miércoles, 20 de julio de 2011
Un cuerpo, una sensación, un recuerdo llamados Alicia*
Existen juegos que nos gustan más por cuanto pasa en ellos que por las reglas que se nos plantean para poder jugarlos. Algo parecido ocurre con Navidad y Matanza, del chileno Carlos Labbé (Santiago de Chile, 1977). Esta llamada “novela-juego” narra la desaparición de dos hermanos: Alicia y Bruno Vivar, durante la Transensorial Beyond Seasons Celebration, una fiesta de personas ricas. Todo esto narrado por un joven periodista que sigue los pasos de estos misteriosos personajes a lo largo de muchos años. Además, la novela es una historia (la ya descrita) contada por siete investigadores (apodados con cada uno de los nombres de la semana) que han sido confinados en un lugar secreto para experimentar en ellos una nueva droga y que se envían correos electrónicos con fragmentos del supuesto reportaje.
Sin embargo, todo lo anterior, es el marco para contar la bella historia de Alicia Vivar, una muchacha con ciertos toques de Lolita, quien persigue a su hermano por las playas chilenas y quien toma de la mano a un hombre que a veces se llama Boris, otras es su tío y otras adquiere diferentes personalidades. Y es Alicia, quizá, el personaje que hace entrañable este libro, pues lo más insospechado puede aparecer en una de sus reflexiones al ver el mar: “Boris Real llevaba de la mano a la pequeña Alicia Vivar, entonces una niña de 12 años. Iban algunos metros más atrás que el resto del grupo. Ella le pedía que la acompañara a las rocas, en busca de conchitas. No lo trataba de usted ni le decía tío, sino Boris. Luego hablaron de las tonalidades rojizas de las nubes a esa hora y ella le preguntó cuánto faltaba para el fin del mundo”.
Alicia es un personaje, pero también la obsesión del periodista, quien regresa a Matanza tras algunos años para ver si la gente ahora que ya no corre ningún riesgo sí quiere hablar. Y es así como el dependiente de una gasolinería le comienza a platicar del día que los Vivar llegaron a su casa, una choza humilde que un hombre extraño con un instrumento musical llamado theremin le había alquilado unas horas antes (Boris en alguna de sus distintas personalidades). Y le dice, tras intercambiar su historia por unas cuantas cervezas, cómo Alicia era una mujer en el cuerpo de una niña, y cómo fue creciendo su atracción por ella y cómo ha empezado a recordar a Alicia como si fuera su hermana o su sobrina y cómo todo puede ser posible en esos poblados a los que ya nadie vuelve después de aquella historia, incluso que la dependienta del restorán a donde han ido puede ser la misma Alicia…
Es pues, una narración cuya novedad no sólo reside en la forma, sino en la estructura de ciertas oraciones que las convierten en aforismos y no en simples enunciados: “De todas maneras, el tipo andaba todo el tiempo con resaca. La resaca del odio y del miedo, que es una especie de aburrimiento” o “Los grillos y los sapos competían por llenar con sus cantos ese espacio de la noche que los de la ciudad llamamos silencio”.
Navidad y Matanza es un juego, es una novela, es una historia de amor y es una vuelta a la obsesión de un hombre por una mujer que no conoce, pero que a través de lo que cuentan de ella se le ha vuelto necesaria, aunque pueda llamarse Alicia, ser un personaje ficticio o una investigadora apodada Sábado.
Labbé, Carlos (2007), Navidad y Matanza, España, Editorial Periférica, 176 páginas.
*Publicado en Adefesio.com
domingo, 10 de julio de 2011
El amor a la tierra y a Dios *
En el principio fue el hombre, y el hombre era Isak. Aún no había veredas ni caminos en aquella montaña, sino que sus pasos los fueron formando. Tampoco había vida, ni siembra, ni un lugar donde refugiarse. Por eso Isak, a punta de partirse el lomo, creó el mundo y ese mundo se llamaba Sellanraa. Pero como a todo hombre, le faltaba una mujer, por lo que corrió la voz para que alguien se arrimara a aquella montaña y cooperara con el amor que le hacía falta. Así fue como llegó Inger. Ella mintió: dijo que sólo iba de paso. Él hizo como si no viera el labio leporino de la mujer y con amabilidad la invitó a comer: “Entraron en la choza, comieron de la provisión que ella traía, y bebieron leche de cabra; prepararon luego café del que la muchacha venía provista y, entre tanto, reinaba ya la cordialidad entre los dos, antes de retirarse para dormir. Durante la noche, Isak la codiciaba, y ella no se negó”.
Amaneció y ambos no se dijeron nada, sino que sólo se quedaron juntos y empezaron a vivir como marido y mujer: cosechando la montaña, sembrando en el vientre de Inger, dando gracias a Dios por esa bendición de la tierra. Fueron también dando forma al hogar (no a la casa): “Isak izaba las vigas por medio de cuerdas, ella empujaba un poco con la mano y a él le parecía que ella ayudaba con su sola presencia”.
Como es de sospechar, la bendición trajo un hijo y ese vástago trajo la felicidad. También, como es de sospechar, la felicidad y el progreso trajeron las envidias y alguien llegó a hablar mal del matrimonio, y el Estado, que hasta entonces desconocía la existencia de aquel lugar, le puso precio y exigió que se pagaran impuestos. Pero Dios es grande, eso lo sabe Isak, y permitió que hubiera un hombre bueno (Geissler), quien reconoció la labor de Isak, y sbaía que el país y el mundo requerían de hombres como Isak, por lo que ayudó a que pagara poco por el terreno y empezó a darle ideas de cómo hacer que Sellanraa progresara aún más. Luego vino la cárcel para Inger, más hijos, el mundo que de a poco iba llegando a Sellanraa y, a lo mejor, la penitencia y la disculpa. De esto, de la creación de un mundo nuevo, es de lo que trata Bendición de la Tierra, del Premio Nobel Knut Hamsun (Noruega 1860-1952).
Hamsun es un autor ligado a Dios, al católico, quizá por ello su prosa tiene la cadencia de los Salmos y la violencia humana del Antiguo Testamento. Es, además, un autor que nos presenta los paisajes y nos descubre el espíritu de sus personajes. Es un escritor con la cadencia de un abuelo sabio, con la visión fina que sólo se logra a través de la contemplación y el análisis (algo tendrá que ver el que haya sido aprendiz de zapatero, periodista y pescador).
Bendición de la tierra es, por decirlo de alguna forma, el canto a un verdadero hombre nuevo, no de ese que nace de las revoluciones, sino del que nace y se forma con el trabajo diario, tal como Hamsun nos hace saber: “(Isak) Es campesino de las tierras solitarias hasta la médula y agricultor de pies a cabeza. Un resucitado de tiempos remotos que señala hacia el futuro, un hombre de los primeros tiempos de la agricultura, un labriego de novecientos años de edad y, pese a ello, el hombre del día”.
Hamsun, Knut (1979), Bendición de la tierra, México, Promexa, 346 páginas.
*Publicado en Adefesio.com
Suscribirse a:
Entradas (Atom)