sábado, 30 de enero de 2010
¿No tiene sueño?
Por principio están los personajes: hombres, todos ellos, que hablan sin parar, en una verborrea que lo mismo va del aburrido cine francés que están obligados a ver los tahitianos hasta la posibilidad de establecer una educación realmente útil a los individuos: “Enseñan cosas que no sirven para nada: botánica, civismo, raíces griegas y latinas, geografía… ¡háblele usted de terrenos carpetovetónicos a una mujer que trata de seducir y se le dormirá!”. También está un hijo del pintor Paul Gauguin, quien parece lo único interesante de Tahití, mismo que reconoce las obras originales de su padre por un lazo de sangre que lo une al hombre a quien nunca conoció. Y hay un narrador: recién llegado a ese país, insomne, caminando por su hotel, tratando de llenarse de lo típico de Tahití, viendo un canal de televisión en donde sólo se ve el oleaje del mar y otro en donde lo único que se observa es un escritorio.
Insomnes en Tahití, novela publicada de forma póstuma, parece la más clara propuesta de Pedro F. Miret (Barcelona, 1932- Cuernava, 1988) respecto a su forma de hacer literatura: un juego cuyas reglas no se entienden de principio, pero que por su amenidad, ligereza y, en ocasiones, irracionalidad resulta atractivo jugar hasta el final. Por ejemplo, a cada página los personajes insisten en recalcarnos que están en Tahití; ponen de manifiesto su extranjería (lo mismo hablan en español, inglés y francés -por cierto, siempre hay alguno encargado de traducir-, y ya dicen un refrán español, expresan un estereotipo argentino o hacen una burla al estilo francófono).
Más allá de la anécdota también están las opiniones que los personajes (Benito, el Che, Jean-Paul y el narrador) tienen de la pintura, del cine, de la literatura. Quizá es ahí donde se pueda encontrar a F. Miret: “Lea cualquier libro de un escritor latinoamericano y encontrará que todos los personajes son como él. No interesan por su densidad sino por su rareza. No interesa lo que piensan sino lo que dicen, no lo que dicen sino cómo lo dicen. Todos son excéntricos. Ninguno es finalmente serio. Serio en el buen sentido de la palabra…”.
Así avanza la novela, con una amenidad que no se atina a saber de dónde viene, pero que impulsa a seguir página tras página. Si pudiera hablarse de algunos libros “bien escritos” y otros con una “historia de agallas”, Miret se encontraría en medio, sin preocuparse por una u otra cosa, sino por contar lo que quiere: “Un panadero no necesita convencer a nadie de las virtudes del pan, pero un pintor se pasa la vida tratando de abrirle los ojos a quienes, por principio, no les gusta o sencillamente no les entusiasma su obra”.
Insomnes en Tahití es una obra irónica, llena de humor, lejana a los puntos suspensivos con que se ha tratado de identificar la obra de F. Miret, pero también es un relato profundo por lo que dicen y piensan los personajes; es una novela sencilla que por lo mismo resulta un cuadro que puede verse de mil maneras; y es, también, un juego que nunca acaba, que es imposible de terminar pues su narrador ha de estar despierto por siempre, aun cuando en la televisión no pase ningún programa bueno, incluso cuando en Tahití no sea posible disfrutar del mar, sino sólo hablar de las representaciones que el omnisciente Gauguin hizo de ese espacio y sus habitantes, incluso cuando este divertimento termine burlándose de su lector al que también le será imposible conciliar el sueño después de leer a Pedro F. Miret.
F. Miret, Pedro (1989), Insomnes en Tahití, México, Fondo de Cultura Económica, 143 páginas.
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