jueves, 9 de septiembre de 2010

"No hay nada de malo en lo que uno hace pero hay algo de malo en lo que uno se vuelve"



Algunos cuentos son como verdades hostiles: hacen que nuestra vida no sea más que un cúmulo de angustias, una larga penitencia incumplida. Algunos cuentos son también un espejo cruel donde uno se ve en un gesto del protagonista; en una frase del narrador; en el sonido de un disparo en mitad del campo, del invierno. “Cuídate”, de Joy Williams, es uno de esos cuentos.
En “Cuídate”, Jones es un pastor enamorado de su esposa. Se ha dedicado a pregonar la fe a lo largo de su vida, la gente lo quiere. Pero llega un momento en que su mundo cambia: la hija, que siempre ha sido un problema, decide abandonar el hogar paterno y se va, abandonando también a la bebé que hace poco parió. Además, el gran amor de Jones, su esposa, enferma. “Hay algo raro en su sangre. Tiene los brazos cubiertos de moretones, en los sitios donde le hurgaron las venas. También su cadera está hinchada y amoratada donde le sacaron muestras de médula. Todo esto asusta. Los médicos son severos y sabios y contestan las preguntas de Jones de una manera que lo hace sentirse irremediablemente sordo”.
Jones también es sabio, sabio y optimista, por eso, cuando su mujer se siente débil, él atina a contestar: “Es la estación —dijo Jones—. En el otoño todo se mueve más despacio, se retrae. Yo también me siento cansado. Necesitamos hierro. Ahora mismo voy a la farmacia a comprar pastillas de hierro” y enciende su camioneta y se va con su mujer a recorrer las carreteras, los campos, los pueblos, intentando retrasar la enfermedad, inundando el espíritu de su mujer con las maravillas que uno encuentra en la naturaleza (por si las dudas).
Aunque llega lo irremediable: acudir al hospital y dejar internada a su esposa. Después salir y cuidar a la nieta, mostrarle cómo es la nieve, hacer que ella crea que el mundo es maravilloso. Qué importa que la madre esté en alguna playa mexicana, paseando con desconocidos que ella llama amantes; qué interesa que la abuela esté muriéndose lentamente. Lo importante es la fe que Jones debe transmitir: “Su vida ha estado dedicada a la apología. Es su profesión. Se ocupa tanto de la justificación como del remordimiento. Siempre ha actuado correctamente, pero nunca ha resultado nada de ello”.
El mundo se destruye en cada mirada de Jones, pero él se encarga de hacer papillas y contarle historias a la nieta; va al hospital y enseguida, devastado tras ver la condición de su esposa, va a darle ánimos a sus feligreses (que también visitan a familiares en el mismo hospital). “Jones está lleno de remordimientos y asombro” y a pesar de eso, elabora sermones que permitan que su comunidad sea feliz. “No nos salvamos porque lo merecemos. Nos salvamos porque somos amados”, dice en medio de una ceremonia muy personal (el bautizo de la nieta), tan personal que sólo él comprende la profundidad de sus palabras, la autopenitencia que está cumpliendo.
Todo transcurre en grandes praderas estadounidenses, en nevadas que vuelven nostálgica cada palabra de Joy Williams. Y mientras la Navidad llega, uno termina por ser el pastor Jones, a la espera de una carta de la hija, de que la esposa salga del hospital, de que la nieta siga sonriendo a pesar de que todo esté viniéndose abajo.

Williams, Joy (2001), “Cuídate”, traducción de Flora Botton-Burlá, en Eva Cruz Yáñez, La forma del asombro. Narradoras norteamericanas contemporáneas, México, FCE-UNAM, pp.77-91.

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