jueves, 24 de marzo de 2011
Una bizca, un jorobado y un ex presidiario*
Habrá que empezar por decir que “el pueblo de por sí ya es melancólico”. Si a eso se agrega que las tardes de agosto no se ve nada por la calle principal, sino los ojos bizcos de Miss Amelia asomándose por una casa semiderruida y el polvo que se levanta con el calor, entonces tendremos el marco perfecto para la gran batalla que tendrá lugar en ese lugar y que todo mundo ha esperado por meses, hasta la tarde en que los combatientes deciden enfrentarse y saciar el morbo de las multitudes.
Imaginemos esa escena estereotípica del viejo oeste en donde los vaqueros se miran a la cara, rodeados por los curiosos, mientras el aire hace que giren a lo lejos unas hierbas secas. Ahora suplantemos a un vaquero por una mujer fornida, alta, de unos 80 kilos, con las mangas arremangadas. Del otro lado, no habrá nadie con sombrero, sino Marvin Macy, un hombre también alto (un poco menos que la mujer), rubio, ex presidiario y quien es el ex esposo de la bizca que tiene delante. De eso y de las circunstancias necesarias para llegar a esa escena es de lo que trata La balada del café triste, de Carson McCullers (Columbia, 1917-Nueva York, 1967).
¿Qué hace especial a esta historia? Que los protagonistas son casi fenómenos de circo: Miss Amelia es hombrona, millonaria y nunca habla de lo realmente importante más que con su primo Lymon, un jorobado que un día apareció por el pueblo con una foto de dos niñas en la cual se basó para establecer su parentesco con la dueña de la destilería. Marvin Macy, el violento hombre que engaña muchachas y abusa de ellas, que asalta gasolinerías, que es buscado en varios condados, se enamora de Miss Amelia y decide convertirse en un hombre bueno con tal de conquistar a la bizca. Sin embargo, una vez que se casan, ella se encarga de humillarlo y menospreciarlo hasta que él decide irse de casa después de una golpiza propinada por su mujer (a los diez días de la boda).
Los elementos están dados, pero a ellos hay que agregar una prosa sencilla y clara que resulta deliciosa, por ejemplo: “Y un tejedor levanta de pronto la mirada y por primera vez descubre el cielo radiante de una noche de enero y se siente sobrecogido de temor al pensar en su propia pequeñez. Esas son las cosas que ocurren cuando un hombre ha bebido el licor de Miss Amelia. Podrá sufrir, podrá consumirse de gozo; pero la verdad ha salido a la luz: ha calentado su alma y ha podido ver el mensaje que estaba oculto en ella”.
Y, a todo esto, ¿por qué La balada del café triste? Porque todo se desarrolla en una pequeña bodega-café, que se fundó a partir de que llegara el jorobado al pueblo, una noche cuando él y Miss Amelia se sentaron a tomar café (pues él es muy friolento), y poco a poco fueron acercándose los habitantes del pueblo: por curiosidad, por morbo, por tomar un poco del licor. Así, aquel lugar se convierte el epicentro del mundo, “ya que el ambiente de un verdadero café tiene que reunir estas cualidades: compañerismo, satisfacciones del estómago, y cierta alegría y gracia de modales”.
Novela corta que muestra la prosa fantástica de Carson McCullers, La balada del café triste además tiene una ventaja económica: se puede encontrar una edición en 10 pesos en muchas librerías de viejo. Y un buen libro, a ese precio, es una oportunidad que no se debe dejar pasar.
McCullers, Carson (1972), La balada del café triste / Reflejos en un ojo dorado, Salvat Editores y Alianza Editores, Navarra, 176 páginas.
*Publicado en Adefesio.com
domingo, 6 de marzo de 2011
Ver a los que están detrás de los protagonistas*
Leer las Historia falsas, de Gonçalo M. Tavares (Luanda, Angola, 1970), es acercarse a un sabio al que le gusta sonreír en las fiestas, burlarse un poco de los lectores, pero a la vez hacerlos partícipes del festín que se está dando: “En ella el amor no pasó como un ataque mongol: mentimos al inicio”. También es ponerse junto al autor del que afirmó José Saramago: “No tiene derecho a escribir tan bien a los treinta y cinco años, dan ganas de darle un puñetazo”.
Las Historias falsas tienen un sabor a Grecia, tal vez porque la mayoría de ellas se nutren del mundo helénico o de la filosofía de Platón y Sócrates. Son cuentos de esos personajes que nunca se ven: el hermano, el vecino, el conocido del protagonista de las historias que han llegado a nuestros días. Por ejemplo, se habla de un Romeo y una Julieta, pero no son esos que Shakespeare inmortalizó, sino que son un duque y una mujer bella: “Como sucede muchas veces, el poder se arrodillo frente a la belleza; como siempre, la belleza fingió resistir, pero inmediatamente se rindió”. Aquí hay muerte, pero no venenos, hay Romeos, pero no amor eterno.
En este libro de cuentos, Tavares nos habla de la mujer que se enamoró de Tales de Mileto y fue mal correspondida, pues Lianor “había trabajado desde siempre, y quien así lo hace no desarrolla filosofías ni disponibilidad para localizar el alma”; también nos cuenta de Listo Mercatore, quien habrá de cambiar su vida al conocer a Diógenes, el Cínico; y de Metón, El Pequeño, hermano de Empédocles.
Es pues, un libro que se desarrolla entre la fábula, la filosofía y las frases contundentes: “es en las pequeñas cosas en las que muchas veces se hacen visibles las futuras ruinas”, “los filósofos tienen lazos secretos con los dioses y los demonios”, “¿El nombre? ¿Qué importa? Todos los tiranos tienen el mismo nombre”, “La crueldad de las mujeres, tal como su compasión, es inalcanzable”.
Éste es un cuentario que tiene un aroma a plática con los abuelos, pues detrás de cada relato hay una anécdota, pero también una cuestión moral. Sin embargo, no pretenden aleccionarnos, sino que uno descubre, junto con los personajes, cómo es que la vida cambia por cada decisión que tomamos.
La Historias falsas, de Tavares, se permiten la libertad de distorsionar un poco el pasado con tal de comprender cómo los hombres, los personajes, llegan a ser. Son como una pintura que es bella no tanto por lo que vemos en ella, sino por lo que imaginamos que hay más allá de donde termina el cuadro. O de otra forma, son bellas por todo lo que nos dejan después de que hemos pasado del punto final.
Tavares, Gonçalo M. (2008), Historias falsas, Almadía, México, 80 páginas.
*Publicado en Adefesio.com
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