lunes, 15 de noviembre de 2010

A la espera de Verónica*


¿Para qué se escribe un libro cuando el mundo se está derrumbando? Más bien, ¿para qué escribir un libro en cualquier momento? Arriesguemos una respuesta: para deshacerse de los fantasmas que nos atormentan, para expiar las culpas que nos impiden seguir adelante, para llenar el vacío que existe afuera y que llevamos por dentro. Éstas podrían ser algunas de las respuestas tras leer La vida privada de los árboles, de Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975), sin embargo, aunque todas son verdaderas, tienen también algo de falsedad.

Julián, el protagonista de esta historia, escribe mientras su esposa Verónica llega a casa tras su clase de pintura. “Cuando ella regrese la novela se acaba. Pero mientras no regrese el libro continúa. El libro sigue hasta que ella vuelva o hasta que Julián esté seguro de que ya no va a volver”, se nos advierte constantemente.

Mientras, Julián se entretiene en su papel de padrastro: le lee a Daniela el libro La vida privada de los árboles, intentando que ella se duerma y así no se percate de la ausencia de su mamá. Pero en ciertos momentos la historia del baobab y del roble que cuenta a su hijastra le parece muy aburrida y por eso improvisa, mejora el relato, se desvía y va hasta otras historias, pues nos deja entrever que, para él, en la imaginación está la salvación.

La vida privada de los árboles es un libro de “palabras veloces que anticipan una revelación que no llega”; es también una apuesta por la frase precisa, por conseguir descripciones que con dos trazos nos revelen a un personaje por completo (“Mi madre cantaba, a cara descubierta, las mismas canciones con que otras mujeres, vestidas de negro, velaban a sus muertos”, declara en algún momento Julián). Es, por decirlo de algún modo, un relato que aparte de lo narrado nos descubre un mundo a partir de lo que no nos permite ver, pero sí presentir.

Quizá, como le pasa a Julián, el propio autor, Alejandro Zambra, no quería escribir una novela, sino que “simplemente deseaba dar con una zona nebulosa y coherente donde amontonar los recuerdos”. Pero los recuerdos no como algo pasado, sino como las posibles vidas y nostalgias que surgen a partir de las características de cada uno de los personajes. Por ejemplo, Julián está seguro que un día Daniela, la niña de su presente, se encontrará con un hombre llamado Ernesto, debido a que le gusta hacer preguntas y no le gusta el inglés (y parece tan obvio y tan lógico dentro de la narración…).

Así, el libro es el desbordamiento de la imaginería de Julián, quien inventa pretextos por los cuales todavía no llega Verónica o recrea los motivos por los cuáles un día habrá de quedarse solo o piensa cómo será la tarde en que Daniela, ya siendo adulta, descubra la novela que él ha estado escribiendo durante todo el tiempo de nuestra lectura. Es, de esta forma, una historia que al contar con la participación cómplice del lector logra ser tan bella y simple como un bonsái, al mismo tiempo que es tan extraña y maravillosa como este árbol.

Zambra, Alejandro (2007), La vida privada de los árboles, Barcelona, Anagrama, 124 páginas.

*Publicado en Adefesio.com

2 comentarios:

  1. Sabes, Miguel, por ti conocí a Zambra y por ti D. y yo lo leímos un domingo tirados sobre la cama, iluminada la voz con el sol. No fue precisamente este título, más bien fue Bonsái, de igual belleza y condensación. Zambra es ampliamente despreciado entre el círculo de críticos que frecuento, y con el que continuamente disiento. Pero como un libro es un espacio nebuloso en el que el autor ha apilado recuerdos, ¿por qué no puede serlo también para el lector? Zambra es de mis favoritos, gracias al sol de una tarde de domingo.
    Saludos.

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  2. Qué chido es compartir lecturas y de esa forma establecer cierta complicidad. Qué bueno que el sol de una tarde de domingo te traiga a la memoria a Zambra y a D. Te mando un abrazo enorme (y te recomiendo que ya no te juntes con ese círculo de críticos: a lo mejor sí les gusta Zambra, pero le tienen envidia. jaja)

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