el espléndido final.
Pero, más allá de todo esto de qué trata el libro: La peor señora del mundo vive martirizando a un pueblo. Cuando los habitantes se hartan se marchan del poblado. Al verse sola, la peor señora del mundo alimenta a una paloma (que desafortunadamente no pudo huir al estar enjaulada) con tal de mandarle un recado de arrepentimiento a los pobladores: “He recapacitado y creo que yo era una mala persona. Ya no volveré a ser como era antes. Para que me lo crean, me voy a dejar pisar y rasguñar por todos los que quieran hacerlo”, les escribe para convencerlos. Una vez que logra que regresen construye una muralla para que nadie pueda huir. A partir de ahí, los habitantes deberán pensar una estrategia para no continuar siendo víctimas de la peor señora del mundo.
Historia entretenida, de terror, infantil, que provoca risas, La peor señora del mundo es un excelente libro para niños, y para todos los amantes de los buenos libros. Por cierto, hay una edición de aniversario, con pasta dura y todos los dibujos a color, muy recomendable.
Hinojosa, Francisco (2010), La peor señora del mundo, ilustraciones de Rafael Barajas, “El Fisgón”, 10ª reimpresión, México, Fondo de Cultura Económica, 48 páginas.
*Publicado en Adefesio.com
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